SOBRE EL CONCEPTO Y LA PERCEPCIÓN DEL TIEMPO

Pensamiento, perplejidad y desesperación

a propósito del “continuum vitae”

Se ha dicho que el pasado es melancolía y memoria; que el futuro es expectación o imaginación y que sólo “existe” el presente. Desde siempre, desde las más diferentes perspectivas, el hombre se ha preguntado qué es el tiempo y, quizás más precisamente, cómo vivirlo. En esta nota, reflexiones de grandes autores sobre la noción, la administración y la “dirección” del tiempo, el “más grave e inasible de los temas de la metafísica”.

Pensamiento, perplejidad y desesperación  a propósito del “continuum vitae”

No pocos autores han señalado que “estamos hechos de la materia del tiempo” y que ello conforma el nudo medular de la cavilación humana. Toda consideración sería, entonces, sobre el tiempo, por deffault. Foto: ARCHIVO

 

 

Estanislao Giménez Corte

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No recuerdo qué filósofo planteaba que el mayor problema del hombre es el suicidio o, más bien, la decisión de suicidarse o no. Forzando esa apuesta, podría escribirse que el mayor problema humano no es ése -que por extensión es la cuestión de la muerte-, sino, quizás, el problema del tiempo (que también incluye a aquélla). Éste y las múltiples variables en torno del decurso temporal que lo rodean: los conceptos, la percepción, la administración del tiempo y, eventualmente, su agotamiento como recurso en la vida particular de cada uno. Es que ¿existe acaso pregunta más perturbadora, problemática, compleja, que la pregunta por el tiempo? y ¿hay en las cuestiones mundanas reflexión más atormentadora que aquella que refiere al uso, eventual explotación, ocasional usufructo o esporádico derroche del tiempo, toda vez que el bien que implica su posesión es un bien que indefectiblemente caduca y expira?

Hay, si no respuestas, ensayos sobre la percepción del tiempo y sobre la forma en que esa percepción influye en nosotros. Pensadores y artistas de toda calaña se han “detenido” en la cuestión. Pero, en tanto la percepción del tiempo es experiencia, más o menos conscientemente, cualquier “hombre de a pie” se habrá preguntado, alguna vez, acaso por un segundo, por el tiempo. Así, auspiciado por una suerte de candor de la sabiduría de lo cotidiano, un sujeto que vive ostenta una experiencia intransferible sobre el tiempo, que podrá o no transformar en discurso.

La reflexión sobre el tiempo, entonces, se nos muestra como inescindible de una experiencia personalísima que deriva en alguna suerte de conclusión, a la luz de “lo vivido”. Si vivir el tiempo no implica necesariamente pensarlo, será entonces la experiencia una forma de asumir las complejidades y preguntas que subyacen en el mismo ejercicio de vida, y que a menudo no se pueden verbalizar pero están allí, latentes. La reflexión de y sobre el tiempo es, asimismo, una suerte de ejercicio llevado adelante por seres que no pueden despegarse de su condición de seres vivientes en un tiempo.

VIVIR, PENSAR, MEDIR

Medición y reflexión del tiempo incorporan, a priori, dos cosmovisiones disímiles. Empero, de alguna manera, pueden verse como paralelas que confluyen hacia un punto en común: la reflexión, en muchos casos, parte de la perplejidad que deviene del transcurso irreversible del tiempo. En todos los casos, pensar en el tiempo o el tiempo, incluye una suerte de proyecto de organización o administración respecto de ese objeto intangible de nuestra reflexión. Puede arriesgarse que la pregunta por el tiempo parte de un intento de entendimiento -qué es- para confluir en una resultante que puede escribirse así: qué se puede hacer con él o en él.

La medición alude a una práctica central de nuestras sociedades desde, al menos, la incorporación del reloj a la vida social y a la progresiva pero impetuosa capacidad productiva de los hombres. Esta tarea se volvió central a los fines de aprovecharlo o explotarlo, en el sentido “económico” de la expresión. Ordenar, sistematizar nuestras tareas, gestionar nuestro tiempo con fines diversos, desde lo productivo al descanso, pareciera haber derivado en un fenómeno social -exacerbado por la revolución industrial-, y extendido a todas luces a las diferentes clases sociales y zonas geográficas, bajo el apotegma de que, para ser vivida, la vida debe tener un orden y unas tareas más o menos específicas. Y que éstas deben ser desarrolladas en unos momentos determinados y no en otros.

