Postales de la tierra de San Benito

Típico pueblo recostado sobre las montañas.

Postales de la tierra de San Benito

Un recorrido por la cultura, la historia y la gastronomía de Norcia, pequeño y apacible pueblo de Italia adonde nos condujo, en uno de los viajes organizados para docentes y alumnos del exterior, el Instituto Edulingua (Castelraimondo, Le Marche).

TEXTOS. GRACIELA DANERI. FOTOS. MARÍA LAURA ORTÍZ DE ZÁRATE.

 

En uno de los confines de la región Umbria, en jurisdicción de la provincia de Perugia y enclavada entre los valles de los Montes Sibilinos, se encuentra Norcia, pequeño, típico y apacible rincón de esa Italia que en cada recodo de sus caminos nos depara un sinfín de sorpresas y admiración.

Tan pequeña es esta ciudad -según los últimos registros, hoy alberga una población de apenas 4.987 habitantes-, que realmente uno no espera encontrarse en medio de tanta historia y riqueza artística, artesanal y hasta con particularidades culinarias propias, amén de lo acogedora que es su gente. Y para comprobarlo basta preguntar sobre algún sitio, uno que otro detalle, para que la gente lo acompañe hasta lo que está buscando; o tan sólo transitar sus calles más céntricas para que los comerciantes ofrezcan al visitante pasar a degustar la grappa al tartufo nero (a la trufa negra) o una copita del exquisito lacrima Christi (también con trufas), ambas bebidas espirituosas características de la zona.

RICA TRADICIÓN CULINARIA

En lo que respecta a los embutidos, Norcia, como casi toda Umbria, es sumamente reconocida. Son famosos sus coglioni di mulo rellenos (mejor no traducir, sino buscar en el diccionario...), los jamones, los salames especiales (para untar y el llamado corallina) y sus afamadas salchichas (secas llamadas goccine en su variedad tradicional o picante, rústicas de jamón, y hasta salchichas al jabalí), todo lo cual constituye una delicia excitante no sólo para comer, sino tan sólo el hecho de ver expuesta toda esta producción en stands sobre las veredas, a las puertas de los negocios.

Un capítulo especial merecen también sus quesos: el pecorino (de oveja); la caciotta dolce, de delicado sabor, o bien las variedades a la trufa negra, a la nuez o al peperoncino; y también la ricotta salada. Como apreciamos las trufas son un ingrediente clásico de la cocina umbria; y todo ello sin contar los distintos tipos de pasta: al cacao, al peperoncino, ai funghi porcini (hongos), al azafrán, a las trufas. ¡Gastronomía gourmand de primera! Y que la afabilidad de los norcianos hace que se puedan probar a gusto y piacere.

Y es a este encantador lugar -que tuvo su origen en la época neolítica, cuyo primer asentamiento data del siglo V a.C, y que ostenta también sus blasones históricos pues fue aliada de Roma, allá por el 205 a.C., durante la segunda de las guerras púnicas, aquellas titánicas luchas contra Cartago- adonde nos condujo una de las tantas visitas culturales que siempre organiza para sus alumnos y docentes del exterior el Instituto Edulingua (Castelraimondo, Le Marche).

LA SEDUCCIÓN DE SUS CALLEJUELAS

Norcia es, ciertamente, una localidad seductora (como lo son todas las que se encuentran diseminadas a lo largo y ancho de Italia). Hay una única calle principal, de veredas angostas, hermosos balcones atiborrados de flores y aceras empedradas, flanqueadas por antiguas construcciones, muchas de ellas medievales, que hoy han sido convertidas, como ya apuntamos, en negocios de productos regionales, souvenirs, tiendas, pequeños bares y algunos restaurantes también. Calle ésta que desemboca en la plaza principal del pueblo, con su municipio, el museo que preserva elementos del pasado y, por supuesto, la iglesia, que está consagrada a San Benito de Norcia, y que ostenta el rango de basílica. Este santo abad, que fundó la orden de los benedictinos en el 480 circa, tiene en su homenaje, en el centro de esa misma plaza circular, una estatua que perpetúa su memoria.

