EDITORIAL

Cultura, Nación

y facción

No deja de resultar sintomático que, mientras el oficialismo y la oposición ponderan las virtudes del diálogo político, en la Secretaría de Cultura de la Nación el público presente al momento de la asunción del nuevo responsable de la institución entonara las estrofas de la Marcha Peronista, acompañado de las flamantes autoridades. La noticia en su momento parecía tan disparatada que fue necesario chequear la información y verificar que, efectivamente, la Secretaría de Cultura se había transformado, aunque más no fuera por un instante, en una suerte de unidad básica del oficialismo.

¿Un error? ¿Un entusiasmo pasajero? Las declaraciones del señor Coscia y los funcionarios que lo acompañaban parecen no abonar esta hipótesis. Por el contrario, justifican lo hecho argumentando, entre otras consideraciones, que el peronismo ha estado muchos años proscripto y, por lo tanto, cuando quieren expresar su alegría o su satisfacción por ocupar un espacio de poder, cantan la célebre “marchita”. A continuación aclaran que esto no significa confundir el espacio partidario con el estatal, una aclaración innecesaria sobre todo cuando el argumento que se brinda es demasiado obvio o liviano.

Lo interesante o tal vez lo patético es que esto ocurra en un espacio cultural de la Nación, donde los participantes deben saber que las marchas partidarias y cualquier otra manifestación sectaria no corresponden. Por otra parte, argumentar que lo que hizo fue una respuesta a los dieciocho años de proscripción es una falta de respeto a la inteligencia de la ciudadanía. Como se sabe, al peronismo se le levantó la injustificable proscripción hace treinta y cinco años. Sus dirigentes, sus emblemas partidarios han gozado de todas las garantías del Estado de Derecho. Asimismo, a nadie se le escapa que en los últimos veinte años el justicialismo gobernó dieciocho, un dato que no se compadece con la retórica nostálgica de la proscripción.

El hecho de que este atropello a las normas de convivencia republicana se haya producido justamente en el ámbito de una Secretaría de Cultura le otorga a lo sucedido una particular gravedad. En este caso, no se trata de militantes barriales apasionados, que no pueden dominar sus emociones y se expresan a través de una marcha con la que se identifican. Por el contrario, los partícipes de este lamentable episodio son políticos profesionales y militantes de la cultura que no pueden argumentar la emoción como coartada.

De más está decir que el peronismo, como cualquier otro partido, dispone de todas las libertades para celebrar sus reuniones partidarias acompañado de sus símbolos y liturgias. Lo que en este caso se observa es la confusión deliberada del espacio partidario con el ámbito estatal.

Atendiendo a los antecedentes y a las modalidades de la actual política kirchnerista, correspondería preguntarse si lo sucedido fue una confusión o el resultado de un acción deliberada y faccional, una suerte de respuesta al diálogo político que dice fomentarse desde el Estado.