¡La propina!

¡La propina!

Un proyecto de los tantos que andan a las vueltas pretende instaurar o reinstaurar la propina obligatoria, o el laudo en los restaurantes, esto es, un sobreprecio que en general uno entrega o no- voluntariamente si fue bien atendido. Esta nota va de yapa.

TEXTO NÉSTOR FENOGLIO / ILUSTRACIÓN LUIS DLUGOSZEWSKY.

Conozco en carne en bolsillo- propia el valor de la propina. Durante mucho tiempo trabajé en un hotel de unas cuantas estrellas como maletero (luego ascendí a portero y paralelamente entré a trabajar en el diario como reportero: portero y reportero, uno de los pocos tipos que duplicaba su cargo) y recibía de propina más dinero que con el sueldo. Y si me apuran, diré que nunca como entonces tenía siempre dinero fresco (ahora tengo dinero seco) en el bolsillo, porque la propina hacía “la diaria”.

La propina, común en bares, restaurantes, hoteles, locales gastronómicos en general, es entonces ese gesto de agradecimiento, que debe ser discreto y apropiado: una propina ampulosa, ofende, una irrisoria también. Se entiende que es una convención, un guiño cómplice y por eso cuando media la obligación -como sucede en algunos países, como sucedió aquí y como quieren que vuelva a suceder- ya no me gusta tanto, porque inhibe la elección. Te atiendan mal o bien, tenés que dejar: es como decirle a una piba, a todas las pibas, “me gustás mucho” cuando en realidad no te gusta nada. A mí, si me quieren sacar bueno, no me apuren, carajo.

Propina parece provenir de propinare, esto es, dejar para beber.

A su vez, el profe gugle asegura que viene de la costumbre griega de dejar un poco de vino en la copa, y que ello era para el mesero, mozo o como se llamara en esa época, incluyendo la obviedad de que eran polifuncionales, los pibes: tanto tiraban el disco como cualquier otra cosa...

Si bien se cree que dejar un diez por ciento de lo consumido es una propina adecuada en un bar o restaurante, cada país tiene su propia cuestión, desde aquellos que te exigen airadamente más de esa cifra hasta los que se ofenden si dejás algo.

Acá nadie se ofende por la propina. “Su propina no molesta” dice en muchas partes o, más perentoriamente -porque hasta se transforma en cuestión ética o humanitaria, así planteada-, “su propina es mi sueldo”.

En la época en que se cobraba sí o sí por ley, había locales que destacaban que no cobraban laudo (los cancheros pedían laudos, ya que no lo cobraban), que era un porcentaje de la factura que luego se distribuía entre mozos y cocineros.

Hay tipos a los que uno con gusto le deja una propina: te hacen sentir bien, contenido y no te quitan ese espíritu afable con el cual saliste de tu casa con los tuyos para pasar un buen momento.

Mozos con oficio, que saben ganarse la propina sin gestos ampulosos ni sobreactuaciones: haciendo lo justo, en el momento justo. Aunque el local esté lleno de gente, uno quiere encontrar ese espacio sin prisa que es el contacto en el cual elegimos y pedimos, nos escuchan, entienden y luego traen exactamente eso.

Me pasó una vez que un amigo -que guardaba entonces cierta dieta que excluía condimentos y otras cosas- detalló cómo quería su sándwich, el mozo pareció en todo momento estar en situación, fue paciente, escuchó y se retiró. Y de inmediato escuchamos, con voz de camionero, un sonoro “marche un 28” común y silvestre sin especificación y sacale la mayonesa con la lengua, si no te gusta, ¡hueco! Puede suceder también que el mozo es atento pero “la cocina no le responde”; o que la comida es buena pero el que te (des)atiende tiene un carácter cortante y hasta se le nota el malhumor con los chicos o con tu específico pedido respecto del grado de cocción del entrecot. Hay gente que puede matar por un entrecot pasado de punto y sin jugo, otra que propina.

Y como no sé cuánta propina propinar, me voy yendo. Siento que el tema de la propina es más importante que el mero aporte a un mozo o un botones. En nuestro país tenemos también la propina con coacción, llamada coima, que suele ser como la carne que pide mi amigo: jugosa. E infinitas y pequeñas propinas cotidianas en los dolorosos semáforos nuestros. Y me fui: yo ya cobro por estos artículos, pero si le resultó placentero, sepa que su propina no molesta. Después les paso la cuenta bancaria en que pueden depositarla, con elegancia, decoro y sobrio aplomo.