EDITORIAL

Bajo fuego

La sistemática embestida del gobierno nacional contra los medios de comunicación, en cuyo marco se registraron “escraches” y agresiones, exacerba la crispación imperante y conduce a un clima de guerra, donde la principal víctima es la ciudadanía.

El enfrentamiento de los Kirchner contra el principal grupo periodístico del país, al que identifica y cuestiona sin ambagues ni tapujos, impulsa la virulencia con que, finalmente, se responde toda información u opinión adversa que se vuelque a través de cualquier medio crítico, al que inescindiblemente se ubica en las filas enemigas. No se trata, entonces y como habitualmente se pretende hacer ver, de contrarrestar desde el Estado el pretendido monopolio informativo sustentado por grupos de poder, sino lisa y llanamente de ejercer la más abierta intolerancia a las visiones discordantes con la propia.

Esta lógica resulta consistente con el temperamento adoptado hacia la oposición política y los jueces que atinan a pronunciarse de manera diferente a la esperada por el oficialismo, extendido sobre esa base -bajo la forma de la descalificación o la sospecha- hacia todo el Poder Judicial.

El sostenido bombardeo verbal, que contamina de manera obsesiva la casi totalidad de los discursos presidenciales y las arengas del jefe del Partido Justicialista, dio paso en los últimos días a una serie de acciones de cuño más directo. Esto corre tanto para las patoteadas en la Feria del Libro como para la pegatina de afiches calumniosos, las agresiones físicas contra periodistas y un cuasi cirquense “juicio” popular en la Plaza de Mayo, tolerado con simpatía -cuanto menos- por el gobierno y que sirvió para mezclar desaprensivamente el cuestionamiento a profesionales asociados al régimen militar, con el agravio a quienes hoy elevan voces críticas hacia el poder de turno.

Si bien el planteo inicial del debate operó como un disparador para sacar a relucir -y discutir- cuestiones vinculadas al manejo de muchos medios de prensa que, habitualmente, quedaban ocultas por un juego de mutuas conveniencias, la mecánica de la diatriba no tardó en desplazar la polémica hacia terrenos mucho más riesgosos, al punto de convertirla en una campaña de hostigamiento inédita en períodos democráticos.

En ese sentido, lo peor que pueden hacer los medios de prensa es dejarse llevar por un reflejo autodefensivo y refugiarse en la trinchera a la cual el gobierno se muestra empecinado en empujarlos, generando un escenario en el cual las tapas de los diarios y los titulares de los noticieros se convierten en proyectiles; por encima e incluso al margen del valor intrínseco de las noticias y de los criterios de selección y jerarquización que atañen al buen hacer profesional.

Como nunca, las hostilidades deben abroquelar al periodismo, pero no en la mera defensa corporativa, sino en la estricta y militante reivindicación de sus incumbencias y prerrogativas. Lo cual requiere sustraerse con entereza de la guerra de bandos inducida por el kirchnerismo, y pertrecharse con el poder de la información veraz y la libertad de la crítica honesta, para protección de los intereses de una comunidad que no puede quedar a expensas del fuego cruzado.