EDITORIAL

Ciclovías a oscuras

No son pocos los ciclistas que se debaten entre el riesgo de compartir el asfalto con automóviles, colectivos y motos, y circular por esa verdadera boca de lobo en que se convierten algunos tramos de las ciclovías apenas se oculta el sol.

La falta de iluminación que acusan esos espacios constituye una limitación seria para quienes deciden aventurarse a un recorrido nocturno, y esta situación queda en evidencia a través de reclamos de los propios usuarios y de los vecinos que habitan las zonas aledañas.

Desde hace más de una década, la ciudad cuenta con una red de ciclovías que permiten desplazarse entre distintos barrios de la ciudad sin el peligro que involucra el tránsito por calles y avenidas, además de constituir una alternativa para el esparcimiento y la ejercitación física, proporcionando una invalorable ocasión para combatir el sedentarismo y sus consecuencias sobre la salud.

Aquella red se fue ampliando con el tiempo y permitió, además, recuperar y aprovechar algunos espacios públicos que se encontraban virtualmente ocultos, y alentar a vecinos a embellecer frentes o patios, y sumar ámbitos de juego para los chicos y para el paseo de mascotas, cambiando en buena medida el rostro a las zonas beneficiadas por el trazado. La progresiva forestación a la vera del conducto mejoró la respiración de la ciudad y añadió sombra para atenuar los rigores estivales que caracterizan a esta capital.

Sin embargo, los problemas aparecen por la noche. La oscuridad y la consecuente inseguridad que ésta conlleva se vuelven un verdadero obstáculo para quienes prefieren valerse del más económico y ecológico de los medios de transporte y, de paso, poner en práctica un hábito saludable.

El temor es justificado: no son pocos los hechos delictivos que han tenido a ciclistas como sus principales víctimas y a la falta de iluminación como aliada, disuadiendo en muchos casos a los vecinos de utilizar las ventajas de estos carriles, o exponiéndolos a riesgos que las superan por completo.

Los peatones no escapan a esta situación y, en los barrios que atraviesan las ciclovías son recurrentes los reclamos por la reiteración de hechos delictivos que obligan a chicos y grandes a eludir el cruce o la circulación por estos trazados.

La red de iluminación prevista e instalada, y periódicamente repuesta, sucumbe una y otra vez al accionar de los vándalos, cuya depredación lleva sus efectos, en este caso, más allá de la agresión al patrimonio urbano, y redunda concretamente en una afectación a la calidad de vida de los vecinos. Por todo ello, no resultan ociosos los esfuerzos que puedan hacerse para asegurar un mantenimiento adecuado de la infraestructura vial en general y de la que nos ocupa en particular a fin de que la ciudad resulte habitable para todos.