Al margen de la crónica

Cambio de hábitos

A semanas del comienzo de la emergencia nocturna, desde diferentes ámbitos se ha opinado sobre las ventajas y desventajas de la medida.

Más allá de las discrepancias que haya generado el proyecto, es necesario considerar que las autoridades debieron tomar - en cierto modo- la iniciativa de poner límites a los chicos, cuestión que, años atrás, era competencia de los padres.

El alcohol y otras sustancias nocivas, sorprendieron la vida de la tranquila sociedad santafesina. Las consecuencias de esas ingestas, que parecían lejanas, hoy están al alcance de los casi niños que buscan divertirse. Los tiempos han cambiado. Las malas costumbres crecieron al mismo ritmo que decayeron las expectativas de los jóvenes de un futuro con objetivos claros.

La lectura de la encuesta del Observatorio del Centro Comercial, muestra diferencias entre las opiniones de los mayores y los menores de 17 años. Quienes tienen menos de esa edad son los que registran mayor desacuerdo con las limitaciones.

La nocturnidad está en el ojo de la tormenta en casi todo el país. El resultado de una noche de desenfreno de algunos -quizás los menos-, pone en riesgo vida y bienes de muchos que, a veces, ni siquiera participan de la diversión.

Los límites pocas veces son simpáticos, pero para que todos podamos caber en el mismo espacio, deben existir. Del mismo modo que los comercios de todo tipo tienen horarios de apertura y cierre y controles diversos, los boliches también deben tenerlos porque son, en definitiva, negocios privados.

Los peligros no son exclusivos de la noche, pero con la luna todo se potencia para peor. ¿Está bien poner topes horarios?, ¿es correcto limitar la entrada a los boliches a los menores y a los mayores a determinada hora?, ¿está bien poner topes al consumo de bebidas espirituosas?

A lo mejor las estadísticas muestren en algún tiempo más, resultados que no están a simple vista. Es función de los gobiernos legislar para el bienestar de la mayoría y prevenir accidentes, heridos y muertos.

Los vecinos tienen derecho a descansar, los jóvenes a divertirse y los padres a saber que sus hijos transitan por una noche medianamente segura. La tarea no es fácil. Pero no se vislumbran alternativas indoloras. Los adolescentes deberán encontrar propuestas que los entretengan y que no precisen del alcohol como motor, la obligación de los padres es ocuparse de saber en qué andan sus hijos y deberán sugerirles alternativas menos peligrosas para el tiempo de ocio, y las autoridades tendrán que controlar que el plan que pusieron en marcha tenga las garantías suficientes para sortear las lamentables consecuencias que hasta aquí se registraban en los lugares de diversión.