Crónica política

El fútbol se sincera

Rogelio Alaniz

“Yo vendo un negocio llamado fútbol”. Joao Havelange

Creo que no estoy descubriendo la pólvora si digo que el fútbol, antes que un deporte es un negocio, un formidable negocio que moviliza millones de dólares. No descubro la pólvora, pero no está de más decir que la pólvora existe, sobre todo en los tiempos que corren. Según cifras confiables, una de las multinacionales más poderosas del mundo es el fútbol. Puede que el narcotráfico o la venta de armas facturen cifras parecidas. Algunos gerentes del fútbol podrían dar alguna respuesta aproximada a estas dudas, sobre todo porque más de uno no es ajeno a la venta y tráfico de armas -pienso en Havelange- y no son pocos los que están relacionados con el narcotráfico, porque también es un secreto a voces que entre el fútbol y el narcotráfico no sólo que hay relaciones, sino que esas relaciones suelen ser -al decir de un conocido y elegante dirigente peronista- carnales.

El fútbol es un negocio, vaya novedad. No me asusta ni me pongo colorado en decirlo. Es un negocio, y en todo caso la modesta aspiración que abrigo es que no sea un negocio sucio o por lo menos que no sea tan sucio. El negocio maneja cifras que duplican y a veces triplican a las multinacionales más poderosas. Está claro que cuando se amontona tanto dinero, la tentación de jugar por izquierda se multiplica. El fútbol no es la excepción. Y atendiendo al mundo en que vivimos, no tiene por qué serlo.

Pero a diferencia de otros negocios, el fútbol tiene un componente de participación popular que no está presente por ejemplo, en la compraventa de armas o la compraventa de activos financieros. El fútbol se monta sobre una pasión que convoca a multitudes. Millones de personas se interesan por el juego. Se apasionan, se enojan o se alegran por un resultado. No todos, pero para una significativa mayoría el fútbol es lo único que tienen en la vida, lo único que los moviliza y los hace sentir que viven. Allá ellos, pero es así.

Sin esa participación popular, cuya ancha base está integrada por los pobres, pero que incluye a vastos continentes de la clase media y alta más un número importante de intelectuales pequeños burgueses y populistas que suponen que con esa presencia han resuelto su supuesto divorcio del pueblo, el negocio no sería tal o se habría reducido a un simple e inofensivo entretenimiento no más sano y no más conflictivo que un partido de casados contra solteros antes de comer el asado de los domingos.

Hoy del fútbol se pueden decir muchas cosas, menos que sea simple e inofensivo. En todo caso, simples e inofensivos son los que creen que en el fútbol profesional se juega algo más que un negocio o que en la celebración de estos rituales está comprometido el honor nacional y el alma popular.

Todas estas consideraciones vienen a cuento, porque esta semana la AFA canceló su contrato con Torneos y Competencias e inició tratativas con el gobierno para arbitrar algún sistema de televisación que en principio le permita recibir -con la intervención del Estado- una cifra aproximada a los 600 millones de pesos. Digo en principio, porque en la Argentina -en lo que refiere a subsidios estatales- se sabe cuándo comienzan pero no cuándo concluyen. Tampoco se sabe si se cumplen y en qué condiciones se cumplen.

A nadie le debería llamar la atención que la política se involucre con el fútbol. Un negocio que maneja los millones que maneja y que convoca a multitudes no puede estar ajeno al poder. Las relaciones del fútbol con la política no son nuevas. Es más, el fútbol como espectáculo de masas se inició en los años treinta y sus principales promotores fueron Italia y Alemania, dirigidos, como se sabe, por Hitler y Mussolini. ¿Exagero? Repasen los libros de historia, conozcan las declaraciones del Duce y el Fhürer acerca de la importancia de los espectáculos de masas para disciplinar a las multitudes y verán que, más que exagerar, estoy describiendo con franciscana austeridad un fenómeno que no tiene nada de franciscano y mucho menos de austero.

Fueron los regímenes totalitarios, expertos en el oficio de manipular a las masas, los primeros en percibir que el deporte podía ser un negocio y un recurso de manipulación social. Después, las democracias modernas trataron de valerse de lo mismo, entre otras cosas, porque mientras el soberano de la legitimidad sea el voto, ningún político populista rehusará la posibilidad de conquistar ese voto por la vía de las pasiones primarias.

