Opinión

Cristina y el mundo (después de Kirchner)

Las elecciones en Brasil y EE.UU. y su próxima participación en la Cumbre del G20 son una oportunidad para que la presidenta pulse el estado de la economía global y evalúe dónde está parada la Argentina.

Sergio Serrichio

[email protected]

El triunfo electoral de Dilma Roussef en las elecciones brasileñas y la casi segura derrota de Barack Obama, en las elecciones de “mitad de mandato” en Estados Unidos, que tienen lugar mientras se escribe esta nota, son las novedades políticas más importantes del contexto regional y global para el año que resta de la presidencia de Cristina Fernández, tras el dolorosísimo golpe por la muerte de su marido, el ex presidente Néstor Kirchner.

La victoria de Roussef asegura la continuidad de una relación amigable con el principal vecino y líder regional. El candidato socialdemócrata, José Serra, había explicitado en la campaña su intención de devaluar el status del Mercosur (de Unión Aduanera, aunque imperfecta, a Área de Libre Comercio) y mostraba una determinación más fuerte que la del oficialismo a revertir la revaluación del real, que en el último año fue la moneda del mundo que más se apreció (en particular, respecto del dólar).

En verdad, el gobierno de Lula intentó detener la suba del real, al punto de triplicar el impuesto al ingreso de fondos de corto plazo (lo llevó primero de 2 a 4, y luego a 6 por ciento). Pero no logró revertir el tsunami especulativo causado por las políticas de hiperliquidez con que los países desarrollados (en especial, Estados Unidos) intentan evitar una recidiva de la recesión global que tuvo lugar entre el tercer trimestre de 2008 y la primera mitad de 2009.

Aunque la coordinación de los gobiernos y bancos centrales del Grupo de los 20 (G20) evitó que la recesión se vuelva depresión, los países desarrollados aún están enredados en ella. El crecimiento mundial de los últimos 15 meses fue impulsado por los motores asiáticos (China e India, pero también economías más pequeñas, muy dinámicas y demandantes de materias primas, como Corea del Sur, Indonesia, Malasia, Tailandia, Taiwán, Vietnam) y, en América Latina, por el empuje de Brasil.

El paisaje de brasileños comprando al voleo en nuestro país y la demanda de autos de la economía vecina a las terminales instaladas aquí, gracias a que el real caro vuelve “baratos” a varios sectores locales, es una parte imprescindible de la bonanza de la economía argentina en el último año, que arrastra como taras una inflación alta, una relativamente baja creación de empleo y una inversión anémica. En ese marco, tener a la sucesora de Lula en el Planalto es tranquilizador para la presidenta.

El efecto de la derrota de Obama, en cambio, es más difícil de prever y dependerá de su alcance.

La diferencia entre una derrota dura y una desastrosa se reflejará en la suerte del dólar. Pocos dudan de que a corto y mediano plazo la moneda norteamericana seguirá su declive. Así lo quiere Washington, y la resistencia de China, Japón y Brasil no lo ha evitado. El riesgo es que una suave deriva negativa se convierta, por razones políticas, amplificadas por el pánico y la especulación, en un derrumbe que desemboque en un caos monetario global. Sería la fase final de la “guerra de monedas” que denuncia Guido Mantega, el ministro de Finanzas brasileño

Cumbre

La presidenta podrá apreciar en vivo el pulso mundial y los primeros efectos del resultado electoral en EE.UU. cuando asista, la semana próxima, a una nueva cumbre de líderes del G20, en Corea del Sur.

La participación argentina en ese foro es un legado de los tiempos de Menem; en 1999 el entonces ministro de Finanzas canadiense, Paul Martin, y el de EE.UU., Lawrence Summers, garabatearon sobre una servilleta un listado de países a sumar para armar un foro de mayor representatividad que el G-8, que se demostraba muy insuficiente para tratar temas como las crisis asiática (1997), rusa (1998) o brasileña (1999).

A la hora de los candidatos latinoamericanos, Martin y Summers no dudaron en incluir a Brasil y México, pero vacilaron entre la Argentina y Chile. Nuestro país ganó el lugar, confesó Martin a los periodistas canadienses John Ibbitson y Tara Perkins, porque era “más grande” que el “más serio y mejor administrado” Chile.

Durante casi un decenio, las reuniones fueron de ministros de Finanzas y banqueros centrales, pero en 2008, con Bush en retirada y Obama ya electo, EE.UU. convocó a una Cumbre de presidentes del G20 (19 países y la Unión Europea), por ser el foro disponible más amplio en el que intentar una respuesta coordinada a la crisis mundial. Al fin y al cabo, el G20 junta las cabezas del 70 % de la población y el 90 % del PIB mundiales.

1.jpg

Dilma Rousseff

Foto: EFE

2.jpg

Barak Obama

Foto: EFE


Una de las inflaciones más altas

Si se dispone a escuchar, el contacto con los líderes será sin duda útil a la presidenta. La Argentina actual, además de altos índices de crecimiento, exhibe también una de las inflaciones más altas del mundo y una escasez de inversión que, de no revertirse, tendrá mal desenlace.

Basten para ilustrarla unos datos divulgados por la Comisión Económica para América Latina (Cepal), el viernes 29 de octubre. En el primer semestre de 2010, la Inversión Extranjera Directa (IED) en América Latina creció 16 por ciento, a 50.300 millones de dólares. Pero la IED en la Argentina creció sólo 7,8 por ciento, a 2.174 millones. Nuestro país recibió una octava parte de la IED que fue a Brasil y un sexto de la que fue a México, un cuarto de la que se dirigió a Chile, la mitad de la que se instaló en Colombia y un 37 por ciento menos de la que eligió Perú.

Históricamente, la Argentina peleaba con México el segundo lugar de ese ranking. Ahora es sexta, cómoda, con sólo el 4 por ciento del total (contra entre 20 y 25 % altri tempi). En ese mismo período, la Inversión Directa de argentinos en el exterior se cuadruplicó. El fenómeno de empresarios locales invirtiendo en Uruguay, Brasil u otros países es cuantitativamente muy inferior al de los extranjeros que invierten aquí, pero refleja el clima adverso a la implantación de capital productivo, sin la cual ningún “modelo” o “proyecto” es sustentable.

Aunque la coordinación de los gobiernos y bancos centrales del Grupo de los 20 (G20) evitó que la recesión se vuelva depresión, los países desarrollados aún están enredados en ella.