EDITORIAL

La matanza de militares en la base de Fort Hood

Los diarios de Estados Unidos han intentado relativizar lo sucedido con la masacre perpetrada por el oficial Malix Nadal Hasan en la base militar de Fort Hood. La interpretación más generalizada es que este psiquiatra de origen musulmán se desequilibró y en un rapto de locura empezó a disparar sobre sus camaradas de armas.

La lectura de los acontecimientos nunca es totalmente objetiva y en este caso particular, su coincidencia con la realidad es mínima. Es verdad que según los informes médicos, Hasán era un personaje algo desequilibrado, pero no es menos cierto que ese desequilibrio estaba relacionado con su identidad religiosa y su reiterada solidaridad con el integrismo musulmán. Algunos de sus camaradas de armas ha dicho después de la tragedia que, en más de una ocasión, Hasan había reivindicado a los “hombres bombas” que actuaban contra Israel y nunca había disimulado sus críticas a la intervención norteamericana en Irak.

Por lo pronto, la actitud de la opinión pública ha sido la de negarse a admitir algo que de confirmarse podría provocar consecuencias imprevisibles para la convivencia con la comunidad musulmana que desde hace años reside en ese país. Es más, dirigentes demócratas y republicanos se han jactado de que los musulmanes norteamericanos están mucho más integrados que los que viven en Europa. Tanto es así que, por ejemplo, a los dos días de perpetrado el atentado criminal contra las Torres Gemelas, el presidente George Bush asistió a una ceremonia religiosa celebrada en una mezquita de Nueva York para expresar a todo el pueblo que una cosa son los terroristas y otra, muy distinta, la comunidad musulmana.

Este justo punto de vista correría el riesgo de empezar a relativizarse si crece la sospecha de que la comunidad musulmana constituye un grupo de riesgo y un peligro real para la convivencia diaria. Lo sucedido en estos días con Nadal Hasan se inscribe en este contexto. La reacción de la clase dirigente es, por ahora, la de tratar de disimular sus inclinaciones religiosas porque temen que si se asumiera su verdadera identidad se correría el riesgo de desatar una caza de brujas contra los musulmanes en un clima de histeria colectiva que nadie con un mínimo de responsabilidad está dispuesto a soportar.

Por el momento, la teoría del desequilibrado ha dado frutos parciales, pero en el mediano plazo crecerán las probabilidades de que desde los máximos niveles del poder se empiecen a tomar medidas para prevenir eventuales ataques de estas características. En Israel, por ejemplo, se ha resuelto hace rato que los árabes israelíes no integren el ejército, en primer lugar, para no ponerlos en una situación incómoda de tener que luchar contra sus paisanos y, en segundo lugar, para impedir cualquier infiltración que pueda favorecer directa o indirectamente al enemigo.

No parece que algo similar pueda ocurrir en lo inmediato en los EE.UU, pero si el caso se repitiera es muy probable que la actual conducta de prudencia se modifique.