En el corazón de Santa Rosa

Llegaron desde Brasil, Rumania y la India, y coincidieron en la dura realidad de Santa Rosa de Lima. En diez años, las hermanas de la Providencia lograron dejar su impronta en el barrio, sorteando obstáculos que a veces parecían superar sus fuerzas, y sin jamás perder ni dejar de expandir su alegría.

textos ANA MARIA ZANCADA / FOTOS MAURICIO GARÍN Y EL LITORAL

“Quiero vivir, Dios es vida/ y a Dios se va muriendo/ se va al Oriente subiendo/ por la breve noche de hoy./ Quiero dejar de mi en pos/ robusta y santa semilla/ de esto que tengo de arcilla/ de esto que tengo de Dios”.-

José María Gabriel y Galán

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Las religiosas Mini, Rosana y Matilda pertenecen a la orden de las Hermanas de la Providencia.

Por aquello de que las casualidades no existen, antes de comenzar esta nota me encuentro con estos versos de un poeta español que estaba olvidado en mis lecturas habituales y es así que, inmersa en la enloquecedora rutina diaria, tratando de manejar vanamente un tiempo que se esfuma, me encuentro con una realidad a la que lamentablemente la mayoría de nosotros somos ajenos.

Tomando calle Lamadrid, doblamos por la continuación de Mendoza, a la altura del Hospital de Niños, pasamos la vía y entramos de lleno en el Barrio Santa Rosa de Lima de nuestra ciudad, el de la triste fama. Son las cuatro de la tarde. En un riguroso invierno y guiada por mi amiga Silvia Paz, responsable de este contacto, arribo a calle Estrada, donde viven las monjitas de la Providencia. Pertenecen ellas a una orden italiana y hace alrededor de diez años que trabajan en el barrio. Nos reciben con alegría, rodeadas de un grupo de vecinos catequistas y colaboradores que conforman algo así como el soporte que las ayuda a llevar adelante su tarea.

EN LA HUELLA DE LA CARIDAD

La orden de las Hermanas de la Providencia fue fundada en 1837 por el padre Luis Scrosoppi en Italia, en sus comienzos para ayudar a las jóvenes sin hogar y sin recursos. La orden fue creciendo a través de los años y extendiendo su accionar por todo el mundo, acercando su trabajo apostólico y misional de caridad a la humanidad sufriente, a los humildes, a los enfermos, a los postergados, con “humildad, mansedumbre, modestia, dulzura, paciencia” atendiendo a los niños, los ancianos, los enfermos. Ellas llevan su ayuda, su sonrisa, su inquebrantable vocación a rincones tan lejanos como África, India, Rumania, Moldavia y, también la despliegan en América, Bolivia, Brasil, Uruguay -y desde 1998- Argentina.

La primera que nos recibe es la Hna. Matilda, una sólida rumana, de franca sonrisa, de grandes y transparentes ojos claros. La tarde es muy fría, pero en torno a una cálida mesa con un humeante té, café o el mate tan argentino que desafía todas las amenazas de la gripe A, ellas comienzan a contar sus historias. En estos momentos son tres: Matilda, rumana; Rosana, de Brasil, y la última en llegar, Mini, hindú.

- Hermana Rosana, me dicen que Ud. fue la primera en llegar.

Rosana: - Si, fue el 27 de setiembre de 1998. La congregación nació para trabajar con los más necesitados, con los chicos en riesgo. Las hermanas de Brasil y Uruguay se pusieron en contacto con el arzobispado aquí y así fue como dos hermanas uruguayas y yo nos instalamos en el barrio.

- ¿Cómo se presentaron, cómo comenzaron?

-El Padre Rubén Strina y Marisa Leguizamón, una catequista, prepararon a la gente diciéndoles que iban a llegar monjas a la Casita de los Chicos.

- ¿La casita ya funcionaba?

-Sí, pero era muy pequeña, sólo dos habitaciones. Después conseguimos comprar el terreno de al lado y de a poco se fue agrandando; ahora tenemos varios salones donde funcionan algunos talleres, la carpintería y una cancha de básket. Está en Pje. Pividori 2750.

- ¿Cómo consiguieron el dinero para comprar?

-Después de la inundación del 2003 hicimos el proyecto y nuestras hermanas de Italia y Alemania nos dieron una mano. Mandamos fotos, explicamos el propósito, la situación del barrio y así pudimos armar el espacio para los chicos.

