missing image file

Retrato que inspiró a Sofía Farías para indagar sobre sus raíces.

Satisfacciones personales al recordar los ancestros
 

“Patriarca de familia” y “Mi familia, mi historia” son relatos de inmigrantes escritos por dos alumnos del Colegio Covadonga.Textos de Mariana Rivera. Foto. Flavio Raina.

DE RAÍCES Y ABUELOS

Lisandro Perrone hoy cursa el 4to. C.A.D. del Colegio Nuestra Señora de Covadonga de nuestra ciudad y escribió el siguiente relato sobre sus antepasados, titulado “Patriarca de mi familia”: “¿Qué puedo pensar de mi abuelo? Nada malo seguramente. Es que cuando alguien ya no está, no hay lugar para malos recuerdos ni viejos rencores, sólo queda retroceder hacia los buenos momentos y sonreírle a la nostalgia. Sin embargo, ni eso puedo hacer. No memorizo rostros ni voces de aquel señor. La culpa me carcome hasta los dientes, ¿qué puedo pensar de vos viejo caudillo de asados y domingos? Por ahora sólo queda agradecerte por dejar tu historia escrita en un muro de anécdotas”.

Cuando nos propusieron hacer este trabajo de retroceder hacia el presente de nuestros bisabuelos, medité seriamente la elección acerca de cuál de mis dos familias escribir. No me malentiendan: amo a mis abuelos paternos como lo hago desde pibe, pero decidí investigar sobre el “viejo” de mi “vieja” por dos razones: el tipo ya no está y quiero homenajearlo de alguna manera, y, además, él en su momento hizo lo que yo ahora: buscó sus orígenes, sus raíces.

La gran diferencia que nos separa (y por esto le estaré eternamente agradecido) es que mi abuelo desenterró sus raíces “sin pala”. Teniendo casi dos años perdió a sus padres y tuvo que hacerle frente a una realidad muy embromada: él estaba solo en un mundo híper poblado, y aun así, (y de la nada) pudo saber de dónde venía.

Si tanto trabajo le demandó mirar hacia atrás en el tiempo con ojos ciegos, valdrá la pena gastar tinta en este trabajo. En fin, todo empieza en abril de 1853 (éste resulta ser el dato más antiguo que tenemos en la familia). Por esos días nació Roque Angelucci (apellido que mi madre sabe llevar con orgullo). Para no hacer suposiciones sobre su pueblo natal, diré que en algún momento de su vida este muchacho se asentó en Ortona, un pequeño puerto de pescadores sobre la costa este italiana.

Si prestaron atención al lugar y a la época entenderán mi frágil manejo de los datos, no tengo fechas exactas, ni nombres de padres, ni profesiones, tan solo un humilde “tano” que vivía en un pueblito.

Cerca del 1900, Roque concibió a Vicente, quien -ya adolescente- debió aguantar los caprichos de su padre de salir de Ortona y marchar hacia este país, Argentina. Y así, en plena adolescencia, él y su familia se embarcaron desde Génova hacia un rumbo nebuloso (...)”.

El pasar de los años

“Retomando este licuado de memorias -continúa Lisandro-, mi bisabuelo Vicente descendería del navío de la mano de Elisa. Esta jovencita venía del mismo lugar que su pretendiente. Pertenecía a una familia de zapateros: los Cossi, (o Cozzi?) gente muy amiga de los Angelucci. Dicen que era común que de dos clanes amigos surgiera un matrimonio.

Me imagino a mis bisabuelos tomados de las manos caminando por las calles del pueblo y más atrás, un rejunte de tíos, padres, abuelos, etcétera. (...). Viejos rituales italianos. Vicente y Elisa se casaron en Argentina y tuvieron un hijo en Santa Fe.

Hago un punto y aparte para presentarlo (...) Patriarca de mi familia, escritor de su historia y sobre todo, gran tipo: Juan Carlos “Toto” Angelucci. Hijo de dos italianos que llegaron a San Justo, provincia de Santa Fe, donde en 1924, nacería Juan Carlos.

Aquí termina una historia y empieza otra. Finaliza una que no está del todo clara, cubierta por ese polvo que provoca el pasar de las décadas. Y comienza otra que también es oscura. Pero, como dijo alguien alguna vez, ésa es otra historia.

Sólo me queda decir que Juan Carlos se casó y tuvo cinco hijos. La más chica de sus hijas, la preferida de su padre -me animo a decir- es mi mamá: María Alejandra Angelucci. Sepan disculparme si se me fue por las ramas la birome hablando de mi abuelo, es que me quedé con ganas de contar una cosa que no tiene nada que ver con lo que me pidieron (...) Nunca me hubiese bancado escribir una historia cortita y al pie, pegar datos y entregarlo. “Y si quedó mal así como está, a dormir en paz me ayudará”, dicen los sabios.

Le debía algo a aquella gente. Yo sé que pude haberles dado más. Más datos, más nombres, cosas así. Pero supongo que a alguno de ellos -ojalá sea ya saben quien- le habría agradado que haya recordado las nubes que miraron, pero no el hollín que respiraron.

