SEÑAL DE AJUSTE

Puesteros enamorados

Roberto Maurer

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A la locomotora traccionada por las hormonas de los hermanos Sosa, ya en los últimos tramos de su exitoso recorrido, se engancharon a los vagones flamantes de “Alguien que me quiera”. Es un truco conocido de la tele: el ciclo triunfal concluye, sus últimos capítulos se acortan, y su poder de arrastre es utilizado para la nueva tira. Así, “Valientes” se redujo a media hora para ceder espacio al estreno de “Alguien que me quiera”, un estudiado ensayo de trasvasamiento generacional y, de paso, una forma de tirarle los años encima a quienes veían “Perla negra”, por ejemplo. El tiempo transcurrió para actores que fueron protagonistas jóvenes de las novelas de los ‘80, como Andrea del Boca, que hoy es pura pechuga. Y junto a los veteranos, aparecen jóvenes machitos desconocidos que pasarán gran parte del año con el torso desnudo o en musculosa, y que al finalizar la temporada serán tan populares como los chicos de “Valientes”.

Según la promoción, con “Alguien que me quiera” (El Trece, más o menos de lunes a viernes, entre las 22.30 y las 23, aproximadamente) se vuelve a la comedia romántica costumbrista o, mejor dicho, al costumbrismo según la productora Pol-ka, es decir, un mundo recién pintado al cual pueblan con personajes populares que sufren, pelean y aman elevando la voz con frecuencia. Para el caso, el microcosmos elegido es un mercado que no se parece a ningún mercado de la Argentina, ni del mundo que jamás alguien haya visto o siquiera soñado, ni durante un ataque de delirium tremens, salvo en la imaginación de la tele. El Mercado del Sur se parece a una kermés de mazapán, y el habla es más bien neutra, seguramente por las posibilidades de exportación. Apenas se oyó un “boludo”, compensado por alguien que dijo “tontolón” (1).

Primer contacto

Los puesteros son buenos, alegres y generosos, y en ese contexto se inscriben dos personajes que deben volver a empezar una vida. Rodolfo, o el Negro, era ferretero en el mercado y ha salido de la cárcel, donde pasó un par de años acusado de un delito que no cometió. Es cuñado del bondadoso carnicero Armando (Miguel Angel Rodríguez) y padre de la misteriosa Lola (Calu Rivero) y de la varonil Bianca (Luisana Lopilato). Rocío (Andrea del Boca), que se inventa el nombre de Ana, acaba de llegar a la ciudad para refugiarse en la casa de una amiga que trabaja en el mercado, huyendo de las palizas de un marido violento (Juan Palomino) que no acepta su embarazo, y viajando en una unidad de Chevallier: la ostensible exhibición del nombre de la empresa seguramente no fue gratis.

El Negro y Rocío, ahora Ana, ya comenzaron a trabajar siguiendo el consejo que Palito Ortega brinda desde la banda de sonido, donde canta que “para vivir se necesita un gran amor”. La escena del primer encuentro casual fue una intensa caricia de romanticismo para el espectador, casi un manotazo, y se produjo durante un eclipse diurno, cuando el sol es cubierto por otro objeto celeste, en un efecto de apareamiento. El Negro está en una pinturería y ella va por la calle, se detiene, y comienzan a intercambiar sonrisas, una detrás de otra, y de repente se ponen serios, como si cada uno se acordara de otra cosa, tal vez de algo que ensombrece sus vidas, como en el eclipse, y vuelven a sonreír, otra vez, ahora apoyando las manos en la vidriera de la pinturería, mirándose con esa ternura que en los zoológicos se les dedica a los ciervos más pequeños.

Ella sigue su camino, y el Negro la alcanza en un parque.

—¿Pasa algo?- le pregunta.

—Estoy perdida, no soy de acá, nunca estuve más perdida en la vida...

Él le brinda su sonrisa, y nada puede resultar más reconfortante que una sonrisa de Osvaldo Laport, que acumula miles de sonrisas de incontables telenovelas. Es una sonrisa cálida, comprensiva, inocente y siempre profesional. Hasta allí, la magia del primer contacto: no le pasa a todos los que van a comprar pintura.

Se vuelven a encontrar en el mercado, donde los alegres puesteros han organizado una fiesta para recibir al Negro, que acaba de salir de la cárcel, como está dicho, y bailan, mientras otros romances menos inmensos ya se encuentran en movimiento, tomando impulso para aguantar toda la temporada.

(1) Al respecto, el vocabulario de Jacobo Winograd es una referencia potente en materia de argentinismos, incluyendo los de su propia cosecha. Por ejemplo, la creativa expresión “se lastra el pinocho”.

Puesteros enamorados

“Alguien que me quiera” es un estudiado ensayo de trasvasamiento generacional y, de paso, una forma de tirarle los años encima a quienes veían “Perla negra”, por ejemplo, sostiene el autor.

Foto: Télam