El mundial de ellas y de ellos

El mundial de ellas y de ellos

Lo dicho: esta nota, de acendrado y lastimado machismo populista, está viciada de nulidad desde el vamos por los ojitos (¡ojazos, mamita!) escrutadores de ellas, por el olfato infalible que huelen un tufillo de género, por la diferenciación que pretende insinuar que ellas, oh no, por más aggiornadas que se muestren, finalmente no saben nada o saben poco de fútbol...

 

El insulto, la blasfemia ha rodado.

Pero nosotros los supuestos machos cabríos todopoderosos futboleros argentinos unidos (por lo menos para un partido o un conjunto de partidos) debemos también admitir que ya nada será como entonces. Porque si bien el fútbol femenino como práctica deportiva todavía no es tan popular, sí es cierto que las chicas coparon el deporte y no nos referimos aquí a botinera (expresión despectiva para la niña que intenta por cualquier medio acaparar la atención de un futbolista) alguna, sino al disfrute como hincha. Y sólo digo hincha y no agrego nada más...

Las chicas van a la cancha, las chicas se juntan para ver un partido, las chicas salen a festejar, las chicas se embanderan y gritan los goles y putean al árbitro y a la madre del árbitro sin complejos. Muchas de ellas, además, entienden bien el juego y saben lo que es un cuatro-cuatro-dos (otras piensan cualquier cosa, otras acusan, infundadamente por supuesto, que con los años nosotros hemos devenido en un clásico cuatro, tres, dos, uno; y no jodan porque si no no metemos ningún delantero y listo) o la función de un enganche o un stopper.

Pero los partidos que ven ellas y ellos son inevitable, irrefutable y felizmente distintos. Mientras nosotros vemos en el cuatro de Serbia a un tronco irremediable, ellas en cambio ven a un tipo interesante. Y si nosotros estamos atentos a los movimientos del siete (y no tienen por qué hacerse los graciosos justo aquí), ellas comentan con un suspiro que tiene una cola fenomenal. A nosotros nos entusiasma la pegada del ocho alemán y a ellos el lomo de un suplente de una ignota selección africana; nosotros gritamos partilo al medio a ese y ellas dicen ay, qué brusco...

Son diferentes percepciones, como se dijo.

Y uno, que no es ni puede ya ser tan troglodita como siempre, ahora sabe que debe compartir el sillón y el televisor con ella y aceptar sus comentarios y sacarse ese tonito de saberla lunga que todos tenemos en materia de fútbol.

Yo lo único que les digo a mis colegas de género (a mis degenerados colegas) es que cerremos filas, eructemos nuevamente y abramos la brecha que sí existe en este tema entre ellas y nosotros, pues en algún momento a ellas y a ellos se les escapa la tortuga, muestran la hilacha, sacan al verdadero ser que llevan adentro.

Y los insto abiertamente a no aflojar, a mirar Nueva Zelanda y Eslovaquia , aunque sea un bodrio, aunque los vagos apenas puedan acertar dos pases juntos, porque si nosotros aflojamos, dejamos abierta la brecha para que ellas intervengan más adelante y agarren el control para ver el último puterío entre la Alfano y el que fuera. Ese pequeño resquicio de distracción o aburrimiento que esbozamos en medio de Japón-Camerún puede luego ocasionar desastres. No, señor, acá hay que ser monolíticos y compactos, porque una cosa es que aguantemos que se levanten a cada rato o que se pinten las uñas en el punto crítico del partido y otra muy distinta es ceder lisa y llanamente sin ejercer la más mínima resistencia.

Hay que mantener un espíritu preservativo (sin comentarios) de los escasos bastiones que nos quedan. Ellas que miren ojos, colas o lomos si quieren y nosotros, así se los digo, sigamos mirando fútbol. Aunque quedemos en orsai.