La crisis alimentaria en el mundo

Cuando producir más no es suficiente

Es posible duplicar la producción de alimentos en los próximos 50 años, pero no resolveremos así la desnutrición y la pobreza nutricional.

Cuando producir más no es suficiente

Es indispensable que los países con potencial agrícola continúen incrementando el volumen de sus cosechas. Pero hay cuestiones estructurales que impiden que ese producto llegue a todos.

Foto: Archivo

 

Por Otto Solbrig

Entre los años 2030 y 2050 habitarán el planeta diez millones de personas: más de diez veces la población mundial a comienzos de nuestro siglo y casi el doble de la actual. Para mantener lo niveles de nutrición de hoy, deberíamos duplicar la producción de alimentos en los próximos cincuenta años. ¿Es esto posible? Aunque hay discrepancias entre los expertos, se puede afirmar que -desde el punto de vista puramente agronómico- no hay limitaciones serias para hacerlo.

Existen dos caminos: a través del aumento de la superficie cultivada y del incremento de los rendimientos de cultivos en las zonas ya bajo labranza. Ambas vías son posibles, si hay suficientes estímulos financieros y si se fortalece la investigación agrícola, sobre todo en el área del uso sustentable de los recursos naturales. De hecho, a partir de las tecnologías de la llamada “revolución verde”, la producción agrícola por persona creció en más de 2 por ciento anual durante los últimos 25 años. La pregunta es, sin embargo: ¿por qué persisten la malnutrición y el hambre, aún en países desarrollados, si somos capaces de producir alimentos?

Sólo una cifra estadística

Un error común en este debate es el cálculo de cuánto alimento se produce. Suele hacerse dividiendo el total de la producción para el total de la población. Este cómputo indica que en estos momentos estamos en capacidad de alimentar con una dieta vegetariana básica a más de siete mil millones de personas, de decir, mil 500 millones más de las existentes hoy. Pero se trata sólo de una figura estadística que da una idea vaga de la realidad. Para entender el problema alimentario, hay que hacer un análisis en términos locales y no globales. La capacidad local de producción de alimentos varía de región a región y de país a país.

Entre 1986-88, de 213 países, 99 producían menos del 100 por ciento de sus necesidades, 41 de ellos en África al sur del Sahara y 27 en América Latina. Una manera de medir el nivel de acceso a los alimentos de una región constituye el Ingreso Energético por Persona (IEP). La región con el mayor IEP es América del Norte con 3 mil 600 calorías/persona/día, mientras la zona al sur de Sahara sólo tiene dos mil noventa y nueve, es decir, 49 por ciento menos calorías. Y dentro de un país, hay contradicciones: pese a su alto IEP, Estado Unidos, por ejemplo, registra 13 por ciento de desnutrición.

El acceso a una alimentación adecuada depende de una serie de factores: la existencia de alimentos ya sea por producción propia o en el mercado, la capacidad adquisitiva de la familia, el consumo y/o cultivo de una dieta balanceada, la forma de preparación de la dieta que depende factores culturales y finalmente, el nivel de salud, edad y actividad de las personas.

De estas variables, la capacidad adquisitiva o, en otras palabras, el nivel de pobreza es el factor determinante de la desnutrición. Porque no se trata de un problema de producción sino de equidad en el ingreso. La seguridad alimentaria del mundo está ligada el nivel económico de los países y de los individuos. Allí donde no sea rentable, la agricultura será de susbsistencia y de bajo rendimiento; mientras donde logre atraer los capitales necesarios, será eficiente y productiva.

A nivel global, debido a la apertura económica y la agresiva competitividad, se registra una reducción de las inversiones agrícolas y una tendencia a la producción exportable, que sólo contribuye a la seguridad alimentaria de forma marginal. Esta liberalidad a ultranza puede conducir también a una explotación inmisericorde de los recursos naturales. Debido a la crisis ambiental, muchos ven el futuro con pesimismo.

Desde el punto de vista agronómico, existen graves problemas: la erosión del suelo, la salinización de tierras de regadío, las plagas agrícolas, la contaminación del agua, la pérdida de biodiversidad y de servicios ecológicos, etc. Aunque colectivamente representan amenazas a largo plazo para una agricultura sostenible, ninguno de ellos pone en peligro inmediato la seguridad alimentaria.