UN TIEMPO SOCIAL

Descanso, trabajo y ocio, ostensiblemente, son los “ejes” sobre los cuales se ha organizado la existencia, adjudicándose un tiempo para cada una de estas actividades. Un tercer factor, depositario de nuestro tiempo, ha ido ganando terreno en las últimas décadas, el consumo, práctica que trasciende los ejes trabajo/ocio.

Lentamente, merced a la multiplicación de actividades, se ha impuesto una metáfora que puede representar un sentimiento colectivo y que señala la aceleración cultural en que estamos inmersos: “no hay tiempo/falta tiempo”.

La aquí expuesta es una visión de índole pragmático/funcional (tiempo como recurso), en tanto los tiempos “naturales” del hombre, en el presente contexto social, quedan supeditados al tiempo “social” de la vida en comunidad, frente al cual el hombre se adapta, a menudo en contra de su propia voluntad, ocasionalmente resignando sus actividades o placeres. Y eventualmente renunciando, léase en sentido figurado, a su “vida”. Empero, si coincidimos con Fernando Savater en que “el hombre es naturalmente cultural”, aquel tiempo “social”, una vez más, pasa a ser, el tiempo “natural” de las sociedades modernas. Así, el tiempo “natural” del hombre es hoy el tiempo “social”, es decir, el tiempo “cultural”.

“DIRECCIÓN” Y “PRESENTE” DEL TIEMPO

Una de las grandes discusiones respecto del tiempo implica el pensamiento sobre su decurso, esto es, cómo corre, cómo se expande, cómo avanza. Se reseñarán dos nociones fundamentales: la del tiempo cíclico y la del tiempo lineal. Otra sostiene que hay, al menos, dos tiempos que corren paralelamente en virtud de la percepción que tiene de él el sujeto: un tiempo subjetivo y un tiempo objetivo.

En el primer caso se enfrentan dos percepciones centrales: la consideración del tiempo como un proceso cíclico, presente en culturas arcaicas y el mundo greco romano, que explica que, debido a una regularidad temporal en el movimiento de los astros y las constancias de ciertos “ritmos biológicos” -las estaciones-, todo tiende a repetirse, en un esquema por el que se asume que el tiempo retorna eternamente sobre sí mismo. De este modo, la historia como tal no existe y, por algún designio, todo tiende a regresar.

Nietzsche, como es sabido, retoma la doctrina del eterno retorno: “el superhombre”, dice, “es aquel que vive como si todo hubiese de retornar”. La idea del tiempo cíclico, para el filósofo alemán, implica la consideración de que, en un proceso de fases recurrentes, nada sucede por casualidad y todo debe repetirse exactamente. “(...) Si todo estuviese destinado a repetirse infinitas veces cíclicamente, del mismo modo la vida ya no sería una cadena de hechos irreversibles, la muerte dejaría de ser el fin de todo y la psique dejaría de estar dominada por la angustiosa, apremiante necesidad de optimizar el tiempo que nos es concedido”, escribió.

En la concepción de Nietzsche no se trata de ciclos ni de repeticiones que incorporan nuevas combinaciones u otras posibilidades, sino que los mismos acontecimientos se volverán a repetir, en idéntico orden, tal cual ocurrieron, sin ninguna posibilidad de variación. Una interpretación posible de esta exposición, se vincula con una lectura “moral” que podría traducirse de la siguiente manera: el hombre debería obrar de tal forma que no lo intimide o inhiba la posibilidad de un retorno infinito; la necesidad de vivir con un horizonte tal en que, si hubiésemos de vivir de nuevo la vida, lo haríamos de la misma manera.

En “La doctrina de los ciclos” y “El tiempo circular”, de “Historia de la eternidad” (1936), Borges revisita las visiones tradicionales respecto del tiempo, examinando a Nietzsche y a Platón, entre otros, y cita a su admirado Schopenhauer: “La forma de aparición de la voluntad es sólo el presente, no el pasado ni el porvenir; éstos no existen más que para el concepto y por el encadenamiento de la conciencia, sometida al principio de razón. Nadie ha vivido en el pasado, nadie vivirá en el futuro; el presente es la forma de toda vida”.

