Minúsculos y grandiosos

 

Arturo P. Lomello

Aparentemente, en comparación con la eternidad, cualquier período por prolongado que sea es igual a nada. Y sin embargo, en este pequeño planeta que gira en torno al sol, ubicado en los suburbios de una galaxia y poblado de seis mil quinientos millones de habitantes, minúsculos seres que desde unos pocos kilómetros de distancia hacia el cielo desaparecen. Y estos minúsculos seres que apenas llegan a una edad promedio de setenta y cinco años tienen sed de eternidad, y quizás por una pasión descontrolada provocada por la falta de fe se matan entre sí, explotan al prójimo, se adormecen con la droga o con diversos recursos para escapar de sí mismos. Y sin embargo, siendo minúsculos están dotados de una sed insaciable que para muchos de nosotros ha recibido la respuesta de la eternidad. Son las enormes, misteriosas paradojas que para muchos otros no existen puesto que no creen que el universo tenga una finalidad.

Conviene ejercitar esta visión cósmica dado que la perspectiva de lo grandioso agiganta la percepción de la realidad y por ende, nos permite también visualizar nuestras miserias.

¿Cómo no sonreír tristemente al tener en cuenta el espectáculo de la mediocridad, la lucha sangrienta por el poder que no escatima medios para lograr sus objetivos en contraste con la grandiosidad que permite la riqueza infinita de la realidad?

Verdaderamente, el nivel general de los humanos aparece con una edad mental que no va más allá de lo que individualmente muestra un niño caprichoso. Nuestras mezquindades despiertan piedad pero lamentablemente no son solucionables para la cultura dominante y se asemejan a los berretines de un niño. Las locuras de Hitler, Mussolini, Stalin, Thatcher, y tantos otros son las pruebas fehacientes, junto a la bomba atómica lanzada en Hiroshima y Nagasaki, de lo que decimos.

Todo este comentario nos lleva a captar, por oposición, que aunque minúsculos humanos estamos relacionados con la eternidad. Cada átomo invisible a simple vista reproduce en pequeño la realidad total y trae a nuestro alcance posibilidades sin término que convendría que todos los percibieran para, por fin, escapar de esta calesita infernal donde desoímos permanentemente aquellos que desde el fondo de los siglos son testigos de que la realidad es infinitamente mucho más que lo que captan nuestros sentidos y prejuicios.

No hay otro remedio para la miopía que terminar de una buena vez con el infrahumano espectáculo de la ceguera producida por las ambiciones mediocres y desmesuradas.

Entonces, el minúsculo planeta con minúsculos habitantes se transformará en aquella realidad para la que hemos sido creados. Pequeños y grandiosos, paradojales como nos muestra la Biblia. Partícipes plenos del misterio del Ser.