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En plena crisis del treinta, Coca Cola encargó a un artista plástico crear un Santa Claus que levante el ánimo del pueblo estadounidense.

Una historia que merece ser narrada

Es el protagonista de cada Navidad. Figura mitológica si las hay, Papá Noel -sin embargo- tiene su origen en un obispo caritativo llamado Nicholas de Bari que, a diferencia de la imagen con el que se conoce a Santa Claus, era flaco y alto. Aquí, su historia.

TEXTOS. NAIME ABUD. FOTOS. EL LITORAL

Carlos Ruiz Zafón escribió que sólo aceptamos como verdadero aquello que puede ser narrado. Pues bien, para quienes aún tienen dudas sobre la existencia de Papá Noel, vale la pena intentar narrar su historia. Y es que en realidad, las hazañas de este simpático gordito que todos creemos ficticias, surgen de un ser humano de carne y hueso, cuya fisonomía solía ser completamente diferente a como la imaginamos actualmente.

San Nicolás -como se lo conoce en otros lugares- era un hombre alto y flaco que utilizaba un burro como transporte. Adquiere su nombre de una persona real, un obispo cristiano que vivió en el siglo IV después de C. Su verdadero nombre era Nicholas de Bari y vivió en la región de Myra (Turquía).

Los estudios afirman que Nicholas fue un hombre muy rico, pero a la vez muy caritativo. Se popularizó por su gran generosidad y amabilidad para con los más necesitados, a quienes hizo beneficiarios de su fortuna personal. Fue llamado “el obispo de los niños”, y su compasión y amor por los pobres lo llevaron a realizar grandes obras altruistas bajo absoluto anonimato.

Esta generosidad desinteresada dio lugar a que su vida se halle plagada de leyendas milagrosas. Precisamente, su relación con los niños nace de uno de esos relatos.

Dinero en la chimenea

Cuenta la historia, que una noche el obispo tuvo una pesadilla: un criminal acuchillaba brutalmente a tres jóvenes para robar sus posesiones. Sin embargo, al despertar, Nicholas descubrió que no había sido solo un sueño, sino algo más cercano a una premonición. Dicen los que saben, que el santo logró detener al asesino, lo entregó a las autoridades y resucitó a los tres muchachos rezando por ellos.

Sin embargo, su mítica fama de repartidor de obsequios se basa en otra anécdota que narra las desventuras de un hombre empobrecido, padre de tres hermosas muchachas. A causa de su miseria, el padre no disponía de la dote necesaria para casarlas y estaba a punto de venderlas como esclavas a un mercader que las iba a prostituir.

El asunto llegó a oídos de Nicholas, quien cada noche fue dejando el dinero necesario para que las hermanas pudieran escapar de la esclavitud. Afín de mantener su anonimato, Nicholas entraba por la ventana y dejaba el dinero dentro de los calcetines que las niñas colgaban sobre la chimenea para secarlos. Sin embargo, cuando estaba dejando la última de las monedas, fue sorprendido por el padre de las muchachas, quien rápidamente difundió el episodio, acrecentando así la reputación de filántropo que tenía el obispo.

Metamorfosis

Mientras el mito de San Nicolás aún no había adoptado una imagen determinada, existían también otras tradiciones. En Italia, los niños recibían regalos de un hada llamada Befana. En España, precisamente en Barcelona, Aragón y algunas zonas de Cataluña, era un tronco mágico el que expulsaba los regalos y dulces tras golpearlo con palos de madera, y en los pueblos de algunos valles vascos y navarros, los regalos los traía el carbonero Olentzero y duendes de barba blanca.

Con el tiempo, y a causa de las maravillas que había logrado, San Nicolás fue reemplazando a algunos de estos personajes paganos.

La tradición de San Nicolás fue especialmente intensa en Holanda, donde se lo llegó a nombrar Santo Protector de Ámsterdam. Por ese entonces, aún se lo personificaba vestido con ropas eclesiásticas y barba blanca, montando en un burro cargando los regalos para los niños buenos en un saco, y un manojo de varas para los chicos que se portaban mal.

