Ausencia del Estado y barbarie urbana

 

Los dramas sociales tienen su proceso de incubación. Y un día, cuando están maduros, aparecen en la superficie. Las trágicas jornadas de Villa Soldati pertenecen a esta clase de fenómenos. La explosión se produjo porque la combustión alcanzó su momento eficiente para provocarla. Pero la preparación llevó años. En rigor, no puede hablarse de sorpresa, porque los analistas políticos y sociales preveían desde hace mucho estallidos de este tipo. Ahora ocurrió.

Las raíces del gigantesco problema que representa la concentración poblacional en torno a la ciudad de Buenos Aires llegan hasta el siglo XVIII, cuando se la designa sede del Virreinato del Río de la Plata (1776) y poco a poco comienza a devorarse lo que -andando el tiempo- sería la Argentina. A fines del siglo XIX, la tendencia era tan evidente que distintos hombres políticos, entre ellos Leandro Alem, se opusieron tenazmente a que se convirtiera en la capital federal. El argumento central radicaba en el hecho de que se intensificaría el proceso de concentración social y hegemonía política en detrimento de la forma federal de Estado adoptada por la Constitución Nacional. A comienzos del siglo XX, se empleaba la figura de “la cabeza de Goliat” para aludir a la deformación en curso y a las debilidades implícitas de un gigante con pies de barro. A mediados de la pasada centuria, se multiplicaban los flujos migratorios desde el interior y aumentaba el espesor social del sur de la ciudad y el contorno del Gran Buenos Aires. En las últimas décadas, el proceso de urbanización se acentuó en todo el globo, con sus secuelas de despoblamiento del campo y proliferación de las villas miseria. En los ‘90, el dólar más barato del mundo atrajo con fuerza irresistible a la población pobre de nuestros vecinos países. Para un boliviano, remitir a su familia en el altiplano mil dólares por mes era algo muy fácil de conseguir. Y allá, con esa cifra, se podía vivir meses. Lo mismo ocurría con paraguayos y peruanos y, en menor medida, con los brasileños. Otro tanto acaecía con los chilenos, principalmente en el sur y el oeste.

Las locuras inconsistentes de la Argentina generaban oportunidades que aprovechaban propios y extraños. Hasta que, en 2001-02, la fantasía reventó. No obstante, la gran mayoría se quedó porque, aun así, la Argentina ofrecía mayores chances que sus países de origen. Luego, el ciclo de fuerte crecimiento registrado entre 2003 y 2008 impulsó nuevas migraciones de provincianos y extranjeros, movimientos que fueron saturando la geografía, a la vez que crecían el déficit de viviendas y el trabajo informal; también, las actividades ilícitas. Ese combo, al que cabe agregar las manipulaciones de punteros políticos y la carrera por los posicionamientos preelectorales, encendieron la mecha de la tragedia.

En estos tristes días, las peores miserias políticas y la pertinaz ausencia del Estado se combinaron para dejar a la sociedad sola y a la intemperie, librada a las leyes de la jungla urbana, escenario de la nueva barbarie.