Lobos con piel de cordero

Algunas personas parecen encantadoras y sufridas. Pero, detrás de su fachada de cercanía y amabilidad, se suele esconder un individuo amenazador y manipulador.

TEXTO. MARÍA JESÚS RIBAS. FOTO. EFE REPORTAJES.

missing image file

Imagen de “Trilogía de reuniones”, puesta teatral basada en la obra de Botho Strauss.

 

Cuando se salen con la suya, nos premian con una reconfortante intimidad, pero, si no consiguen que nos rindamos a sus deseos e imposiciones, entonces apelan a sus tácticas de castigo, con el insidioso mensaje: “si no me haces caso, si no haces lo que yo te digo, si no te rindes ante mí, sufrirás y lo pasarás mal”.

Los “castigadores” son auténticos lobos con piel de cordero. Parecen personas encantadoras y sufridas. Pero, detrás de su fachada de cercanía y amabilidad, se suele esconder un individuo amenazador y manipulador: si accedemos a sus deseos, habitualmente en detrimento de los nuestros, nos premian con amabilidad, atención y afecto; si no accedemos, nos castigan psicológica y emocionalmente.

Son personas que conocen nuestros puntos vulnerables y muchos de nuestros secretos. Saben cuánto valoramos el vínculo que mantenemos con ellos. Acechan en nuestra familia, el trabajo y las amistades. Pueden ser nuestra pareja, nuestro hijo, nuestro jefe o nuestro amante.

Parecen preocuparse por nosotros, pero aprovechan este conocimiento íntimo para obtener lo que buscan: someternos. Expresan sus amenazas de distintas formas, pero todas significan lo mismo: “el dolor, el malestar y el desasosiego reinarán en tu vida, si no te comportas como yo quiero y necesito”.

EN LAS REDES DE LOS DEMÁS

“Cada vez que caemos en las redes de quienes nos dan o retiran el afecto según les conviene; cada vez que cedemos ante quienes alternativamente nos premian con su cariño o nos castigan con su rechazo o abandono; cada vez que renunciamos a lo que queremos para satisfacer a otro, baja nuestra autoestima y crece nuestro malestar”, señala la psicóloga María del Carmen Ayala, del Centro HARA, de crecimiento personal y autoconocimiento.

“Cuando accedemos a lo que quieren los demás, negándonos a nosotros mismos, nos sentimos mal porque pensamos que hemos vuelto a perder, que siempre cedemos, que no decimos lo que sentimos, que nuestra opinión no cuenta, que nunca se acepta nuestra posición. Por eso hay que librarse de esa trampa cuanto antes”, aconseja la experta.

Para escapar de la manipulación de los “castigadores” y no volver a caer en sus emboscadas o ceder a sus amenazas, hay que entender sus artimañas y enfrentarse a ellas. “Lo primero es entender que la táctica manipuladora de “te premio/te castigo” arraiga con nuestra propia e inadvertida colaboración: es una transacción”, explica Ayala.

Cada uno de nosotros incorpora a sus relaciones una serie de puntos débiles que duelen cuando los tocan: resentimientos, pesares, inseguridades, miedos y cóleras. Los “castigadores” sólo pueden manipularnos si les permitimos que sepan que han descubierto nuestros puntos vulnerables y que zozobraremos si los tocan.

Por otra parte, al capitular y ceder ante sus demandas, por temor al castigo, enseñamos al chantajista a manipularnos: nuestro acatamiento lo recompensa, y, cada vez que lo gratificamos con una acción determinada, le hacemos saber que puede repetirla.

Para mantener nuestra posición cuando un castigador emocional aumenta la presión para doblegarnos, es importante repetirnos a nosotros mismos: “puedo soportarlo”.

Según la psicóloga, “la creencia de que no podemos soportar algo, ya sea herir los sentimientos ajenos, que nos digan ciertas cosas, o lloren, así como nuestro propio sentimiento de culpa o ansiedad, es una trampa que socava nuestra seguridad y de la que debemos escapar”.

PREMIOS Y CASTIGOS

Cuando se hacen predicciones catastróficas o nos amenacen diciendo cosas como “si no me cuidas, acabaré en el hospital”, “así no podré trabajar”, “destruirás esta familia”, “sin ti no lo conseguiré” o “te arrepentirás”, hay que procurar mantenerse firme.

Ante estas y otras amenazas, es aconsejable responder al “castigador”: “es tu elección. Espero que no sea así y ya he tomado una decisión. Ahora estás muy enojado. Si lo piensas, quizá cambies de idea. ¿Por qué no volvemos a hablar cuando estés menos alterado?”.

Podemos acatar una demanda ajena si, después de analizarla, comprobamos que no tiene un impacto negativo y accedemos, porque lo que nos piden es parte del toma y daca de las buenas relaciones y una expresión de generosidad.

Otra opción consiste en decir que sí a lo que nos solicitan con ciertas condiciones; por ejemplo accediendo sólo a algunas partes de la demanda o sólo a lo que podemos cumplir, a cambio de que el castigador abandone sus elementos de amenaza.