Y nada más que decir me queda. Ya cuando esta redacción reciba un galardón lo transformaré en un libro que cuente un poco mejor mi historia. O tal vez me quede con la satisfacción de haber hecho algo bueno por alguien. ¿Eso se verá en el futuro? Que no hay que olvidar, que es nebuloso pero que si se pone invisible hay que acordarse del aquel pasado que nunca lo fue”.

Otra historia

“Mi familia, mi historia” es el título que le puso Sofía Farías, hoy en 5to. año de la Covadonga, al relato de sus antepasados, que gentilmente nos envió la docente Nora Tardivo, inspirado en un viejo cuadro de su casa.

“Yo iba y venía por ese pasillo de una habitación a otra, pero nunca me había detenido a mirarlo. Él siempre estaba ahí, bien lustrado, pero no le había prestado demasiada atención. Un día, intrigada por mi curiosidad, lo descolgué de la pared y noté que ese cuadro llevaba consigo una fotografía de tres personas, a quienes yo no conocía pero pude presentir que eran parte de mi gran familia y decidí entonces, averiguar.

Un domingo, mientras mi papá leía una revista me senté a su lado y le hice una pregunta con el cuadro en la mano: -“Papi, ¿quiénes son ellos?”. Un hombre de clase, bien presentado junto a dos niños que, por su gran parecido, pude pensar que eran sus hijos. -“Él es Manuel García, mi bisabuelo y ellos son Sara y Marino, mi abuela y mi tío abuelo”, me dijo. Pero yo no me conformé sólo con eso y le pedí que me contara de dónde eran, un poco de sus historias y el lazo familiar que me unía a ellos.

Manuel García, mi tatarabuelo, era oriundo de Asturias, región del norte de España. Allí se casó con María Suárez, una mujer muy bella y refinada por lo que sabía mi papá. Sara y Marino eran sus dos hijos y juntos formaban una hermosa familia, hasta que María falleció.

Fue entonces, cuando Manuel decidió venir a Argentina con los niños en busca de una mujer y un hijo. Sí, así es. Algunos años antes de conocer a María, Manuel había venido con su padre a Argentina y aquí conoció a una muchacha -de la cual mi papá no recuerda su nombre- y tuvieron un hijo llamado Aquino. Como Manuel era extranjero los padres de ella no los dejaron casarse, por lo que él regresó a Asturias con su padre y allí conoció a María.

Buscó a su hijo

Manuel siempre reconoció a Aquino como su hijo, por eso, después de tantos años decidió buscarlo a él y a la joven argentina que vivía en Esperanza, pero cuando llegó al pequeño pueblo se enteró de que ella se había casado y formado una nueva familia, entonces decidió regresar nuevamente a España con Sara y Marino.

Allí conoció a Crisanta, con quien se casó y tuvo una hija a la que llamaron Manuela. Los cinco vivieron en Asturias durante varios años pero como Manuel era anarquista comenzó a tener serios problemas políticos y -frente a esto- su esposa y varios conocidos le aconsejaron regresar a Argentina.

Sin pensarlo mucho, los cinco partieron en busca de mejores condiciones de vida. Llegaron en barco a Buenos Aires, y ahí se agrandó la familia: nacieron Carlos y Juan. Ahora eran siete, ¡más para comer!, por lo que Manuel aceptó un trabajo en Santiago del Estero como administrador de una estancia. A su vez pasó a liderar un partido político; y tiempo después, algunos opositores lo mandaron a matar. Crisanta quedó viuda, y no pudo soportar semejante catástrofe, por lo que regresó a Buenos Aires, junto a Carlos y a Juan. Allí invadida por la depresión y la angustia del desarraigo, luego de unos meses, falleció”.

missing image file

Sofía Farías cursa el 5to. año en la Covadonga.

missing image file

Casamiento de Vicente y Elisa Angelucci.

Una fotografía sin color

La historia de Sofía Farías finaliza de la siguiente manera: Tras el fallecimiento de Crisanta por la angustia y el desarraigo “Sara y Manuela se vinieron a vivir a Santa Fe. Sara García se casó con Rogelio Manuel Álvarez, y tuvieron tres hijos: Hilda Isabel, mi abuela paterna, Zulma Zuraica y Hugo Manuel.

Mi abuela Hilda Alvarez a su vez se casó con mi abuelo Rodolfo Emilio Farías, un hombre con una gran historia. Aunque ahora no me voy a detener en ella, sí voy a destacar que fue un hombre muy trabajador e hizo diversas tareas para mantener a su familia. Eso es lo que siempre me cuenta mi papá, Rubén Emilio Farías, hermano menor de Mario Rodolfo. Y los cuatro padres e hijos- formaron una gran familia.

Todavía recuerdo los días en que iba a lo de mis abuelos a dormir y mi abuela me cocinaba papas fritas con tortitas de pan rallado y de postre gelatinas. Mi papá se casó con Claudia Liliana Loda, oriunda de San Cristóbal, provincia de Santa Fe. Así se formó mi familia: yo soy la mayor de cuatro hermanos, me llamo Sofía Lara, y mis hermanos son: Santiago Luis, María Agustina y Tomás Emilio Farías. Esta es la historia de sólo una rama de mi familia: la de mi papá. Nunca había pensando que detrás de un marco de madera, de un simple cuadro, de una fotografía sin color, se podía esconder semejante historia familiar”.

missing image file

El Colegio Covadonga insiste en la importancia de no olvidar nuestros antepasados.