La economía no arranca

El reloj presidencial

 

El reloj presidencial

Igual que ocurre con los datos del Indec, cuando la presidenta mira su muñeca, ve la hora que se le canta. Concentración y fuerte ejercicio del poder siguen siendo las claves de la gestión kirchnerista.

Sergio Serrichio

[email protected]

CMI

En marzo de 2008, en los albores del largo, frustrante y aún inconcluso conflicto del gobierno con el campo, el periódico británico The Guardian publicó un listado de los políticos más ostentosos del mundo, entre los que incluyó a Cristina Fernández de Kirchner (CFK).

Nuestra presidenta aparecía en el top “bling” (palabra del slang inglés aparentemente originada en Jamaica, en la cultura del hip-hop, que describe el brillo de joyas y accesorios) global, junto a George W. Bush, la reina Elizabeth II de Inglaterra, el presidente francés Nicolas Sarkozy, el presidente ruso, Dmitri Medvedev el ex premier soviético (y modelo de Louis Vuitton) Mijail Gorbachov, el presidente libio Muammad al-Gaddafi, y su par centroafricano Jean-Bédel Bokassa, el sultán de Brunei y el presidente de Venezuela, Hugo Chávez.

Entre los argumentos para incluir a Cristina, The Guardian citaba su Rolex President de oro y su debilidad por los relojes de Bvlgari, modelos que se cotizan en decenas de miles de dólares.

Siempre sentí ambigüedad respecto de la crítica a los hábitos estilísticos y de vestuario de la presidenta: su decisión de no repetir nunca un vestido o conjunto, pintarse “como una puerta” (CFK dixit), usar carteras y zapatos exclusivos, llevar una reserva de agua mineral en cada viaje (para lavarse el pelo) y usar joyas y accesorios carísimos, relojería incluida.

Esas obsesiones no cuadran muy bien con el discurso distribucionista y de defensa de los pobres, pero hacer demasiado de eso me parecía tan apresurado y frívolo como ver en Néstor Kirchner “un tipo sencillo” sólo porque usa mocasines, deja que la camisa se le escape de la cintura del pantalón y anda con el saco desabrochado.

¡Qué relós!

Mucho más revelador, en cambio, me resultó escuchar el martes a la presidenta, en un acto organizado por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (Came), al lado del sinuoso dirigente mercantil Osvaldo Cornide, describir a la economía como si fuera un reloj.

“En definitiva -dijo en un pasaje-, lo importante es entonces que cada uno de los sectores de la economía cumpla acabadamente su rol, como un mecanismo de relojería; el reloj puede funcionar si cada una de las piezas cumple con la función que le fue asignada en el mecanismo. Si no, comienzan los desbalances y, finalmente, hay problemas para todos”.

Es difícil encontrar una figura que exprese mejor el espíritu K. La presidenta sólo estaba traduciendo al plano económico la concepción kirchnerista de la política: la concentración y ejercicio mandón del poder, en todos los órdenes. Un esquema en el que ellos mandan y el resto obedece; en el que cada parte debe cumplir “acabadamente su rol” y en el que “cada una de las piezas cumple con la función que le fue asignada en el mecanismo”. Uno en el que los Kirchner son los grandes relojeros.

El problema es que ni la política ni la economía -y de hecho, ningún plano o aspecto de la vida social- funcionan así, como al matrimonio presidencial se le está haciendo penosamente evidente, aunque intente fugar hacia delante con un relato épico para ocultar sus carencias de gestión.

Es difícil saber cuántas victorias políticas, legislativas y de negocios le restan al kirchnerismo. En todo caso, ninguna de ellas está orientada a revertir el declive en las condiciones y expectativas políticas y económicas que hace más de dos años sufre la sociedad argentina.

Ese declive se manifiesta en el aumento del desempleo, la tozudez de la inflación, la cada vez más endeble situación fiscal de las provincias, el penoso estado de los servicios públicos -que para colmo deben aún pasar por un postergado pero no suspendido tarifazo-, el deterioro de la infraestructura y el estrechamiento de las reservas de recursos naturales del país por debajo de todo límite prudencial.

Canjeador serial de deuda y abocado a lograr un regreso al crédito externo, la tarea del ministro de Economía, Amado Boudou, es estirar la apariencia de normalidad macroeconómica, pero la relativa quietud de las últimas semanas parece más una “calma chicha” que el inicio de una recuperación, que sí están comenzando a experimentar nuestros principales vecinos.

En su discurso en la tenida de Came, la presidenta mencionó como signo de la fortaleza del modelo los 11.167 millones de dólares de superávit comercial de los primeros siete meses del año. Pero ese saldo se debe básicamente al desplome de las importaciones, producto de la fuerte recesión interna (el PBI 2009, coinciden las estimaciones privadas, será entre 3 y 4 por ciento inferior al de 2008) y un freno adicional a las compras al exterior, para proteger el mercado interno tanto como para enjugar con suficientes dólares la huida del peso.

El desierto político

El desierto político no va a la zaga del económico. A él contribuye también una oposición incapaz de plantear con claridad sus coincidencias y sus diferencias (entre sí y respecto del gobierno) y de poner coto a la feria interna de vanidades y recelos en torno de la todavía lejana elección presidencial de 2011.

De resultas, la incertidumbre que el gobierno supuestamente intentó despejar al adelantar las elecciones legislativas, para luego de ellas dedicarse a rescatar a la economía local del desastre de un mundo que “se nos cayó encima”, es cada vez mayor.

Lejos de trabajar en la recuperación, el gobierno se dedica a cultivar un relato invencible tanto para quienes lo venden como para quienes lo compran.

Es que, como observó tras los comicios de junio el sociólogo e historiador Marcos Novaro, autor del flamante “La Argentina en el fin de siglo” -décimo y último tomo de una historia del país dirigida por Tulio Halperín Donghi-, a los Kirchner “no les interesa resolver conflictos, ni siquiera imponerse en ellos, sino fundamentalmente tener razón y preservar la imagen de su “voluntad’”.

Algo así como que “el relato es lo último que se pierde”. O, mejor aún, nunca se pierde, pues está más allá de toda evidencia.

Ni manecillas ni piezas ni mecanismos de un reloj que en verdad no existe; más tarde o más temprano a los argentinos nos llegará otra vez la tarea de reconstruir a partir de los pedacitos.

“Los problemas están muy cerca”

El presidente de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (Came), Osvaldo Cornide, propuso que se establezca un amplio diálogo dirigencial para alcanzar consenso en las grandes cuestiones que afectan al país, porque remarcó que “el 2011 está muy lejos y los problemas de los argentinos, muy cerca”.

Cornide remarcó que “hay que sustituir el enfrentamiento por el diálogo y el consenso”, y consideró necesario “llegar a acuerdos en política de Estado para enfrentar el flagelo de la pobreza y sus consecuencias con la inseguridad y la droga. La gente ya votó hace 60 días. No hay que pensar en elecciones de nuevo, las elecciones ya pasaron, las próximas están muy lejos. El 2011 está muy lejos, y los problemas de los argentinos, muy cerca, como para que la dirigencia política esté en pleno enfrentamiento”, afirmó el titular de la Came.

Por otra parte, aseguró que “la situación está mejorando en los sectores industriales y comerciales”, y destacó que “en agosto (último) se notó un repunte de la actividad, con respecto a los meses anteriores. Yo no veo un problema inflacionario preocupante, porque no hay un poder de la demanda que produzca una situación de peligro inflacionario”, indicó Cornide, quien remarcó que “no hay una presión de demanda muy fuerte como para que uno pueda aumentar los precios a los niveles que se quiera”.