A la inversa de lo expuesto, la concepción lineal del tiempo, característica de las culturas hebreas y del cristianismo (que la asume de ella), determina que, justamente, en un decurso lineal y progresivo, la historia avanza desde la creación del mundo hacia el inevitable Juicio Final. Se explicita, en este pensamiento, que el destino está escrito y que éste se realiza en la historia. En la noción del tiempo lineal, por supuesto, uno de los autores más representativos es San Agustín. En sus “Confesiones”, éste sostiene que Dios está “afuera” del tiempo y que, al crear el mundo, creó asimismo el tiempo. “Que nada hay fuera de él y su creación”, agrega. Y, más adelante: “Nunca existió un tiempo sin tiempo”, refiriendo su análisis al “principio” del tiempo.

En el marco de esta concepción cristiana, Agustín refiere que el tiempo es para él una gran paradoja: es un “ahora” que no es; el “ahora” no se puede detener; el tiempo es un “será” que todavía no es; y argumenta que el alma es la verdadera “medida” del tiempo. Nosotros, sin embargo, medimos el tiempo en el preciso instante en que transcurre, y lo medimos percibiéndolo, explicita.

La segunda reflexión sobre el tiempo que se ha propuesto es la de la percepción humana de y sobre éste. El afamado filósofo francés Henri Bergson refiere que, para estudiar estas cuestiones, importa “identificar la experiencia concreta del presente con la fundamental dimensión mental del tiempo”. Sea dicho así: “Para el individuo, el tiempo consiste en la duración del presente”.

Bergson entiende que hay un tiempo de la ciencia: objetivo, cuantitativo, geométrico, mecánico, espacializado (por movimientos distintos pero todos iguales entre sí); y que hay un tiempo de la vida. Se trata de un tiempo “psicológico”, subjetivo, o más, bien, de la percepción subjetiva psicológica del tiempo: en este marco, sólo existe el presente. “Mi presente es lo que me interesa, lo que para mí vive”, sentencia. El autor identifica la experiencia concreta del presente con la fundamental dimensión mental del tiempo. La duración de ese presente es por naturaleza poco definible; pero es importante determinar que el individuo vive el tiempo según un criterio cualitativo (al contrario del de la ciencia, que es cuantitativo).

Sus estudios lo llevaron a una metafísica temporalista en la cual se establece una distinción entre “tiempo verdadero” y tiempo “falsificado y espacializado”. Escribe Bergson: “Es preciso que ese estado psicológico que llamo mi presente sea a la vez una percepción del pasado inmediato y una determinación del futuro inmediato”.

TIEMPO Y FUTURO

Se ha evidenciado, en este racconto breve, una cierta imposición del presente, toda vez que la percepción del tiempo se circunscribe a una percepción subjetiva e individual, acaso sin la consecuente extrapolación hacia el pensamiento de un tiempo social o cultural que, de todas maneras, describe o afecta aquel tiempo subjetivo e individual. Borges ha escrito que “cada momento que vivimos existe, no su imaginario conjunto”. Una concepción clásica, proveniente de la física, señala que el tiempo es una magnitud física en la cual uno organiza eventos y que medimos el tiempo por el movimiento (físico) pero también por el movimiento del mismo tiempo (decurso). El “sistema” (el orden social), se ha dicho hasta el cansancio, vive en el presente y construye “horizontes temporales” (el futuro) para funcionar. ¿Seguirá siendo así, o sólo hay presente, y el futuro, como opinan los teóricos de la posmodernidad, ha “desaparecido”?

*) Este texto está basado en la investigación: “La vida, suspendida en el presente. La (no) administración del tiempo como un “continuum” vacío”, de Passeggi, Parera, Giménez Corte (UCSF, 2007)

**) Algunas fuentes: AAVV. “Atlas Universal de Filosofía” (Ed. Océano, 2006); -Ferrater Mora, José “Diccionario de Filosofía abreviado” (2000); Galimberti, Humberto, “La metamorfosis de Crono” (1992); Borges, JL. ”Obras completas 1924-1973”; Savater, F. “Ensayo sobre Ciorán”; San Agustín. “Confesiones”. Libro XI.

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Aristóteles, Platón, Agustín, Kant, Husserl, Heidegger y tantos otros pensadores, desde la Filosofía, abordaron la cuestión del tiempo. Lógicamente, también fue abordado desde la Física, la Matemática, la Sociología y la Antropología. Foto: ARCHIVO el litoral

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La Sociología contemporánea analiza especialmente las formas de administración o el uso que las personas le dan al tiempo. Foto: ARCHIVO

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Pensamiento, perplejidad y desesperación  a propósito del “continuum vitae”

El sistema (orden social) vive en el presente y construye horizontes temporales (el futuro) para funcionar.

Foto: Archivo El Litoral.