Más tarde, hacia el siglo XVII, cambió su medio de transporte por un caballo blanco, que montaba siempre acompañado por su fiel sirviente musulmán Zwarte Piet (Pedro el Negro), un simpático personaje que llevaba un saco lleno de golosinas, que era lo suficientemente grande como para que, cuando se vaciaba, pudiera contener a todos los niños que se habían portado mal durante el año.

Por eso, alrededor del año 1624, cuando los inmigrantes holandeses fundaron la ciudad de Nueva Ámsterdam (actual Ciudad de Nueva York), la costumbre de San Nicolás se arraiga y comienza a cobrar fuerza en lo que posteriormente serían los Estados Unidos.

Más tarde, en 1809, Washington Irving escribió la obra “Historia de Nueva York” , donde relata la presunta llegada del santo durante la noche del 5 al 6 de diciembre (día de la muerte de Nicholas).

Irving lo describe ya sin ropas de obispo y reemplazó el caballo blanco por un corcel volador. San Nicolás adquirió tanta popularidad a partir de este relato, que todos adoptaron la celebración holandesa. El nombre fue derivando de San Nicolás a Sinter Klaas, hasta terminar siendo pronunciado como Santa Claus por los angloparlantes.

El siguiente paso en la evolución de Papá Noel se debió a una publicación en un diario en 1823, titulada “Un relato sobre la visita de San Nicolás”, escrito por Clement C. Moore. Él cambió el trineo tirado por un caballo volador por uno tirado por renos, y situó su llegada en la víspera de Navidad.

A fines del siglo XIX y principios del XX la imagen de San Nicolás es reinventada en Nueva York. El primer bosquejo de cómo se conoce actualmente a Santa Claus fue dibujado por primera vez en 1863 por Thomas Nast, quien publicó sus ilustraciones en la revista Harper’s, entre 1860 a 1880. Nast le añadió otros detalles: su taller en el polo norte con muchos duendes que lo ayudan a fabricar los regalos que piden los niños por medio de cartas; la constante vigilancia sobre la conducta de los niños de todo el mundo; la vestimenta de color rojo y la gordura.

La tradición de San Nicolás se fue extendiendo por casi todo el continente europeo. Fundó sus bases en Gran Bretaña, donde se llamó Father Christmas o Padre Navidad, y de ahí pasó a Francia, donde adoptó el nombre de Père Noël o papá Navidad, del cual deriva Papá Noel.

Creer o no creer

Evidentemente, Nicholas de Bari nunca imaginó la influencia que tendrían sus actos de caridad y cómo acabaría por convertirse en el personaje de una de las tradiciones más celebradas en el mundo entero.

Hoy, niños de todo el mundo esperan impacientes su llegada la víspera del 25 de diciembre.

Para muchos, la historia de Papá Noel puede sonar simplemente a leyenda urbana o mito popular, y citando nuevamente a Ruiz Zafón, “a nadie se le puede convencer de verdad de lo que no necesita creer por imperativo biológico”.

Seguramente, pasada una edad no se necesita creer en Papá Noel, sin embargo, en estas fiestas, a nadie le haría daño darle rienda suelta a la ilusión y creer un poco en los cuentos de hadas.

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El Papá Noel de Thomas Nast.

Rojo para levantar el ánimo

En el año 1931, Estados Unidos vivía una de las crisis más devastadoras en la historia del país. Millones de norteamericanos se preparaban para pasar una de las peores navidades jamás imaginadas. Con la intención de levantar el ánimo nacional y reactivar las alicaídas ventas, la empresa Coca Cola le encargó a Habdon Sundblom (pintor de origen sueco instalado en Chicago), que realizara un dibujo de Santa Claus que, sin alejarse demasiado de la imagen del clásico de Nast, incluyera algunas modificaciones.

Para la campaña publicitaria de Navidad de ese año, Coca Cola quería un Santa alegre, simpático, esperanzador, que vistiera un traje vistoso con los consabidos colores de la bebida: rojo y blanco.

Sundblom recorrió la ciudad buscando un modelo para su retrato, hasta que se topó con Lou Prentice, un jubilado que sería quien finalmente le daría su imagen al Santa de Coca Cola que todos conocemos. Sundblom creó un Santa Claus más alto y todavía más rollizo, aunque más simpático, con pelo blanco y larga barba y bigotes.