Alarde de impunidad

Encapuchados que meten miedo

Junto a la Comisaría de Colastiné asaltaron una casa de familia para robar la recaudación de un restaurante.

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El asalto reúne características similares a los cometidos por la banda de encapuchados, responsable de numerosos golpes en 2009. Foto: Archivo

 

José Luis Pagés

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Ocurrió a las 2.30 del domingo. Los esposos Gazziano cerraron las puertas del restaurante La Reforma y entraron al jardín de su casa ubicada a escasa distancia de la Ruta 1.

Apenas habían caminado unos pocos metros cuando desde las sombras surgieron tres hombres encapuchados que los encañonaron con armas de fuego y los obligaron a seguir camino.

Los Gazziano no habían superado la sorpresa inicial cuando debieron abrir la puerta y una vez en el recibidor fueron separados uno del otro.

Alejandro Gazziano fue atado de pies y manos quedó encerrado en un baño mientras que su esposa, sus tres hijos y la niñera fueron llevados a uno de los dormitorios.

A esa primera acción siguieron los interrogatorios, por separado. El hombre que por momentos visitaba al prisionero del baño quería saber lo mismo que aquellos que retenían a las mujeres y los niños en el dormitorio, “¿Dónde está la plata?”, preguntaban una y otra vez.

Como la respuesta esperada no llegaba los delincuentes comenzaron a presionar a su víctimas al punto que lo vivido por la familia se convertiría en una experiencia insoportable.

Los interrogatorios se tornaron violentos. Mientras el dueño de casa era sometido a repetidos simulacros de fusilamiento -uno de los delincuentes le apoyaba una almohada y el caño de un revólver en la cabeza-, su esposa era obligaba -prácticamente arrastrada por los cabellos-, a recorrer los distintas dependencias de la casa.

Dos horas y media más tarde los inesperados visitantes concluyeron exitosamente su faena y decidieron abandonar la escena, pero no lo hicieron de inmediato, esperaron la llegada de un remís.

Entonces la familia tuvo que sufrir otros vejámenes. Presenciaron los Gazziano cómo sin apuro y con gran tranquilidad, a cincuenta metros de la comisaría, aquellos individuos se tomaban su tiempo para saborear la torta de cumpleaños de uno de los niños.

En el último acto, desvergonzados y atrevidos, los malvivientes exigieron a la señora Gazziano que les facilitara dos bolsos para guardar el botín, también la obligaron a usar su propio teléfono para pedir un remís.

A las cinco y treinta los delincuentes subieron al móvil que los buscó en la puerta y, satisfechos, partieron con rumbo desconocido. Recién entonces los Gazziano quedaron en libertad de acción y corrieron a la comisaría para denunciar los momentos vividos.

Las víctimas del atraco con los agentes de la URI se dirigieron al restaurante, pero a pesar de haber llevado con ellos las llaves del local, los ladrones lo pasaron por alto y no demoraron en la zona un minuto más.

Hasta hoy, quiénes son y dónde están los encapuchados de siempre, es una pregunta que no tiene respuesta, pero estos con su atrevida acción demostraron ser tan audaces y peligrosos como aquellos que asolaron el camino de la costa hasta septiembre del 2009, cuando la situación escapó a su control y terminaron matando al frutillero Cuevas a la vez que hirieron gravemente a su hijo Alvaro.