De domingo a domingo

Los políticos se miran el ombligo y

la sociedad queda en manos de Dios

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

Algunas de las miserias más bochornosas de la clase política han quedado bien expuestas a la intemperie en el enfrentamiento de pobres contra pobres que se está dando con la ocupación de un parque público en el barrio porteño de Villa Soldati, debido fundamentalmente a la especulación de los gobernantes, que no se hacen cargo, brincan la pelota de un lado al otro del campo y se pasan facturas sin resolver nada.

En este cuadro de cinismo que agobia a los ciudadanos y que le está dando marco a la muerte, no hay quien pueda salvarse por estas horas del aluvión de imagen negativa que le empezó a caer a baldazos a dirigentes, jueces y gobernantes, una vez que la opinión pública se ha dado cuenta de que casi todos ellos perdieron la brújula mirando su propio ombligo.

Lo paradójico de la situación es que mientras Cristina Fernández celebraba el viernes en la Casa Rosada el Día Universal de los DD.HH. en un microclima muy particular de acendrado autismo, a 20 minutos de allí los vecinos de Soldati, de modo primitivo, entraban al Parque Indoamericano a hacer justicia por su propia mano, se rompían entre ellos las cabezas a palazos y mataban a un intruso al pie de una ambulancia, para sacar a los ocupantes del predio.

Nunca como en ese instante se pudo percibir cómo se podría llegar a afectar la libertad de prensa si se aplicara a pleno la Ley de Medios, ya que nada de lo ocurrido en una punta de la Ciudad se pudo ver en directo por la televisión, debido a que las imágenes en ese mismo instante estaban afectadas de modo obligatorio a la cadena nacional, tal como lo hacían los gobiernos militares o como se podría regimentar hacia el futuro para silenciar voces, sólo porque la presidenta quería que todos los argentinos compartieran un acto que no parecía ni demasiado interesante ni demasiado original, ya que los cánticos de alabanza eran sólo de militantes, las lágrimas eran las de las actrices de siempre y las protagonistas, madres y abuelas, han sido multipremiadas.

El patético minué

En medio de tanta desgracia, los políticos armaron un minué tan patético que es evidente que tiene como trasfondo las elecciones de octubre de 2011 y con esa música danzaron todos quienes tenían que haber encarado una solución rápida del tema. Además, las referencias gubernamentales hacia Macri se mezclaron inevitablemente con la xenofobia ambiente, algo que si bien se le endilgó al Jefe de Gobierno por haber dicho que “la Ciudad no está para resolverle los problemas de vivienda a todo el Mercosur”, se encuentra arraigado en miles de vecinos que temen por la invasión de sus propiedades por parte de los inmigrantes ilegales.

Pero además, y como centro de la cuestión, están los costados más ideológicos del problema, que son parte indisoluble del actual modelo. Tal como la Convertibilidad menemista no fue únicamente el “uno a uno”, sino que estaba complementada por la apertura y la desregulación, junto a una concepción más libre-mercadista (o menos estatista) de la vida, que puso en aprietos a muchas empresas y esencialmente al empleo en los años ‘90, mientras el endeudamiento funcionaba como placebo, el modelo kirchnerista que hoy rige la vida y las haciendas de los argentinos también tiene sus deslices filosóficos, en la vereda de enfrente de aquellos otros, que dejaban que el mercado asigne los recursos, para que sólo subsistan los más eficientes.

Ocurre que ahora el péndulo argentino ha llevado la cosa a una versión cerril del estatismo, con subsidios y prebendas como motores, que se han mezclado para mal con la raigambre corporativa del primer peronismo, un modelo que, mientras dice apuntalar a ultranza la acción del Estado, lo degrada en muchas de sus potestades, como la defensa del valor de la moneda (inflación) o el monopolio del uso de la fuerza (seguridad) o el sostenimiento de una educación o salud de calidad, ya que prefiere la llamada asistencia clientelar a la construcción institucional.

Lo que pasa es que este pseudoprogresismo de raigambre populista, tal como pasó con aquel pseudoliberalismo de la década anterior con todos sus desvíos, tiene en sus genes estos defectos que son inherentes al modelo y que encuentran su techo rápidamente. Muchos analistas sostienen que si el kirchnerismo no se ha destacado precisamente por el uso de una fuerza disuasoria y ha dejado la sensación de que todo vale, probablemente no haya sido porque no desea reprimir, sino porque en el fondo no tiene apego a las leyes. Pese a que las plumas K sostienen con orgullo que “a tres años de la asunción de Cristina se puede decir que la columna vertebral del neoliberalismo fue quebrada y que los intentos de restauración que puedan intentarse en el futuro seguramente encontrarán una fuerte resistencia”, con un grado mayor de observación imparcial podría decirse que el Estado está tan ausente como en los tan resistidos años ‘90.

Laissez faire

Este nuevo dejar hacer, que se manifiesta a diario en cortes de rutas o calles, no ha sido por supuesto gratis en materia de imagen internacional y de mostrar hacia fuera un país deseoso de atraer inversiones. Si no hay respeto por la seguridad jurídica o por el derecho de propiedad, si se deja el campo libre y sin actuación policial para que bandas armadas se crucen con impunidad, será muy difícil pensar en empresarios extranjeros deseosos de radicarse con todas las de la Ley en la Argentina. Al respecto, nada menos que el abogado Sergio Schoklender, responsable de la construcción de viviendas sociales de las Madres de Plaza de Mayo, acusó a los narcotraficantes que actúan como bandas en las villas de impulsar a la gente para que fuera a tomar los terrenos, más allá de los punteros políticos que ofrecían dinero por los lotes, a cuenta de lo que le iban a sacar al gobierno porteño.

La política del gobierno central no sólo ha provocado el relajamiento natural de la autoridad, sino que probablemente también haya fogoneado los deseos de millones de personas por sentirse incluidas, aún a costa de reclamar a tambor batiente, casi como de regalo, una vivienda digna, algo que no pueden lograr otros tantos millones de trabajadores argentinos y extranjeros, cuyo sueldo no les alcanza siquiera para calificar a un crédito.

Tras el menemismo, el péndulo argentino ha llevado la cosa a una versión cerril del estatismo, con subsidios y prebendas como motores, que se han mezclado para mal con la raigambre corporativa del primer peronismo.

Una política del “dejar hacer” que se manifiesta a diario en cortes de rutas o calles y que no ha sido por supuesto gratis en materia de imagen internacional y de mostrar hacia fuera un país deseoso de atraer inversiones.