Al margen de la crónica

Chocolate rancio

La popularidad del excéntrico millonario Ricardo Fort pasa por su peor momento, tanto que su ego ha sido castigado hasta por el gobernador de Santa Fe y por el diputado Felipe Solá. El mediático personaje, que aún no ha encontrado su lugar en un medio tan complejo y enigmático como la televisión, hace todos los esfuerzos por resultar un desagradable de tiempo completo y genera reacciones negativas en referentes impensados.

Días atrás Hermes Binner, en un acto en Reconquista, consideró que hay que “cerrar el televisor cuando aparecen algunos personajes que deterioran la cultura argentina”, y estimó que “no es bueno que nuestros chicos vean a Ricardo Fort”. Luego, el ex gobernador de Buenos Aires, sumó una declaración; dijo “no comprender el fenómeno que despierta el -por ahora- ex jurado de Bailando 2010”. Solá apuntó contra el chocolatero en declaraciones televisivas y comentó sin vueltas que “Fort me da vergüenza ajena”, al ser consultado por la figura que más aparece en los medios.

Es probable que ambos hayan hecho esas reflexiones más desde el lugar de padres interesados en la educación de sus hijos que del de políticos. El inexplicable fenómeno del millonario es todo un desafío para los sociólogos. ¿Qué provoca en los argentinos el extraño sujeto? Un sitio de Internet publicó un sondeo hecho entre sus usuarios que concluyó que más de la mitad de los que siguen el derrotero de Fort sólo lo hace para ver cuándo y por qué es borrado de la pantalla chica.

El sueño de heredar una enorme fortuna pierde entelequia cuando uno de los tocados por la varita mágica alardea empalagosamente de su dinero, no duda en comprar simpatías y bravuconea a su antojo; humilla personas, maltrata a sus empleados y, ante el menor traspié, toma su avión y escapa a Miami, su tierra prometida. Sí que es un mal ejemplo; y si no produjera rechazo, sería un emergente notable de una sociedad idiotizada.

La sugerencia de los que desde sus lugares tienen llegada a muchas personas debería ir más allá de proponer que los chicos no vean los programas en los que el potentado está, sino de que los padres también le quiten audiencia. No por una cuestión de moralina; serviría para expulsar la violencia que generan un discurso y una conducta basados en el poder del dinero. La mayoría de los ricos no son bobos; si tienen la responsabilidad de cuidar sus millones, seguramente no les falta inteligencia. Pero más allá del detalle, no está de más recordar que en la vida no todo gira en torno del dinero y de advertir que quien accede a las mejores herramientas educativas no necesariamente se gradúa de buena persona.

El ícono freak ignora una realidad de la que se aleja en limousine y cree que la hora exacta sólo puede conocerse en un reloj suizo y caro. Ojalá que este fenómeno sea un viento pasajero y no la entronización de la estupidez humana de los tiempos modernos.