EDITORIAL

Inflación, crecimiento y políticas a largo plazo

Una estrategia clásica de los gobiernos populistas es el acuerdo corporativo para controlar la inflación. La experiencia en la Argentina no ha sido buena, pero no por ello los populistas dejan de insistir en esa fórmula con independencia de los resultados y probando, una vez más, que en política y economía para ciertas concepciones ideológicas la experiencia nada enseña.

El escenario y los actores se reiteran obsesivamente a lo largo de los últimos años. El gobierno convoca a los empresarios y los dirigentes sindicales y establece un acuerdo que supuestamente fundaría una nueva Argentina. Las soluciones duran, en el mejor de los casos, un año y luego se precipita una crisis más dura que la que se deseaba superar porque, les guste o no a los populistas, en las actuales economías se hace muy difícil compatibilizar la multiplicidad de intereses presentes en una economía nacional que, al mismo tiempo, tiende a globalizarse.

En el caso que nos ocupa, la reunión entre el líder de los camioneros, Hugo Moyano, en nombre de la CGT y el titular de la UIA, Héctor Méndez, reproduce paso a paso soluciones que ya demostraron su fracaso.

Por su parte, la presidenta insiste en la necesidad de instrumentar un diálogo basado en principios de racionalidad, institucionalidad y legalidad con las corporaciones sindicales y empresarias. Las intenciones podrán ser buenas, pero los resultados son más que dudosos, entre otras cosas porque su principal aliado, Hugo Moyano, no es precisamente un dirigente que se haya distinguido por respetar estos principios.

La puja distributiva en las sociedades capitalistas por desgracia no se resuelven con acuerdos corporativos, mucho menos en las actuales condiciones de la economía mundial. Si a ello le agregamos la vocación pendenciera de los dirigentes gremiales, el panorama que se abre no puede ser más desolador para la economía nacional y, muy en particular, para las clases populares.

La pretensión de poner límites a la escala inflacionaria que ya está en un treinta por ciento anual, sin duda que es justa pero los instrumentos a los que se recurre son muy opinables. En el mejor de los casos el acuerdo tripartito logrará controlar la inflación algunos meses, pero ésta luego retornará en un nivel superior. Mientras sindicalistas, empresarios y el propio Estado sigan creyendo que la inflación es una consecuencia de la codicia de todos, no se logrará una respuesta seria porque ya se sabe que si el diagnóstico es equivocado los resultados también lo serán.

Lamentablemente, no se trata de apelar a la buena voluntad de sindicalistas y empresarios. Es verdad que el actual crecimiento de la economía a tasas chinas crea una suerte de cortina de humo que impide ver los problemas estructurales internos de la economía. No obstante, si lo que se desea es un crecimiento a largo plazo que no dependa de los humores coyunturales, lo que se impone es diseñar políticas económicas más en sintonía con la experiencia. Una vez más, es necesario recordar que los problemas no se eluden dibujando las cifras del Indec o con discursos agitativos, responsabilizando a los empresarios de los males que padece la sociedad.