La ciudad ¿desaparece?

Santa Fe y la encrucijada de

siempre: irse, quedarse, volver

Recurrentes crisis económico-políticas decidieron a cientos de santafesinos y a miles de argentinos, desde 2001, a probar suerte en el exterior. Entre el exilio obligado, la nostalgia por la “patria chica” y las posibilidades a futuro, viven desperdigados por doquier. Desde 2005 se observa una tendencia al regreso. Muchísimos de los que quedan admiten que quisieran volver. ¿Autoflagelación o síndrome de pertenencia?

Estanislao Giménez Corte

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“A fuerza de partir voy a saber lo que es volver”.

A. Calamaro

Es extraño. La proximidad de y con cualquier cosa objeto, persona, circunstancia, lugar, de alguna forma, por imperio de esa normalidad de lo que está al alcance, obnubila el juicio. O, peor aún, a causa de la ecuación cercanía-tiempo, o más certeramente de la relación costumbre-cansancio, se derrumban apreciaciones posibles en otra circunstancia (una vez lejos, en el tiempo o en el espacio), como si de un símil de rutina se tratase. Hay un viejo bolero, caro a las generaciones precedentes, en el que se escucha melodiosamente, pero con un eco existencialista: “Dicen que la distancia es el olvido”.

No deja de ser extraño. Un viejo cliché sostiene que siempre se quiere lo que no se tiene. Azarosamente, en los últimos años, todos hemos escuchado que familiares, colegas, amigos, conocidos, ex compañeros -y la lista sigue, a partir del punto de inflexión de la crisis de 2001-2002, en la mayoría de los casos por falta de perspectivas, crisis económica, imposibilidad de pensar en el futuro como una construcción-, optaron por el viejo sueño novelado de irse a Europa o Estados Unidos, como en diáspora desesperada. Ni ideológico, ni político, ni religioso, como fue tantas veces antes, el éxodo (sobre cuyos números hay muchas dudas; ver aparte) se debió a lo económico. La huida desde el punto austral hacia arriba tiene no pocas similitudes con el impulso que arrastra los flujos de desesperados del África a Europa, de México a los Estados Unidos y etcétera.

Pero, a modo de una parábola, ese flujo que partió, multiplicado, implicó también muchos regresos. De lo sucedido en la ciudad pueden hacerse aseveraciones similares: profesionales, estudiantes, deudores, padres recientes, desempleados, investigadores, profesores, deportistas, después del helicóptero delarruista, tomaron aquel apotegma tan repetido en la clásica novela de David Viñas, “Dar la cara”: irse; o releyeron con ánimo de revancha los lados de acá y los lados de allá descriptos en “Rayuela” de Cortázar, como si hubiese en el país un asentado karma de que aquí no se puede. Nadie discutirá que somos antinómicos, ciclotímicos; y que la historia argentina semeja un teatro tragicómico, pero afuera ¿se está mejor? Podemos obviar los nombres y representar los casos; podemos obviar las “historias de vidas”, tan replicadas en el periodismo actual, pero contar los sucedidos: uno se fue para ahorrar dinero, y lo hizo, pero allá comenzaron a pegar lentamente las faltas, la ausencia de una idiosincrasia que, aún con todas sus negaciones, es la nuestra. Aumentados sus activos, volvió. Otro se procuró un trabajo tras otro pero sintió, tarde o temprano, que allá no “estaba del todo” y decidió volver, con más dudas que certezas. Otro encontró dinero y tranquilidad y se prefiguró un destino y está tranquilo pero aun así....; otro tiene la vida hecha y no puede volver, pero si de su voluntad dependiera... En conversaciones de amigos, en correos con familiares, en datos que leemos en los diarios, sobrevuela, más allá de la coyuntura de unos lugares y otros -de la crisis de acá y de la de allá-, lo cuasi innombrable: la extrañeza, la nostalgia, el saberse de alguna manera fuera de lugar; y la tensión, más o menos disimulada, respecto de si conviene o se puede regresar. Para que la paradoja sea perfecta, este año estalló una crisis internacional insólita y, entonces, ni siquiera el primer mundo puede decirse ya garante de seguridad ninguna. Y en España, destino preferido por los argentinos, la crisis arrecia.

En la ciudad, en nuestra ciudad, repite el habla de la calle y dicen en la conversación casual, hace un calor insoportable, nos comen los mosquitos, nunca pasa nada, todos duermen la siesta y es un caos; los baches hacen imposible la circulación, la humedad te mata, cualquiera corta una calle y los políticos son impresentables, pero... Allá todo está organizado y funciona, y todo está limpio y funciona: hay previsibilidad, hay trabajo, hay dinero, pero ¿es eso suficiente?

¿Será tan extraño? Si la patria es la infancia, si siempre se vuelve al primer amor, si el pasado se mitifica como en un relato romántico, nosotros, los nativos, siempre queremos volver; al menos para tener un motivo ostensible y podernos quejar de lo mal que está todo, pero desde acá. Desde lejos sólo se ve lo bueno. “No place like home” (“No hay lugar como el hogar”), aseveran los anglosajones. Alguna verdad tendrá eso.

Santa Fe y la encrucijada de siempre: irse, quedarse, volver

Datos de Interés

La provincia “25”: se calcula que viven en el exterior entre un millón y un millón y medio de argentinos (Perfil 11/09/2009). El oficialismo impulsa este año la creación de una “Provincia 25” con sus respectivos legisladores, para que los exiliados tengan representantes en el Congreso, como ocurre en países como Italia.

La Cancillería no registra, sobre ese millón y medio, cuántos volvieron. En Migraciones no hay registros de nacimientos, muertes y mudanzas de un país a otro. No abundan o son imprecisos los datos de santafesinos en el exterior.

Diferentes organismos sostienen que entre 2005 y 2006 comenzó una “tendencia” al regreso, auspiciada por lar recuperación de la economía, el desarraigo y experiencias fallidas.