Tomás Eloy Martínez y Sandro

Rogelio Alaniz

Me hubiera gustado que a Tomás Eloy Martínez lo velen en el Congreso de la Nación. No sé si a él le hubiera gustado, pero a mi sí, aunque más no sea para saber si efectivamente el Congreso es un lugar de privilegio moral o un lugar de la farándula. No quiero desmerecer a nadie, pero si el Congreso es un recinto donde se honra a los hombres que tuvieron una preocupación solidaria, democrática o justiciera, Tomás Eloy Martínez merecía ser velado en ese lugar mucho más que Sandro.

Insisto. No pretendo ponerme serio y formal, pero si el Congreso es el símbolo de las virtudes republicanas y si las virtudes republicanas son aquellas que incluyen los valores de la libertad y la justicia, en ese lugar merecía estar el autor de “La novela de Perón” y no el cantor de “Rosa rosa”. En principio me parece que un tipo que fue uno de los animadores de la formidable renovación periodística de los años sesenta, que aportó más que nadie en transformar al oficio en una actividad digna, que logró que literatura y periodismo dejaran de ser términos antagónicos, que se comprometió con sus ideas y que hasta el último minuto de su vida estuvo intentando escribir, expresar un pensamiento, formalizar una idea, merecía ser velado en el Congreso.

Insisto una vez más: nada personal contra Sandro, alguien que con todo derecho se dedicó a cantar canciones melódicas y que jamás se interesó y se preocupó por las cuestiones públicas. No discuto su decisión. Por lo menos por ahora. Su mundo fue el de la farándula. Lo suyo lo hizo con dignidad y alguna cuota de talento, pero convengamos que ni por opción de vida, ni por práctica social, ni por sensibilidad se interesó alguna vez por temas sociales.

Es más, si me apuran puedo decir que Sandro no sólo hizo exactamente lo contrario, sino que en tiempos de dictaduras militares, mientras Tomás Eloy Martínez peregrinaba en el exilio, Sandro era un protagonista de la vida nocturna y en los ratos libres filmaba alegremente las peores películas del cine argentino. Lo que se llama un típico apolítico argentino. Un clásico neutral que nunca se mete en política y con su silencio avala los peores regímenes políticos de la historia.

Que nadie me salga al cruce diciendo que una vez le contaron que Sandro ayudó a una viejita a cruzar la calle o que donó unos pesos a los chicos pobres. El compromiso republicano al que me refiero es de otro tipo y en ese punto Sandro y Martínez están en las antípodas.

No voy a decir una palabra en contra de las nenas de Sandro, pero defenderé a los lectores de Martínez. Las nenas con las nenas y los lectores con los lectores. Como corresponde. ¿El Congreso a quién prefiere? Pienso que un velatorio en el Congreso tiene un valor simbólico más allá de sus integrantes. Ese valor simbólico es político, no farandulero. Por lo menos es lo que creeré hasta que alguien me demuestre lo contrario. O hasta que alguien me diga que en realidad Sandro es más popular que Martínez. No lo descarto. Es más, creo que ésa es la verdadera explicación de fondo. Un cantante de boleros dulzones es más importante que un escritor. Así nos va.

Se dirá que no es necesario compararlos. En eso estoy de acuerdo: entre uno y otro no hay punto de comparación posible. De todos modos quisiera que algún legislador o político me responda por qué Sandro fue velado en el Congreso y Tomás Eloy Martínez no. No descarto la posibilidad que su familiares hayan decidido otra cosa o que el propio Tomás sabiendo que el Congreso no es exactamente un templo de la República haya preferido ser cremado y que sus cenizas vayan a una urna. Todo esto es posible, pero aunque más no sea como ejercicio intelectual me gustaría saber por qué nadie dijo una palabra sobre el tema.