15 DE AGOSTO: ASUNCIÓN DE LA VIRGEN

María: “Un ejemplo para vivir

nuestra vocación cristiana”

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe

Hoy celebramos la Fiesta de la Asunción de la Virgen María a los Cielos, que junto al 8 de diciembre -en que celebramos su Inmaculada Concepción- son las fiestas marianas que más han calado en la devoción de nuestro pueblo. En ellas recordamos el camino que Dios ha elegido para entregarnos a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Esta es la riqueza de la Virgen María, y que la hace una mujer única en nuestra historia. La conciencia de esta obra de Dios en ella se convierte en un canto de alabanza y exclama: “Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora”, para concluir proféticamente: “Todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas” (Lc. 1, 46-49).

Hoy se cumple a través de nosotros, en nuestra generación, esa profecía de la Virgen, porque la llamamos con amor y gratitud nuevamente feliz. Ella es testigo del camino que Dios ha elegido para que sea la Madre de Jesucristo; pero también testigo de otro camino, personal, en el que ella se convierte para nosotros en un ejemplo para vivir nuestra vocación cristiana. Marcaría dos notas en este camino personal de la Virgen María, hablaría de su fe y su disponibilidad.

Vida de fe

María, como nosotros, tuvo que avanzar en el camino de la fe, es decir, no siempre veía claramente lo que sucedía a su alrededor y cuál era la respuesta que debía dar. Vivía de la fe, que si bien es luz y “garantía de los bienes que se esperan, (como) plena certeza de las realidades que no se ven” (Heb. 11, 1), no tiene la evidencia de lo que tocamos. La fe nos da un conocimiento que se apoya en el testimonio del mismo Dios que nos habla por su palabra, como lo hizo antes por medio de los profetas y hoy por su propio Hijo Jesucristo (cfr. Heb 1, 1). María vivió esta certeza de la fe que se apoya y alimenta en la Palabra de Dios. En este sentido, nos enseña a vivir en la verdad de la Palabra de Dios.

Esta vida de fe es la clave para entender su disponibilidad hacia todo aquello que expresa la presencia de Dios, a esa presencia que nos habla a través de circunstancias y personas que requieren de nuestra respuesta y compromiso. La disponibilidad es la actitud que no me deja indiferente frente a las exigencias de la verdad, del bien y de la justicia, que son valores que comprometen la vida cristiana. La fe que eleva al hombre y lo pone en contacto con Dios no lo encierra en sí mismo, sino que lo hace disponible y servidor.

María expresa esta disponibilidad cuando se puso en camino, “partió sin demora” para servir a su prima Isabel que estaba embarazada (cfr. Luc. 1, 39). También cuando recibe el anuncio de que iba a ser la madre del Salvador, que aunque no comprendía totalmente todo, responde con esa disponibilidad que nace de la fe: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí lo que tú dices” (Luc. 1, 38). Así es cómo María, con su vida de fe y testimonio de disponibilidad y servicio, se convierte para nosotros en un ejemplo de cómo vivir, en nuestro mundo y relaciones, la vocación de hijos de Dios.