Edén de Europa junto al mar
Edén de Europa junto al mar
La autora relata su encuentro con Lisboa. La bella ciudad portuguesa bordeada por el río Tajo, con sus siete colinas y sus colores, se convierte en un paraíso que no se olvida jamás.
TEXTOS. NIDIA CATENA DE CARLI. FOTOS. EL LITORAL.
La gran nave avanzaba lentamente en su último derrotero por el Océano Atlántico rumbo al puerto de Lisboa. Mientras tanto, desde la cubierta más allá del barco, mi ansiedad crecía por descubrir el perfil de esa ciudad desconocida envuelta por la bruma de un amanecer de primavera.
A ese encuentro esperanzado, luego de quince largos días de navegación, lo siguió la complicada tarea del amarre en la dársena del puerto. En ello intervenían el práctico y los remolcadores (pequeñas pero potentes embarcaciones) y los hombres rudos del puerto, lanzando los cabos, haciendo funcionar las poleas y aparejos para amarrar el navío; se desata un trajinar febril, gritos, sirenas y el pitar ronco de la nave anunciando su arribo.
La magia de lo presentido se va corporizando cuando la bruma se disuelve tocada por los tibios rayos del sol de abril... ¡Al fin Lisboa! La ciudad cantada por juglares y poetas como: “Edén de Europa junto al mar”.
Luego de cumplimentar los sencillos trámites de desembarque, piso por fin tierra. Y no es un hecho menor después de haber atravesado el Atlántico con varias noches de borrascas... Pero eso ya es una anécdota, una zaga, que volvería a revivir una y otra vez.
Al salir del puerto tomo un taxi y en quince minutos, de apresurada marcha, me deja en mi hotel. Entro y husmeo un poco el ambiente antes de subir a mi habitación en el piso ocho, desde donde tengo una vista cautivante de la ciudad de las siete colinas... Como mi amada Roma.
No puedo sustraerme a la contemplación visual de esa urbe que tiene el río Tajo serpenteando en sus entrañas... y, fundido en el horizonte de la infinitud del océano.
RUMBO AL BARRIO DE ALFAMA
En una empinada colina se encuentra el barrio árabe más antiguo y pintoresco de la ciudad: Alfama, coronado en lo alto por el imponente Castelo de Sao Jorge, fortaleza y palacio real hasta el siglo XVI.
Han pasado treinta años desde mi primera visita a este legendario barrio, y tanto ayer como hoy, lo recorro con un histórico tranvía (el número 28) ¡Que pronto festejará nada menos ciento cuarenta años! Estas máquinas van más de prisa de lo que parecen y no tienen nada de elementos ornamentales, ganando en manejo y rapidez a muchos autobuses. En la empinada subida, apenas da tiempo de ver a la derecha la Catedral da Sé, con sus dos torres gemelas almenadas y un espléndido rosetón que la ilumina. La mandó erigir Alfonso Henriques en 1.147, eligiendo para ello el emplazamiento de la antigua mezquita.
El tranvía continúa su marcha a los banquinazos por estrechas callecitas atestadas de pequeños negocios, de modestas casitas como de juguetes con la ropa tendida en los balcones, con señoras vestidas con batones coloridos y con viejitos sentados conversando en una pequeña plazoleta.
Se anuncia la próxima parada: Largo das Portas do Sol, al lado del mirador panorámico del mismo nombre. Allí desciendo del tranvía y me encamino al punto más estratégico de observación, situado en una amplia terraza donde se ofrece una gran vista del río Tajo, los tejados rojos de Alfama, las cúpulas de las iglesias y las dos torres blancas de Sao Miguel. Me quedaría horas contemplando esas imagines tan únicas para plasmarlas en mis retinas y para siempre en mi alma... Pero debo continuar conociendo y explorando. Finalmente llego al Castelo Sao Jorge, allí me esperaba la guía, que luego de presentarme me cuenta: “El Castelo de Sao Jorge fue una antigua fortaleza árabe hasta el año 1.147, cuando, tras la reconquista de Lisboa el rey Alfonso Henriques transformó la ciudadela en residencia de los reyes de Portugal hasta el siglo XVI; luego pasó a utilizarse como prisión y arsenal de guerra. En 1.755 quedó convertida en ruinas después del terrible terremoto que destruyó casi completamente a Lisboa. Recién en 1.938 se la restauró devolviéndole su aspecto medieval”.
En compañía de Gracia (mi simpática guía) subimos a las torres y paseamos alrededor de las murallas, visitamos sus jardines, recorrimos las callejuelas adoquinadas del pequeño barrio de Santa Cruz que se encuentra dentro de las murallas de la fortaleza. Las casas son muy antiguas rodeadas de macetas llenas de flores y ropa tendida en las ventanas, algunas exhiben emblemáticos azulejos en sus coloridas fachadas.