- ¿ Trabajan exclusivamente con los chicos?

-Decimos los chicos porque la congregación del Padre Scrosoppi comenzó con los niños huérfanos de guerra que quedaban abandonados. Hoy no solamente son los niños, también está la familia, los jóvenes, los abuelos. Nosotros somos pocas, pero tenemos la ayuda de Marisa, el esposo, Daniela Serrao y el grupo de laicos que colabora con la misión.

LA PRIMERA IMPRESIÓN

- ¿Qué pensaron cuando llegaron, que sintieron?

-Yo soy apasionada por la misión. Me sentí feliz al ver que tenía una dura tarea por delante, pero a la vez impotente, porque esto era un verdadero desafío. Justo en esos días sucedió que mataron un chico al lado de nuestra casa, además había un grupo grande que se drogaba frente a la Casita de los Chicos. Fue muy duro. Para colmo, por esos días yo casi no hablaba español y entendía muy poco.

- ¿De qué parte de Brasil es usted?

-Soy de un barrio de San Pablo. Somos diez hermanos. Pero mis padres siempre me apoyaron en mi vocación. Al año de estar aquí llegó la hermana Matilda.

Matilda (ingresando al diálogo): -Yo llego en julio de 2000.

- ¿Cómo fue el primer contacto, hablaba el idioma?

-No, porque en realidad yo estaba destinada a Rusia, pero luego las cosas cambiaron y la Madre General me propuso venir a Argentina porque aquí necesitaban otra persona. Dudé mucho, además de no conocer nada, no manejar el castellano, me había estado preparando estudiando ruso, tenía que separarme de mi hermana que también estaba en la orden. Siempre habíamos estado juntas. Me costó mucho tomar la decisión. Siempre pensé que no saldría en misión, que mi trabajo lo haría en mi país, Rumania. Pero sintiendo la presencia de Dios en mi vida, no tuve fuerzas para decir que no. Me dieron dos meses para aprender el idioma. Finalmente llegué el 7 de julio, solamente por un año. Hacía mucho frío, llovía, al principio me costaba comunicarme y no entendía nada, pero muy pronto sentí el cariño de la gente. En Europa es diferente, la gente es más fría. De verdad recibí mucha paciencia de la gente. Pero pensaba en el barrio, las cunetas, las zanjas, los perros sueltos.

- ¿Eso le llamó la atención hermana?

Rosana: -En un primer momento Matilda quería limpiar toda Santa Rosa de Lima: “muy sucio por todos lados”, decía.

Matilda: -En diez años todavía no lo conseguí (risas)

Marisa Leguizamón: -El barrio tiene aproximadamente setenta años y el zanjón Suipacha sigue igual. Ya estaba y no creo que lo modifiquen.

- ¿Ustedes siempre son tres?

Rosana: -A veces cuatro; otras, dos.

UN APRENDIZAJE

La hermana Mini se incorpora a la charla. Es muy joven y su rostro moreno se ilumina siempre con una bondadosa y amplia sonrisa.

- ¿De dónde es usted hermana?

Mini: -Soy de una ciudad del sur de la India, Kerala.

- ¿Su familia?

-Éramos siete hermanos, mamá, papá y la abuela.

- Matilda también pertenece a una familia grande, ¿verdad?

Matilda: -Sí, somos ocho hermanos.

- ¿Será casualidad que todas pertenezcan a familias numerosas?

-En nuestro lenguaje cristiano no hay casualidad, es todo providencial.

- Volviendo a Mini, ¿cómo fueron sus primeros años en la Congregación?

Mini: -Yo tenía dieciséis años, mi padre no me dejaba. Yo lloré durante dos días, no comí; mamá habló con mi papá y lo convenció. Yo nunca había salido de mi casa, me dieron permiso por tres meses, convencidos de que volvería, pero acá estoy. Claro cuando viajaba hacia acá me preocupaba el no saber el idioma (muchas risas). En la India yo hablaba cinco idiomas. Mi lengua es el malayalam, allá el idioma nacional es el hindi y el oficial el inglés. Después, cada tribu tiene su dialecto. Pero cuando llegué acá me sentí bien, nos sentimos amados; hay un cariño muy especial (vuelve a iluminarse su rostro) y Daniela, con mucha paciencia, me enseñó el castellano. Ahora yo me ocupo de la Casita de los Chicos.