¿Otra vez exagero? Veamos. En Italia, su primer ministro, el popular Silvio Berlusconi, es dueño de un club con jugadores y aguateros incluidos. En la Argentina, el intendente de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires exhibe como antecedente político haber sido presidente de Boca Juniors. Hay más ejemplos. Y ya que hablamos de Buenos Aires digamos que está considerada como la ciudad con más estadios de fútbol. No deja de ser una ironía que, en la misma ciudad, el Teatro Colón siga cerrado por refacciones, mientras que las canchas de fútbol funcionan a pleno. Como diría una señora amiga de mi tía: por algo será.

Lo que digo no es novedad, pero no está mal recordar de vez en cuando algunas obviedades. También es una obviedad decir que el fútbol es una excelente fuente de ocupación laboral. Cientos de miles de personas viven del fútbol aunque en su vida hayan pisado una cancha. Lo último que importa en todo esto es la supuesta buena fe del hincha por el club de sus amores. No hay tal cosa porque todo está armado para que esto no exista. Tampoco existe la supuesta fiesta popular y la pasión sana por un deporte sano. En el fútbol no hay pasiones sanas, en el mejor de los casos hay alienación, fanatismo, pulsiones primarias que operan como sustitutos de otras carencias. Tal vez en un potrero o en la canchita del barrio sobreviva algo de esa pasión a cielo abierto, de ese placer lúdico y de esa ética colectiva que según Camus aprendió jugando al fútbol en las playas de Argelia.

Retornando a las noticias de la semana, digamos que el gobierno nacional no se iba a perder la oportunidad de hacer una carambola a dos o tres bandas: quitarle un negocio al grupo Clarín, posar de popular ante la hinchada y entrometerse oficialmente en un negocio que mueve millones de pesos. De todos modos, hay buenos motivos para creer que el monopolio de la televisación de los partidos tiene aristas de negociado; pero no es un consuelo saber que un negociado será reemplazado por otro, sobre todo cuando al último lo vamos a tener que financiar los contribuyentes. No terminan acá las objeciones. Los clubes están fundidos, deben impuestos, premios y sueldos, pero hasta el momento nadie ha podido explicar por qué los clubes están fundidos y sus directivos son millonarios y multimillonarios.

En Europa, para sincerar el tema, muchos clubes pertenecen a empresas privadas. La imagen del clubcito de barrio sostenido por los socios ya no existe. Tampoco sobrevive igual la camiseta deportiva, ese símbolo tribal que identificaba a los hinchas. O existe, pero muy limitada porque la publicidad estampada en las camisetas es ahora más importante que los colores del club.

En la Argentina todavía estamos a mitad de camino. No somos tan sinceros como los japoneses -cuyo principal equipo pertenece a Toyota- o como los italianos con el Milan. Ni siquiera como las españoles y el célebre Real de Madrid, el equipo preferido por Franco y su principal publicista en tiempos de la dictadura. Mucho menos como algunos clubes que ya operan como sociedades anónimas y cotizan en Bolsa. Sin dejar de mencionar, a modo de anécdota, los clubes de fútbol creados por los jefes de los carteles de Medellín y Cali en Colombia.

Volvamos a la Argentina. Las negociaciones entre el gobierno y la AFA continúan. No se sabe lo que decidieron y se sospecha que lo que vayan a acordar tampoco se va a conocer del todo. Por lo pronto -y en homenaje a una cuota mínima de ingenuidad y candor que aún mantengo- diría que no deja de resultar miserable y canallesco que en un país quebrado, en una sociedad que reproduce diariamente el número de pobres, el Estado pueda llegar a destinar 600 millones de pesos para resolverle los problemas financieros no al fútbol y mucho menos a la gente, sino a Grondona y los presidentes de los clubes.

El fútbol se sincera

Diálogo. La presidente de la Nación y el titular de AFA durante el reciente encuentro en la Casa Rosada. Luego de negar versiones sobre un preacuerdo para desplazar a Televisión Satelital Codificada del negocio del fútbol, los hechos dieron consistencia a las versiones periodísticas.

Foto: Agencia AFP