Tres principios

La duplicación de la producción agrícola no resolverá la desnutrición ni la pobreza nutricional en el mundo. Producir más no es suficiente. Debemos encarar la pobreza y la distribución más equitativa del ingreso.

Tenemos que aplicar tres principios. Primero, promover la integridad ambiental, es decir, no erosionar los suelos, reducir la deforestación, eliminar la erosión genética y otros problemas similares. Luego, apostar a la eficiencia económica y así mejorar los ingresos de los agricultores sin aumentar los costos de los productos. Y en tercer lugar incrementar la equidad, para que todos accedan a los beneficios del desarrollo económico. El futuro de la seguridad alimentaria es incierto, como todo futuro. Pero debemos tener confianza.

Los seres humanos rara vez resolvemos los problemas en forma óptima o totalmente racional, pero de una u otra manera nos arreglamos para sobrevivir y mejorar nuestra condición. Creo que seguiremos el mismo camino con la seguridad alimentaria.

A nivel global, debido a la apertura económica y la agresiva competitividad, se registra una reducción de las inversiones agrícolas y una tendencia a la producción exportable, que sólo contribuye a la seguridad alimentaria de forma marginal.

 

¿Quiénes son?

Otto Thomas Solbrig, nacido en la Argentina el 21 de septiembre de 1930, es un ecólogo y evolucionista de nuestro país, radicado en Boston, Estados Unidos. Se ha especializado en la biología de las poblaciones vegetales, en particular en la interfase entre ecología, evolución y economía y su relación con el uso de los recursos naturales y la agricultura en América Latina. Dedica gran parte de su atención a la historia económica de la agricultura y de la agroindustria de Argentina.

Fabiana Dimase es rosarina, directora de la Cámara de Comercio e Industria Argentina-India, y profunda conocedora del idioma, cultura y actividad productiva de la India y la región, a la que viaja con asiduidad.

A nivel global, debido a la apertura económica y la agresiva competitividad, se registra una reducción de las inversiones agrícolas y una tendencia a la producción exportable, que sólo contribuye a la seguridad alimentaria de forma marginal.

/// EL DATO

Cuando producir más no es suficiente

Fabiana Dimase, directora de la Cámara de Comercio e Industria Argentina-India y Otto Thomas Solbrig, especialista argentino en alimentos, profesor de Harvard.

Foto: Gentileza Cámara de Comercio e Industria Argentina-India.

India: una economía gigantesca que aprieta el acelerador

La India es un mercado clave para la Argentina porque junto a China es una de las grandes aspiradoras globales de granos, harinas vegetales y aceites. A partir de los mejores ingresos de una parte de la población, la gente está cambiando su dieta tradicional. Básicamente reemplaza los platos en base a féculas (arroz, legumbres y trigo) por más proteínas animales y lácteos. La gran mayoría de los granos y harinas que exporta el competitivo complejo agroindustrial argentinos se usan para alimentar cerdos y pollos.

Hay una cifra clave para comprender la tracción que ejerce este mercado. En la India nacen 15 millones de personas por año, es una nueva Argentina cada dos años y medio. La población se estima en 1.100 millones de habitantes, pero el ritmo de crecimiento demográfico triplica al de China. Por eso se proyecta que en el 2025 será el país más poblado del mundo.

Las exportaciones nacionales se concentran en aceite de soja (más del 70%) y girasol. También azúcar, algunos cereales, pieles y cueros. Pero hay oportunidades para vender alimentos congelados (ya hay empresas que están explorando el mercado), maquinaria agrícola, la tecnología del GNC (que India quiere impulsar) y además se puede participar en los proyectos para modernizar la infraestructura del país.

En los últimos quince años, las ventas globales argentinas se multiplicaron por ocho: de 100 millones de dólares (1994) a más de 800 en el 2007. En una entrevista con El Litoral, el embajador de la India, R. Viswanathan aseguró que el intercambio comercial entre ambos países podría duplicarse en los próximos años. La India considera a la Argentina como un aliado relevante para su agenda alimentaria y energética.