El rescate de los mineros chilenos

El mundo entero siguió con renovada ansiedad el rescate de los 33 mineros chilenos, y por un instante pareció que se paralizaban las diferencias, los enconos y las contradicciones en nombre de la solidaridad con esas personas sepultadas desde hacía algo más de dos meses en el fondo del socavón. Lo sucedido reivindica la condición humana y evidencia, por si alguien lo había olvidado, que a pesar de todo la actual civilización coloca a la vida como el valor esencial a proteger.

En efecto, sólo una sociedad convencida de la prioridad de este valor realiza el despliegue de energías materiales y espirituales para salvar la vida de 33 modestos trabajadores chilenos. Es verdad que esta hazaña fue posible por el desarrollo asombroso de la tecnología, lo que demuestra que no es verdad, por lo menos no es una verdad absoluta, que la tecnología sea un factor de enajenación y opresión.

Con todo, y para no perder de vista la perspectiva, este “milagro” fue posible porque los hombres estaban convencidos, más allá de sus diferencias, de sus singularidades e intereses, que la vida es sagrada y que no hay nada más importante que la vida. Lo sucedido en Atacama verifica que la defensa de la vida -sostenida por todas las religiones y todas las morales laicas- no es simple retórica; antes bien, es un ideal palpitante de inusitado valor práctico.

El llamado “espectáculo mediático” demostró para quienes se dedican con sospechoso entusiasmo a despotricar contra los medios de comunicación y las modernas tecnologías, que no sólo son capaces de defender una buena causa sino que su presencia resulta indispensable a la hora de transformar esa causa en un tema nacional y mundial.

Sin exagerar, podría decirse que sin esta suerte de “globalización” mediática, sin la movilización de miles de periodistas, cámaras y filmadoras hacia el lugar del hecho, el acontecimiento no habría tenido el alcance mundial ni habría movilizado tantos sentimientos.

Capítulo aparte merece el pueblo chileno, que se apropió del tema y lo transformó en una gran causa nacional, en una verdadera patriada. No faltan a la verdad los periodistas que aseguran que Chile reforzó en esta gesta su unidad nacional, porque los lazos de solidaridad se extendieron hacia todas las clases sociales, sin distinción de banderías e ideologías.

El gobierno chileno, y en particular su presidente Sebastián Piñera, supieron interpretar con lucidez la hora que se vivía y se pusieron al frente de la emergencia. Lo hicieron con eficacia, refutando con sus actos a quienes desde el otro lado de la cordillera intentaron descalificarlo por su filiación derechista. Puede que para algunos sea paradójico que un gobierno de ese signo alcance sus mayores niveles de popularidad de la mano de los mineros chilenos y gracias a la tecnología y calidad de servicio de una empresa estatal. Pero estas paradojas deben ser también motivo de reflexión para quienes siguen mirando al mundo con las anteojeras de la primera mitad del siglo veinte.