AL MARGEN DE LA CRÓNICA

La pesadilla que no termina

Casi promediando los ‘80 llegó por vez primera a las pantallas un villano terrible. Que por un tiempo estuvo en boca de todos, inclusive en la Argentina del “destape”, de los primeros tiempos de la vuelta a la democracia. Fue, es y será uno de los malos más malos que produjo el cine a lo largo de su centenaria historia. De la misma cepa que Hannibal Lecter, Norman Bates y Darth Vader.

Estamos hablando de Freddy Krueger, el desfigurado asesino de largas garras metálicas y suéter a rayas, que pobló de visiones terroríficas los sueños jóvenes de toda una generación, desde aquella primigenia aparición en “Pesadilla en lo profundo de la noche” en 1984. Y lo siguió haciendo después en una serie interminable de secuelas.

El monstruo fue creado por el maestro del cine de terror para adolescentes Wes Craven, quien también configuró en los años ‘90 esa joyita del subgénero que se llamó “Scream: vigila quién llama”. Y fue encarnado con despliegue, convicción -e inmejorable maquillaje- por Robert Englund, un actor que muy poco pudo hacer fuera de los límites de este personaje.

Veinticinco años después, y en un momento en que las remakes están a la orden del día y, curiosamente, dan buenos dividendos (“Furia de titanes” es un caso, pero hay otros tantos), se realizó justamente una nueva versión de aquel clásico ochentoso. Ya no está Craven tras las cámaras, sino el ignoto director Samuel Bayer. Ni Englund, reemplazado aquí por Jackie Earle Haley, quien ya intervino en films como “Watchmen” y “La isla siniestra”.

Es casi seguro que, dentro de los parámetros que caracterizan al cine actual, esta producción adquiera resonancia en las recaudaciones. Pero nada indica que agregue nada más que nuevos efectos especiales. Lo único que pervive, con seguridad, es la fuerza de un personaje que, a pesar de los años transcurridos, sigue trocando sueños por pesadillas.