Daniela Serrao pertenece al grupo que trabaja con ellas junto a Fabián Gimenéz, Leandro Acevedo y Marisa Leguizamón -entusiasta voz del grupo- y su esposo.

PARTE DEL BARRIO

- ¿Reciben ayuda fuera del barrio?

Rosana: -Hay gente del centro que colabora con nuestra misión, grupos de damas que juegan cartas y juntan para comprar leche para la Casita de los Chicos. Hay familias que apadrinan a un niño, ayudan con ropa y a comprar útiles esclares. Gracias a Dios hay algo de apoyo. Estamos buscando medios para que los chicos tengan un futuro distinto: por ejemplo en el comedor tenemos que arreglar el techo. Además casi siempre a mitad de mes nos quedamos sin leche para la copa que les damos en la Casita. Hicimos una nota a Desarrollo Social solicitando ayuda. El año pasado no pasó nada. Este año nos dieron dos veces treinta cajas de leche, pero no alcanza. Cuando se termina la leche, que sucede generalmente a mediados de mes, les damos mate cocido solo.

Ante una realidad que me abruma, me dirijo a Marisa Leguizamón, habitante nativa del barrio, entusiasta y firme apoyo de la labor parroquial.

“El grupo que formamos se llama Familia de la Providencia -cuenta Marisa-; somos nueve en este momento y somos los que estamos más cercanas a las Hermanas. Como yo hablo mucho soy la voz cantante. Represento a los laicos en el grupo de Argentina. Pero todos colaboramos cuando supimos que ellas venían al barrio, para prepararles la casa; eso fue en 1998. La Capilla era muy pequeña, pero de a poco se fueron ganando a la gente, iban casa por casa, se involucraron con las familias, ahora son las familias las que las buscan como apoyo y ya son parte de nosotros. Cuando la inundación, nos reunimos en el Taller de Nazareth que está a tres cuadras de aquí, éramos solamente tres familias y las hermanas. Hacíamos paquetes chiquitos con lo poco que teníamos porque nadie nos ayudó, y lo repartíamos. El taller ya estaba cuando la inundación pero prácticamente no se hacía nada.

-Después de la inundación tomó impulso?

-No, hará aproximadamente un año que se puso en funcionamiento. Hay máquinas de coser donde van adolescentes, mamás jóvenes y señoras a aprender a coser, a hacer manualidades, estamos ahora comenzando con otro taller, un mini emprendimiento que encaramos, como es el estampe de logos en remeras. Con eso tratamos de solventar algunos gastos y ayudar a las hermanas, porque ellas ya están dentro de nuestras familias, ya forman parte del barrio. Lo que les sucede nos sucede a nosotros, es un dar y recibir constante, tanto en el grupo chico que trabaja con ellas, la familia de la Providencia, como los catequistas a nivel comunidad parroquial, colaboradores de acá y de afuera, del barrio y del centro o de otros barrios. La conclusión que sacamos es ésta: la Providencia hizo que ellas llegaran acá. Cuando todos nos lleguen a conocer a nosotros y a la obra que ellas hacen se van a dar cuenta que Santa Rosa de Lima es distinto a lo que se publicita en los medios, la famosa Zona Roja. Hasta a nosotros nos pasa cuando buscamos trabajo y decimos donde vivimos. El plan de Dios fue que San Luis Scrosoppi llegara a un barrio que necesitaba mucho de la Providencia. Lo que sale en primera plana en los diarios es la muerte, o el robo, o la violencia.

Marisa sigue hablando con el entusiasmo que da la fe, apoyada por el grupo de laicos y por esos tres seres increíbles como son las hermanas Matilda, Rosana y Mini. En el recuerdo también surgen los nombres de los que pasaron: el padre Lucho Quiroga, la Hna. Benjamina, Rubén Strina, Axel Arguinchona y ahora el padre Diego Ferrer. Para todos ellos cada día es un nuevo esfuerzo y un nuevo logro.

COMO UNA FAMILIA

- ¿Se sienten bien acá?

Rosana: -Nos sentimos amados, con un cariño muy especial.

- ¿Influye el grupo de catequistas que las ayudan?

-Sí, pero es todo el contexto de Santa Fe. De a poco hemos logrado mucho.