El papa San Gregorio Magno dio cuenta de que Benito era hijo de una rica familia del lugar, que se educó en Roma, donde estudió retórica y filosofía. Pero un día, ese joven estudiante decidió escuchar el llamado del Señor y se fue a vivir en soledad, en una cueva que se supone fue el sitio más adecuado para sus meditaciones.

Al cabo de tres años se habían sumado a él no pocos discípulos, con los cuales alrededor del año 529 fundó en Montecassino su monasterio, cuya regla era “ora et labora” (reza y trabaja), y que con el transcurso del tiempo se convertiría no sólo en un centro de irradiación religiosa, sino en un faro de cultura artística, social y económica, que supo preservar para la posteridad todo el antiguo saber allí acumulado. Para ello tomó como base al Evangelio y capitalizó su experiencia personal y la que le aportaba la vida monástica, así como la sabiduría de antiguos monjes.

San Benito, que murió alrededor del 21 de marzo de 547, tuvo una hermana melliza, Escolástica, fallecida poco tiempo antes que él, la que también alcanzó la santidad. Ella, que compartía sus postulados cristianos, emigró a Plombariola donde, a su vez, fundó un monasterio y, además, la orden de las monjas benedictinas.

Se cuenta que, una vez al año, ambos se reunían fuera de los muros de sus respectivos conventos para departir sobre cuestiones espirituales.

NOSTÁLGICO ADIÓS

Así es, en líneas generales, este pueblo que venera a su hijo más preciado (tal como, a no mucha distancia de aquí, Asís hace lo propio con San Francisco), fundador de una congregación que hoy en día tiene abadías diseminadas en más de cuarenta países, entre los cuales se encuentra el nuestro, como que las hay en Victoria y Aldea María Luisa, en Entre Ríos; Santa Rosa de Calamuchita y San Antonio de Arredondo en Córdoba, o en Luján.

Y así nos vamos de Norcia, tierra del santo patrono de Europa, plenos de conocimientos y también de nostalgia; el autobús de Edulingua nos espera en las inmediaciones de la plaza (esta vez, para llevarnos a comer un exquisito guiso de lentejas en un parador de alta montaña), en la que también convergen otras arterias menos comerciales, en las cuales tienen su hábitat los casi cinco mil norcianos que, apaciblemente, residen en el lugar.

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La Iglesia de San Benito y la estatua del santo en la plaza de Norcia.

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Historia

Las primeras trazas de asentamiento humano en la zona de Norcia se remontan a la época Neolítica. La historia de la ciudad comienza con el asentamiento de los sabinos en el siglo V a. C. Se convirtió en aliado de la Antigua Roma en el año 205 a. C., durante la Segunda Guerra Púnica, cuando fue conocida en latín como Nursia, pero las ruinas romanas más antiguas que perduran son de alrededor del siglo I.

Invadida por lombardos

San Benito, el fundador del sistema monástico benedictino, y su hermana melliza Santa Escolástica, nacieron allí en 480. En el siglo siguiente la ciudad fue conquistada por los lombardos, convirtiéndose en parte del Ducado de Spoleto. En el siglo IX padeció ataques sarracenos, que dieron comienzo a un período de gran decadencia.

Luces y ocaso

En el siglo XI fue parte del dominio de San Enrique, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. En el siglo XII, Norcia se convirtió en comuna independiente dentro de los territorios papales. La colaboración con la abadía benedictina de Preci llevó a la creación de la Schola Chirurgica, cuyos estudios permitieron a los de Norcia mejorar las capacidades de criar de sus puercos. La proximidad del poderoso Spoleto y el terremoto de 1324 quebraron las ambiciones de la ciudad, y en 1354 regresó a la autoridad papal.

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Uno de los comercios donde se venden todo tipo de fiambres y quesos tradicionales de Norcia.