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Los “Textos literarios” de Maquiavelo

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Maquiavelo, en una escultura emplazada en la florentina Galleria degli Uffizi.

Tanto nomini nullum par elogium” (“Ningún elogio es adecuado a tanta fama”) reza el epitafio de la tumba de Nicolás Maquiavelo en la iglesia florentina de Santa Croce. Un epitafio pertinente, ya que la fama de Maquiavelo superó y aún hoy supera todos los elogios que puedan habérsele prodigado. La prueba, más allá de la insoslayable carga negativa del adjetivo “maquiavélico”, es que su obra siempre se ha visto acotada a sus trabajos ligados a la política. Pero Maquiavelo es el autor de numerosos otros textos: comedias, poesías, fábulas, prosas varias, que, con una selección de su correspondencia, integran los “Textos literarios” que Colihue presenta, en la traducción y con amplias notas e introducción de Nora Hebe Sforza.

Por empezar se encuentra su célebre comedia “Mandrágora”, de 1518, que cuenta de las estrategias que Calímaco pone en acto para lograr los favores de la bella Lucrecia, con la ayuda de un fraile corrupto, de un pícaro ayudante y un fiel criado, e incluso, con la involuntaria asistencia de la madre y del marido de la bella.

Como señala Sforza, “Maquiavelo representa, quizás más que cualquier otro autor de su época, la imagen de esa civilización florentina a caballo entre las grandes esperanzas del Humanismo del siglo XV y las desilusiones y los terribles miedos que culminaron en el saqueo de Roma de 1527, año de la muerte del ex secretario, y con el “fin de fiesta’ renacentista. El Maquiavelo de la Mandrágora es, pues, un autor que ha escuchado las terribles prédicas del fraile dominico ferrarés Girolamo Savonarola, último confesor de Lorenzo el Magnífico; ha escrito El Príncipe (1513-1514); ha traducido la terenciana Andria (La Andriana) (entre 1515 y 1517 ó 18), y conoce como ningún otro el valor de las intrigas políticas, la natural maldad de los hombres y la importancia de la palabra como medio para convencer”.

Sigue la otra comedia de Maquiavelo: Clizia, de 1524-5, inspirada en Casina, de Plauto. Como en esta obra plautina, un padre y su hijo están enamorados de una jovencita huérfana que ha sido criada en su propia casa. También está la madre de familia celosa que pergeña los medios para alejar a su marido de esta pasión. Se descubre después que la muchacha no es huérfana sino hija de un rico gentilhombre, por lo cual se hace posible la bodas con el joven hijo de la familia. Es de notar que de la esclava Clizia todos hablan, pero no tiene intervención alguna a la largo de la obra, “mitificación del eterno femenino”. La obra hace gala de un uso muy interesante de la “lengua vulgar”, y a propósito de esto vale recordar lo que el propio Maquiavelo escribía en su Discurso o diálogo acerca de la lengua vulgar: “Aún si el fin de una comedia es el de proponer un espejo de una vida privada, no obstante su modo de hacerlo requiere una cierta urbanidad, con términos que provoquen risa para que los hombres, dirigiéndose a esa diversión, aprovechen luego el útil ejemplo que está por debajo. Y por eso las personas cómicas difícilmente pueden ser personas serias, porque no puede existir seriedad en un siervo fraudulento, en un viejo burlado, en un joven loco de amor, en una puta lisonjera, en un parásito goloso; pero bien resultan de esta composición de hombres efectos graves y útiles para nuestra vida. Mas, dado que las cosas son tratadas en forma ridícula, conviene usar términos y expresiones que causen estos efectos, cuyos términos, si no son propios o patrios, donde están solos, completos y son conocidos, no cambian ni pueden cambiar”.

Sigue la narración titulada Fábula de Belfagor archidiablo, en la que se cuenta que, intrigadas las potestades infernales por ver cuántos condenados llegaban a serlo por culpa de las mujeres, deciden mandar a alguien que investigue. Le toca al archidiablo Belfagor, quien bajo forma humana y con una considerable fortuna viene a la tierra para tomar esposa y vivir con ella durante diez años, con el fin de morir después y referir su experiencia. Bajo el nombre de Rodrigo de Castilla y la hermosa apariencia de un hombre de 30 años, el diablo entra en Florencia y elige como esposa a una joven de noble familia. La mujer era soberbia, y apenas se dio cuenta que su marido la amaba, se volvió dominante y pérfida. Tanta era su codicia y la de sus parientes, que el demonio perdió toda su fortuna y se vio obligado a huir. Para salvarse de sus perseguidores, pidió ayuda a un campesino llamado Gianmatteo, y para recompensarle le confesó quién era y le propuso como pago hechizar alguna mujer, de la que no saldría a menos que Gianmatteo viniese a sacarlo. En efecto, de esta manera Gianmatteo se enriquece exorcizando con éxito a la hija del rey de Nápoles, y Rodrigo le dice que ya está saldado el favor y lo conmina a que ya no lo moleste. Pero la hija del rey de Francia cae endemoniada y dada la fama de Gianmatteo es conducido a la corte y obligado a que actúe, bajo la amenaza de que será ahorcado si fracasa. Cuando le traen a la muchacha y Gianmatteo ruega en su oído a Rodrigo que salga de ese cuerpo, el demonio enojado lo injuria por molestarlo y le asegura que conseguirá que lo ahorquen. Sin salvación, el campesino pide al rey que prepare una comparsa de estridentes músicos. ¿Qué es ese batifondo?, pregunta Rodrigo. “Tu mujer que viene a buscarte”, le dice Gianmatteo. Y el demonio escapa y vuelve al infierno para refugiarse: “Y así Belfagor, regresado al infierno, dio fe de los males que comportaba la esposa en una casa. Y Gianmatteo, que supo más que el diablo, regresó muy feliz a su casa”.

Finalmente, se presentan las poesías de Maquiavelo, con los “Decenales” que son relatos del proceso histórico que está viviendo Florencia. También, el poema incompleto “El asno” y otros poemas, textos en prosa y epístolas.