Llegan cartas

Cuestión de sistemas

 

Ercilio J. M. Rudi

Señores directores: Si la educación o la salud, o la seguridad, o el gobierno, o la justicia o etc. fallan, trataremos de endilgarle la culpa a algo, o más precisamente a alguien. Después algo o alguien cambia para que nada cambie, salvo para peor. Es la manía ilusoria de querer “hacer la fácil”, lo que nos induce al error de simplificar lo complejo, en tanto que lo complejo no admite simplificación.

El homo, desde la noche de los tiempos, ha intentado explicarse los fenómenos y las leyes que rigen el universo. Eso es bueno pero... lo malo es y siempre ha sido, su persistencia en aferrarse a las conclusiones a las que fue arribando como si fueran definitivas, finales. Cada vez que las culturas accedieron a nuevos conocimientos, aparecieron sujetos que enarbolaron banderas caprichosas de verdad “verdadera”, retaceando o negando su relatividad infinita.

Las cosas suelen parecer lo que no son, y a los incautos que somos las mayorías, nos cuesta advertir las diferencias. Durante miles de años, se pensó que el planeta estaba quieto y que el universo todo giraba en derredor. Aún hoy se piensa que Dios o los dioses son perfectos. Yo creo que los hombres somos perfectibles; los dioses sólo se me ocurren, en una escala desmesuradamente superior a lo perfecto.

Cuesta a la inteligencia descifrar las leyes del universo, no obstante, hay un constante empeño natural por alcanzar la suma total del conocimiento. Ahora bien, mientras una minoría lúcida, trabaja paciente y denodadamente en pos de objetivos honorables que dignifican a la humanidad, propendiendo al bien común, otras minorías se afanan tras intereses mezquinos ocasionando resultados aberrantes: degradación de ecosistemas planetarios, extinción de recursos naturales, hambrunas, miserias, explotación del hombre por el hombre...

A mayores recursos tecnológicos y conocimiento, mayor poder de manipulación acumulan las minorías mezquinas en detrimento de las mayorías ingenuas, ilusas, crédulas; sometidas a un sacrificio vano y deplorable. Este cóctel cuya incubación acumula peligro de estallido social global, parece aproximarse ya a su fase de eclosión.

Hay dos opciones: luchar o claudicar; ésa es la cuestión primera. Más allá de la responsabilidad que es factor común imputable sólo a la especie humana por su exclusiva condición de libre albedrío, ¿quién debe asumir el rol principalísimo en este asunto? ¿Conductores o conducidos? ¿Líderes o masa? ¿Pastores o rebaños?

¿Acaso este caos mal aventurado no es consecuencia, obra y gracia de la soberbia, arrogancia, autoritarismo, ineptitud, incompetencia, de-satención, deslealtad, deshonra y/o traición deliberada, etc., de quienes han conducido, liderado o pastoreado a los menos competentes y más mansos?

Se me ocurre que los factores de poder que rigen el destino de la humanidad, sean religiosos, políticos, militares, gremiales, economistas de todas las culturas deben revisar sus sistemas porque podrían contener vicios ancestrales archicomplejos pero que aún pueden ser sanables.