De domingo a domingo

La rueda de la fortuna gira en contra de Kirchner y Maradona

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

Ha quedado bien claro en estos últimos días que Diego Armando Maradona y Néstor Kirchner comparten el gen argentino de querer ganarlo todo como fuere y de sostener a voz en cuello que los otros siempre están equivocados, mientras que cuando la realidad impone su fuerza y finalmente les tuerce el brazo suelen salirse por la tangente fácil de echarle la culpa a los demás.

Nunca una autocrítica.

Después están los rasgos comunes de sus personalidades, como la furia, el desorbitarse ante las adversidades, la pasión casi irracional por imponer sus ideas, aún desequilibrando las reglas de la lógica, las contradicciones permanentes y hasta las imágenes de sensibilidad que suelen exhibir para mostrar un rostro más humano.

Por eso, no extraña que estos dos singulares personajes de la vida pública argentina se hayan vuelto a emparentar con sus acciones y declaraciones.

A ver si aprende lo que es el diálogo

Diego, tras la humillante derrota 0-4 ante Alemania en Sudáfrica no logró siquiera bajarse del pedestal de una gloria que ya fue, mientras que el ex presidente acaba de jugar una ficha fuerte cuando, el jueves, afirmó que el espectro opositor “no entiende” qué pasa en la Argentina y menos en el mundo.

Para ambos, quienes no opinan como ellos son simples “mediocres”, tal como lo aseveró Kirchner, cuya única misión en el mundo sería la de ponerle palos en la rueda a sus nobles, aunque obcecadas intenciones.

Pero, como la venganza es un plato que generalmente se sirve frío, desde lo futbolístico seguramente ahora le ha llegado la hora de responder a todos aquellos a los que Maradona ofendió con aquella imagen sexual de dudoso gusto que desparramó en el Centenario, tras la clasificación de la Argentina.

Y en materia política, aunque probablemente el Mundial haya servido como tapadera de la situación, está bien claro que la oposición, tras haber soportado seis largos años de prepotencia, va a fondo por la revancha. En el Congreso, y aún con las limitaciones que les impone ser todavía un mosaico de muchos colores, los opositores se le han parado de manos al kirchnerismo y tienen al ex presidente contra las cuerdas y casi sin aire, de tantos golpes en el hígado que le han pegado para obligarlo a hacer lo que no sabe: dialogar.

En este sentido, los diputados le han recortado al Ejecutivo todos los superpoderes presupuestarios y van a intentar quitarle el control del Consejo de la Magistratura y a reformular el malhadado Indec.

Pero, lo más duro para el gobierno es que la oposición avanza como topadora a favor de un haber mínimo jubilatorio que se ubique en 82% del salario más bajo de la escala ($ 1.500).

Precisamente, en estos días los jubilados han quedado en el ojo de la tormenta, pero esta vez como sujetos activos de la política, ya que han pasado a ser rehenes codiciados en la pelea entre oficialistas y opositores y una vez más variable de ajuste de las necesidades de los demás.

Para los postergados de siempre, no está nada mal tener un poco de protagonismo que haga escuchar su voz, aunque las condiciones no sean las mejores, ya que están siendo tironeados por discursos bien agresivos que parecen atender más situaciones de conveniencia política, antes que a un genuino interés por su mal pasar.

Pero, lamentablemente para ellos y tal como están dadas las cosas en materia fiscal, el proyecto opositor de llevar el haber jubilatorio mínimo de $ 895 a $ 1.230 (37,4%), lo que impulsará seguramente un correlato de subas en toda la escala por aquello de la igualdad ante la ley, puede llegar a ser una ilusión de vuelo corto. Ocurre que la genuina necesidad de millones de personas de edad que viven en situación de permanente tensión porque tienen ingresos por debajo de la línea de subsistencia, proceso que se agrava en lo material porque la calidad de vida de una persona mayor incluye de modo preferente el rubro medicamentos, muchos de ellos crónicos y de altísimo costo, tiene en la actualidad dos barreras de complicado pasaje, como son el embudo fiscal y la inflación, productos de un modelo que sigue siendo defendido a capa y espada por el gobierno, dentro y fuera de las fronteras.

El gran punto flaco del modelo

Para radiografiar sus consecuencias, bien vale reflejar un Informe que dio a conocer al cierre de junio el Programa de Análisis de Coyuntura Económica de la Universidad Católica Argentina (UCA). El mismo sostiene que, si bien los indicadores de actividad económica están en alza, aún con una inversión a la que le falta el “clima adecuado”, un proceso económico como el actual, basado en el consumo y no en la inversión, no se sustenta más allá del corto plazo.

Según la UCA, el punto flaco del modelo es que el recupero del consumo privado no ha sido “generalizado ni suficiente para lograr reducir sustancialmente los niveles de pobreza del país”, por lo que en los hechos se verifica una “incorrelación entre crecimiento macroeconómico y reducción de la pobreza”, tal como ocurría en los años ‘90.

Por eso, y al actual nivel de ingresos, hoy los jubilados militan decididamente entre los pobres.

Precisamente, ante esta realidad, allí es donde el reclamo apunta a que aparezca la política de verdad como mediadora entre las necesidades sociales y las restricciones económicas, casi como un aceite lubricante que elimine la fricción, cuanto más en un tema que debería ser de amplio consenso.

Sin embargo, la realidad de la Argentina actual muestra una cara bien perversa del problema, ya que los políticos de toda laya han decidido poner a los jubilados en la situación de Túpac Amaru y tironean de ellos como botín de guerra.