Marisa: -Lo lindo es que lo que hemos hecho en estos dos últimos años se va consolidando alrededor de ellas. Antes los conocíamos como los scrosopianos, por San Luis Scrosoppi, el fundador de la orden. Ahora somos la Familia de la Providencia. Hay mucho por hacer, lo que hemos logrado ha sido el esfuerzo de todos con la guía de las hermanas y la ayuda de la Providencia.

La charla se prolonga un poco más y luego cada uno de ellos vuelve a su tarea porque cada día es un nuevo esfuerzo y un nuevo logro, pero muestran con orgullo lo que van consiguiendo.

Nos separamos con la sensación de que las palabras no alcanzarán para transmitir la dimensión de la tarea realizada en el barrio mientras nos viene a la memoria una estrofa de Proverbios y Cantares de Don Antonio Machado: “Despacito y buena letraà/ el hacer las cosas bien/ importa más que el hacerlas”.

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Leandro Acevedo, Fabián Giménez, la Hna. Mini, la Hna. Rosana, Daniela Serrao, Marisa Leguizamón y la Hna. Matilda.

CHICOS, JÓVENES Y JUBILADOS

- Volviendo a la Casita de los Chicos, ¿cuántos son?

Rosana: -Alrededor de ciento ochenta, pero no van todos juntos. El tiempo que no van a la escuela van a la Casita, para sacarlos de la calle. Así hacemos la promoción humana y la evangelización, las dos cosas, promover los valores de la familia.

- ¿A qué se refieren cuando dicen “promoción humana”?

-Promover a la persona a tener su propio espacio, a descubrir su dignidad, sus dones, su capacidad. Es un trabajo lento.

- En estos diez años, ¿ven un resultado positivo?

- Sí, nosotros tenemos que sembrar. Dios nos da la gracia de que veamos algunos frutos. Por ejemplo, el Comedor Corazón de María, hace un tiempo cambiamos la forma. Antes comían los chicos allá, hace dos años les damos vales, por medio de Cáritas, ellos compran la comida y la hacen en casa, de esa forma comparten la mesa, en familia. Y ahora vinieron dos mamás diciendo: “hermana, ya no necesito más el vale, conseguí un trabajito, dáselo a otra que lo necesite más”.

Matilda: -También tenemos guardería. Con chicas y mamás que cuidan a los bebés, hasta los dos años y otro hasta los doce años. Después siguen dando vueltas, no se van del todo, hacen algo de deporte en la canchita.

Marisa: -El comedor que mencionó la Hermana Rosana empezó hace veinticinco años con la Hna. Benjamina, de la congregación de las Josefinas, que empezaron junto con el padre Lucho en el año 1977, porque hasta ese momento Santa Rosa no tenía párroco. Estaba la capilla, sí. Andaba en bicicleta recorriendo el barrio todo el día. Entonces llegó la Hna. Benjamina. Entre los dos levantaron la capilla Corazón de María que está en Juan de Garay y Aguado.

Rosana: -El trabajo siguió o algunas familias de acá y la ayuda de Europa, un señor que vino de Italia y es padrino del grupo que juega al fútbol, son como doscientos. Se llama “Liga Casita de los Chicos”

- ¿Hay muchos jóvenes?

-Pocos, los grupos juveniles no son muy numerosos. Pero ellos están presentes en nuestra misión. Luego están los jubilados, ellos sí son un grupo grande. Con ellos estamos presentes más en la parte espiritual. Pero hay un grupo de afuera que viene a enseñar a tejer a las abuelas. Son alrededor de setenta. Pertenecen al barrio de los jubilados que se levantó dentro de Sta. Rosa de Lima, desde Pje.Liniers hasta Lisandro de la Torre, hace ya más de treinta años. Tienen su oratorio, Ntra. Sra. De Pompeya, es hermoso y los abuelos se encargan de cuidarlo.

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Las hermanas con algunos de los integrantes de la Casita de los chicos, frente al mural que ellos mismos pintaron.

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Las cunetas y las zanjas llamaron la atención de las hermanas, sobre todo de la rumana Matilda.

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La Parroquia de Santa Rosa de Lima.

“Hay gente del centro que colabora con nuestra misión, grupos de damas que juegan cartas y juntan para comprar leche para la Casita de los Chicos. Hay familias que apadrinan a un niño, ayudan con ropa y a comprar útiles esclares.”