Un sueño hecho de fierros

La quimera del trabajo edificada en San Vicente refleja el devenir de nuestro pasado como país. Sus forjadores viven atados a esta historia viva.

Federico Aguer

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Nelly Bernardín es una mujer pequeña e inquieta. Su vida transcurre, apacible, en la vieja casona donde pasó toda su vida, enseñando el italiano a la gente del pueblo. Para ella, su apellido es el signo que atravesó su existencia desde el origen. Siendo muy niña acompañó a su padre en la cotidiana labor de probar los fierros que él desarrollaba y mejoraba día a día.

Su niñez estuvo ligada de manera íntima al crecimiento de San Vicente como símbolo de las cosechadoras, alegrando con su candor el esfuerzo de uno de los hacedores de esa quimera de trabajo. Claro que para ella no fue fácil compartir a su papá con la gran pasión que lo envolvía. Por eso, sus recuerdos lo evocan como un hombre justo pero parco, sobre todo a la hora de demostrar cariño a una pequeña hija. Sin embargo, a Nelly le alcanzaba con estar con él, siendo testigo de su trabajo y el de un pueblo que lo acompañaba.

Don Andrés Bernardín, que era hijo de inmigrantes italianos y había trabajado en la fábrica de Senor (en donde se hizo la primera cosechadora de Sudamérica), había fundado la fábrica que lleva su nombre en 1925. Su compromiso con ese sueño fue tal, que dejó este mundo en medio el campo, en una comida con sus trabajadores, luego de trillar un lote de trigo.

La empresa fue evolucionando de las primeros equipos de “corta y trilla”, arrastrados por caballos a las modernas cosechadoras. También cumplió un rol relevante en el desarrollo de los cabezales maiceros.

Durante la Segunda Guerra Mundial tuvieron que cerrar la fábrica hasta que terminó el conflicto bélico. En los 90’, la empresa volvió a cerrar asediada por graves dificultades financieras. En 1997 se forma Agroindustrial San Vicente S.A. que reabre la empresa y recupera la marca. En estos últimos 10 años, Bernardín se especializó en la fabricación de cosechadoras, pulverizadoras y equipos forrajeros. Hasta hoy, cuando todo parece indicar que -de no mediar una intervención importante del gobierno- el cierre puede ser definitivo.

Nelly, acostumbrada a estos golpes que da la vida, esboza una sonrisa optimista enmarcada en sus ojos celestes y sabe mirar para adelante. Hoy tiene clase de italiano.