El gobierno, en su afán de oponerse a los opositores que, a la vez, han encontrado el modo ideal de golpearlo en donde más le duele, dice que hoy no se pueden pagar esos aumentos, pero omite expresar de modo sincero los porqués del “no se puede”.

El ejemplo del empleo informal

En realidad, la hojarasca de la discusión y las diatribas gubernamentales, que tienen día a día adjetivos de más grueso calibre, buscan disimular la impresionante salida de fondos por exceso de gastos o la asignación incorrecta de las prioridades presupuestarias. Desde un costado más ideológico, para el gobierno aceptar el aumento que motoriza la oposición significa reconocer que se debería hacer un ajuste probablemente ortodoxo, a partir de los indisimulables agujeros que tiene en el casco el modelo en vigencia.

Al respecto, el análisis de la UCA también señala críticamente que este modelo económico que “impulsa la demanda agregada con transferencias sociales” no logra solucionar la pobreza, ya que ésta “tiene un piso estructural de 30%, junto a una informalidad afirmada en 40%” y añade, como una paradoja de la situación, que “el empleo informal se afirma de la mano de los planes sociales”.

Justamente, esa informalidad es la que permite que haya 1,5 trabajadores activos con aportes previsionales que ingresan al pozo común de la Anses como sustento para cada jubilado, cuando esa relación debería ser al menos de 3 a 1.

El resto se cubre con impuestos. Lo concreto es que hoy, el Estado no es que no quiera, sino que no tiene ni puede generar lo que se necesita para atender el eventual aumento que implicaría llegar al 82%, unos $ 16 mil millones anuales de piso con aguinaldos incluidos, porque tampoco el Tesoro tiene recursos, ya que los ha asignado a otros menesteres, como por ejemplo los subsidios destinados a seducir a las clases medias urbanas.

Y mucho menos los dispone el ilíquido Fondo de Garantía de Sustentabilidad que armó la Anses con el dinero que provino del ahorro privado que estaba en las AFJP, ya que hoy ese Fondo está plagado de papeles estatales imposibles de realizar.

Después está el trastorno que le significará al Estado cumplir con la sentencia de la Corte del conocido como “caso Badaro”, es decir la actualización de 88% para todas las jubilaciones que nunca fueron aumentadas cuando se retocó la mínima, tal como fue el temperamento de 12 de los 13 ajustes kirchneristas, lo que según el titular de la Anses, Diego Bossio significaría un gasto mensual extra de $ 1.000 millones y un retroactivo, vistas las circunstancias, muy difícil de afrontar.

Ahogando con impuestos y con la inflación

El otro punto crítico del drama de los jubilados es el inflacionario, debido a que si no se produce un cambio bien de fondo, los precios seguirán subiendo y convertirán en poco tiempo el aumento nominal de $ 335 que podrían conseguir en algo imaginario.

En general, la política económica tiene en claro que siempre es más sencillo desde el marketing ajustar por la vía inflacionaria, antes que estar haciendo retoques más clásicos, donde fatalmente alguien tiene que poner la cara. El inconveniente para esta administración es que se la pasa a diario criticando el ajuste de los demás, sobre todo el que están implementando las economías europeas, como si al final de la carrera no hubiese que pagar los platos rotos.

En materia de cálculos electorales, que de eso se trata también el intento de todas las partes por seducir a seis millones de votantes, jugar con la inflación tampoco parecería ser muy redituable para el gobierno ni para la oposición, debido a que los jubilados de hoy tienen memoria inflacionaria, ya que casi todos ellos eran asalariados cuando estalló la híper de Raúl Alfonsín y sus secuelas y son amantes declarados de la estabilidad.

Por eso, votaron a Carlos Menem en 1995 y luego las promesas de seguir igual que hizo Fernando De la Rúa en 1999.

Quizás por ese motivo, el gobierno ya intentó sacarse el sayo de la inflación para intentar pasarle la responsabilidad a los opositores: “Elevar los haberes jubilatorios al 82% móvil disparará un proceso inflacionario, tal como ocurrió en otros tiempos”, metió miedo Florencio Randazzo, con bastante liviandad para un gobierno que ha hecho del fogoneo del consumo interno su caballito de batalla y que ha maquillado hasta el cansancio los índices de precios al consumidor.

Desde ya, que esas expresiones han sonado de difícil digestión para los jubilados quienes, para nada, se sienten culpables de tanto desaguisado macroeconómico, mientras que los dichos del ministro le están abriendo la puerta a un probable y poco popular veto presidencial a la medida.

¿Qué pasaría si los opositores “entendieran” qué cosas pasan en la Argentina y en el mundo? Entonces serían kirchneristas y no opositores y así se anularía la pluralidad y la posibilidad de rectificar lo que aún puede rectificarse. A la hora de las adversidades, en el fondo, ése parece ser es el sueño de todos los Kirchner y los Maradona que andan dando vueltas por allí: que los demás piensen como ellos o que el mundo desaparezca.


El gobierno, en su afán de oponerse a los opositores que, a la vez, han encontrado el modo ideal de golpearlo en donde más le duele, dice que hoy no se pueden pagar esos aumentos, pero omite expresar de modo sincero los porqués del “no se puede”.

En estos días los jubilados han quedado en el ojo de la tormenta, pero esta vez como sujetos activos de la política, ya que han pasado a ser rehenes codiciados en la pelea entre oficialistas y opositores y una vez más variable de ajuste de las necesidades de los demás.

Diego no logró siquiera bajarse del pedestal de una gloria que ya fue, mientras que el ex presidente acaba de jugar una ficha fuerte cuando, el jueves, afirmó que el espectro opositor “no entiende” qué pasa en la Argentina y menos en el mundo.