Es hora de despedirme de Gracia para ir bajando la colina de Alfama hasta toparme con el barrio de Baixa, reconstruído totalmente por el marqués de Pombal luego del siniestro de 1755.
El innovador diseño urbanístico en forma de cuadrícula unió los estupendos soportales de la Plaza de Comercio, frente al Tajo, con las plazas de Restauradores y Pedro IV o Rossio.
ROSSIO: EL PULSO DE LA CIUDAD
La plaza del Rossio es el lugar de encuentro más convocante de Lisboa, con sus cafés, pastelerías, restaurantes o simplemente en un banco de la plaza debajo de su fresca arboleda.
Es un ambiente atrapante que me subyugó... Cansada de andar pero “con resto aún”, me senté en una “cafetaira” (café y pastelería) frente a la plaza para ver pasar la gente multirracial que por allí transitan; eso me dió la oportunidad de escuchar las conversaciones de los parroquianos cercanos a mi mesa, en la que ya se advertía la gran preocupación por los problemas económicos y financieros que se estaban avizorando y no tardarían en estallar; pero además, observé la curiosa separación racial entre blancos y negros, éstos últimos se agrupaban en un extremo de la plaza hablando de su problemática en lengua vernácula .
Me despedí del Rossio echando un vistazo al teatro Nacional de estilo neoclásico, con una gran “fontana” adelante. Luego caminé hasta la estación de trenes de Rossio, un edificio impresionante de estilo neo manuelino con un par de arcos de herradura morisca que vale la pena conocer. Sin embargo, el edificio más excéntrico de la Baixa es el elevador Santa Justa, construído en hierro calado y embellecido con artísticas filigranas, la torre posee un ascensor que conecta Baixa con el Bairro Alto y Estrela, treinta y dos metros más arriba, siendo este un cómodo medio de comunicación para acceder a la parte más alta de la ciudad.
En la cúspide de la torre (se accede por una escalera en espiral) hay una terraza con un café al aire libre, desde donde se dominan vistas espléndidas de Lisboa como el Rossio, el río, y el elegante esqueleto de la iglesia Do Carmo, en un tiempo la más grande de la ciudad, es un fiel recordatorio del terremoto de 1.755. La zona del coro es el único espacio ileso; actualmente alberga un museo arqueológico.
Desciendo de la terraza hasta tomar la pasarela que me conduce a la Rua Do Carmo y, desde allí, directo al Chiado el distrito más elegante y “chic”, con sus comercios y cafés centenarios donde se dan cita intelectuales, artistas, y músicos fadistas (intérpretes de fado) la música de Lisboa que expresa “saudade”, este concepto indefinible que es mucho más que nostalgia, impregnada de tristeza y dulzura. Literalmente significa “destino”à “por lo que se ha perdido en la vida o, por lo que nunca se ha tenido”. Hilando fino siento que el fado está emparentado con nuestro tango, porque ambos cantan al amor, la nostalgia, la tragedia, la vida y la muerte.
La luz de Lisboa no se olvida jamás. Ella funde el azul, el blanco y lo dorado en una pura exaltación de la vida; embellece la piedra de las murallas entre cipreses, naranjos, castaños y el glorioso conjunto de tejados rojos derramados en las colinas. Y, de pronto... un mirador...y otro, me asombran con mil paisajes distintos que me hacen estremecer y proclamar Lisboa Edén, de Europa junto al mar.
BELÉM: PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD
El barrio de Belém es el más alejado de Lisboa, en la desembocadura del río Tajo, desde allí partían las carabelas en busca de nuevas tierras para conquistar y luego dominar.
Actualmente Belém es un distrito con amplias calles, parques, jardines, terrazas que dan al río, y el impresionante conjunto de los Jerónimos y Torre de Belém declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El monasterio de los Jerónimos es la joya máxima del arte manuelino como reconocimiento a las hazañas de Vasco de Gama, en sus viajes por los mares del mundo. Dominaba el puerto de ultramar sobre el Tajo y se fue revistiendo con todo el esplendor que llegaba del extremo oriente. En el corazón del monasterio la iglesia de Santa María escenario de tantas odas- se parece a un recinto iniciático: esplendor y penumbra, piedra dorada, como la del claustro, que, ahí dentro, es de color miel oscura. Al pie de la nave descansan los dos portugueses más ilustres: Luis Camoes y Vasco de Gama.
El claustro, uno de los más bellos del mundo, tiene la ambigüedad de dos destinos posibles jardín de la iglesia o patio del palacio- pero tiene, ante todo, el don de la armonía, la riqueza decorativa, la calidad de la materia: la piedra del valle de Alcántara y los azulejos del siglo XVIII en el mural del refectorio.
La Torre de Belém disfraza su destino defensivo con el de un bello mirador al río, con elementos decorativos que recuerdan las filigranas del minarete de Marrakech. Y en las almenas, los símbolos de la gran aventura de ultramar: la cruz de la Orden de Cristo y la esfera armilar.