Tribuna política

Los jóvenes: entre la diversión y las responsabilidades

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Algunas formas de diversión están poniendo en peligro la salud y hasta la vida de muchos de nuestros jóvenes, y esto no puede seguir siendo ignorado por los funcionarios, representantes sociales y políticos. Foto: Fulano.

Alicia Gutiérrez (*)

Que las costumbres cambian, no es novedad. Lo que antes era divertido, hoy muchas veces es considerado aburrido.

Pero algunas formas de diversión están poniendo en peligro la salud y hasta la vida de muchos de nuestros jóvenes, y esto no puede seguir siendo ignorado por los funcionarios, representantes sociales y políticos, como es mi caso.

Todos los fines de semana llegan a los hospitales muchos jóvenes con coma alcohólico y otros en muy grave estado, por los diversos accidentes de tránsito, generalmente causados por la ebriedad de los conductores.

Éstas son algunas de las situaciones que enfrentamos a diario y lamentablemente se están convirtiendo en costumbre. Perdemos muchas vidas jóvenes por algunos modos de diversión nocturna que se volvieron hábito: el pre-boliche o las previas a las salidas en casas familiares, en bares o espacios públicos; los juegos de alcohol como forma de “levantar” el clima del pre-boliche o para “no quedarse afuera”; el deambular por el espacio público sin lugar prefijado tanto caminando como en auto -en estos últimos casos se llena el baúl de botellas y la música ambienta la salida; y muchas otras, pero todas relacionadas con el consumo de alcohol.

El consumir o no alcohol no es un problema, siempre y cuando estén presentes los límites. ¿Y cuáles son los límites? La vida, el bienestar físico, la emoción individual y el derecho del otro. Cuando esta barrera se pasa comienza a ser un problema, ya no sólo individual, sino del Estado y de los adultos, responsables de esas vidas.

El alcohol se convierte en un problema cuando está relacionado con la necesidad de tener una identidad, “ser alguien”, con la construcción de las subjetividades, “yo soy yo”.

“La realización de la identidad mediante el alcohol nos está hablando de un adolescente que se siente exigido a ser alguien, en parte por características propias de su etapa vital, pero también y significativamente por condicionantes específicos de un clima de época que exige “ser uno mismo’ un sujeto que se construye a sí mismo a la vez que impone un estricto menú de formas de ser en el mundo. En este menú, las imágenes proyectadas por las publicidades fijan pautas de presentación del yo, que impactan deliberadamente en la subjetividad contemporánea (...) Las publicidades nos muestran sujetos que adquieren un aura de éxito social ni bien ingieren alcohol” (1).

Así, nuestra sociedad impone estereotipos a los que los y las jóvenes deben adecuarse para ser incluidos y no quedar fuera o sentirse discriminados: tener el mejor auto, casa, ser la más bonita, ser delgada, tener muchas mujeres, y más modelos. Las construcciones de las subjetividades se van desarrollando según exigencias sociales.

Existen leyes y ordenanzas que restringen la venta de bebidas alcohólicas a menores, que limitan la venta al público desde determinada hora de la noche. Hay restricciones para la entrada de menores a boliches para mayores y podría enumerar muchas más. Pero a la hora de cumplir todas las limitaciones y restricciones los controles parecen fallar. A pesar de todas las prohibiciones impuestas, estas situaciones siguen existiendo.

Tanto los gobiernos municipales como comunales deben tomar seriamente cartas en el asunto y asumirse como responsables directos del cumplimiento de todas las normas dictadas. Sin el órgano que implemente y haga cumplir las leyes, éstas pasan a ser sólo un conjunto de bonitas palabras e intenciones.

También son responsables de la existencia de estas situaciones los adultos permisivos a la hora de poner límites. Hay funciones del rol de los adultos que son esperables y no se cumplen como la de imponer el respeto a la vida de uno mismo y a la de los otros. Las ausencias de ciertas respuestas a las situaciones antes descriptas se reflejan en algunas frases de los jóvenes como “saben que tomamos pero simulan no saberlo”. Este simulacro es una hipocresía social que conlleva a la pérdida de respeto no sólo hacia la autoridad -sea madre, padre, autoridades políticas, etc.-, sino también la pérdida de respeto hacia su propia vida y la de los otros; hacia la convivencia social.

Las actitudes permisivas de los padres y madres respecto a la potestad de ejercer la autoridad y reglamentar el consumo de alcohol de sus hijos hacen que se generen situaciones de mayor accesibilidad al consumo de alcohol profundizando su tolerancia social.

Todas las restricciones que ya existen y que continuamente estamos pensando en implementar, nunca llegarán a cumplir sus objetivos, que son claramente los de cuidar la vida y bienestar de nuestros jóvenes, si todos los adultos, sea el lugar y responsabilidad que tengamos, no tomamos seriamente este problema y nos posicionamos frente a éstos, con la completa convicción de querer para nuestros jóvenes una vida donde gocen plenamente las libertades con responsabilidad, respeto y cuidado de sí mismos.

(1) En “Imaginarios sociales y prácticas de consumo de alcohol en adolescentes de escuelas del nivel medio”, Observatorio Argentino de Drogas.

(*) Diputada del Partido Solidaridad e Igualdad.