Al margen de la crónica

El hombre que sabía demasiado

Ingrid Bergman, como espía norteamericana, besa sin pasión al nazi encarnado por Claude Rains porque su amor no es más que engaño. Farley Granger es tentado a sellar un siniestro pacto mientras viaja en tren. James Stewart se arroja a las aguas de la bahía de San Francisco para rescatar a Kim Novak. Y Cary Grant es perseguido por un avión fumigador.

Todas estas “postales cinematográficas” tienen la firma de Alfred Hitchcock, dueño de una de las miradas más perturbadoras y a excepcionales en la historia del séptimo arte, cuyas películas tienen hoy absoluta vigencia, pese al tiempo transcurrido. Efectivamente, hace poco se cumplió medio siglo del estreno de “Con la muerte en los talones”, uno de sus mejores trabajos junto a “Vértigo” y “Psicosis”.

Pese a que realmente lo fue, llamarlo “maestro del suspenso” es sesgar un amplia variedad de lecturas que se puede hacer de sus trabajos. Porque pudo plasmar los miedos, deseos y contradicciones del ser humano con sutileza irrepetible y profundo respeto hacia la inteligencia del espectador.

El escritor José María Carreño planteó “que el estilo de Hitchcock participa a la vez de lo maravilloso y lo complejo: la alegre vitalidad del día unida a la inquietante lucidez de la noche, ambas enriqueciéndose mutuamente, es decir, ambas cuestionándose. La claridad de la luz, víctima de un ataque por sorpresa, delata sus zonas oscuras. Al mismo tiempo las tinieblas, exploradas con tiento, muestran su posible fulgor”. Y es ese mismo estilo, que desborda en todas y cada una de sus películas, el que determina que cada nuevo cinéfilo que se decide a adentrarse en su laberíntica filmografía termine hechizado. Es que, al igual que el título de uno de sus filmes, Hitchcock fue “el hombre que sabía demasiado”. Y lo demostró en la pantalla grande.