Una explicación científica

Inundaciones y siembra directa

A raíz de la situación en San Antonio de Areco, Aapresid defiende la agricultura de labranza cero de las acusaciones que pretendían culparla por lo ocurrido. Aseguran que cuando el suelo se satura “no hay mucho más que decir”.

Campolitoral/Fundación Darse Cuenta

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Frente a la catastrófica inundación que afecta a gran parte de la pampa húmeda, con epicentro en San Antonio de Areco, se han tejido sendas hipótesis. Y se han vertido tantos datos ciertos como ficticios. Con este marco, Aapresid puede brindar algunas referencias, de la mano de investigadores y científicos vinculados a la institución y comprometidos con el Sistema de Siembra Directa.

Para comprender la situación, hay dos premisas básicas de las cuales partir.

En primer lugar, en comparación con suelos en labranzas convencionales, los planteos productivos bajo el Sistema de Siembra Directa, presentan mayor infiltración. Esto significa que en períodos de precipitaciones tienen mayor capacidad de captar el agua de lluvias y almacenarla para el uso posterior por los cultivos.

En segundo término, ante situaciones de altas precipitaciones, el suelo actúa como un “silo de agua”, el cual, una vez lleno, no tiene posibilidad de absorber más agua, dado que su sistema poroso se encuentra saturado. Frente a períodos de altas precipitaciones, como el presente, y una vez recargados los perfiles, todo exceso hídrico indefectiblemente tiene que evacuarse por otras vías, como el escurrimiento superficial (siguiendo un gradiente gravitacional), por evaporación directa a la atmósfera o por percolación a zonas más profundas a las exploradas por los vegetales.

El rastrojo ayuda

Respecto del primer punto, a lo largo de distintas intervenciones en Congresos de Aapresid, el ingeniero agrónomo Rodolfo Gil especialista en suelos de INTA Castelar detalló que los planteos agrícolas, ganaderos o mixtos en siembra directa, al acumular residuos de cosecha en superficie y no remover el suelo, regulan directa o indirectamente el funcionamiento del sistema suelo-cultivo-atmósfera, modificando el balance de energía, agua y materiales orgánicos e inorgánicos.

De hecho, este sistema permitiría disminuir la magnitud de los procesos erosivos. Una adecuada cobertura de rastrojos en superficie (superior al 60-70%) proporcionaría protección frente al impacto de las gotas de lluvia, disminuyendo la desagregación de las partículas y agregados (Marelli, 1998). El aumento en la rugosidad superficial con mayores contenidos de residuos en superficie reduciría la velocidad del escurrimiento, minimizando su agresividad e incrementando la infiltración. Los residuos superficiales actuarían como pequeños diques que demoran el escurrimiento de agua y prolongan el tiempo para su entrada en el suelo (Reicosky, 2005).

Por otro lado, la no remoción del suelo conduce a una menor oxidación de la materia orgánica y a una mayor estabilidad de los agregados del suelo (Wright et al., 1999; Moráes Sá et al., 2001; Moráes Sá et al, 2005; Kennedy y Schillinger, 2006; Pikul et al., 2009), disminuyendo la susceptibilidad de la capa superficial del suelo al efecto disruptivo del impacto de las gotas de lluvia y la formación de costras o “sellado”. Los residuos en superficie contribuirían también a esta reducción en la tasa de descomposición en la materia orgánica a partir de un mayor albedo (grado de potencia reflectora de una superficie mate cuando es alcanzada por la radiación solar), menor temperatura, menor tasa de difusión de oxígeno (Gil y Garay, 2001). La no remoción del suelo contribuye también a la conservación de la bioporosidad del suelo: los canales de lombrices y raíces resultan continuos, más estables y menos tortuosos que los macroporos creados por las labranzas y resultan más efectivos para el ingreso de agua al perfil.

Apostar a lo sustentable

El resultado de todos estos efectos se ve reflejado en la preservación de la estructura del suelo, menor encostramiento superficial, mayor infiltración, menores escurrimientos y menores pérdidas de suelo en sistemas de siembra directa.

En suelos franco-limosos de Estados Unidos se observó al comparar tratamientos con sólo dos años de siembra directa de maíz-soja contra tratamientos con remoción de suelo un incremento de aproximadamente el 100% en la sortividad. Este parámetro representa una medida de la habilidad que tiene un suelo de absorber agua durante el proceso de humedecimiento, y en general, cuanto mayor es el valor de la sortividad mayor es el volumen de agua que puede ser absorbida y de manera más rápida, disminuyendo el escurrimiento.

Por otro lado, la implementación de un planteo de siembra directa, por sí solo, no garantiza minimizar los procesos de degradación del suelo ni asegura la sustentabilidad del sistema productivo. Los planteos de siembra directa deberían ser acompañados de una adecuado plan de rotaciones de rastrojos y raíces que generen una mayor estructuración del suelo y un mayor aporte de carbono, de prácticas de fertilización que balanceen la extracción de nutrientes, del uso de cubiertas vegetales y demás prácticas que tiendan a la estabilidad del sistema de producción.

En referencia al segundo punto planteado, lo cierto es que las copiosas lluvias registradas superan toda previsión. El “silo de agua” está lleno y no hay mucho más que decir o hacer. Pero es claro que ésta es una situación excepcional. Hacia adelante, la recomendación es seguir apostando a planteos productivos sustentables: las externalidades positivas del sistema de siembra directa brindan probadas razones para hacerlo.

los canales de lombrices y raíces resultan menos tortuosos que los macroporos de las labranzas y son más efectivos para el ingreso de agua al perfil.

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Benéficos. Los restos de cultivos anteriores actúan como pequeños diques que demoran el escurrimiento de agua y facilitando su entrada en el suelo.

Foto: Archivo/Juan Manuel Fernández