llegan cartas

Las hermanas Molina

Dr. Alberto Niel.

Señores directores: Estos apuntes fueron pergeñados hace rato (1996) y estaban destinados a engrosar mi libro “Divagaciones...” pero se traspapelaron en los numerosos rimeros que pueblan mi casa de viejo solitario y sedentario. Su pretendido destino final eran los y las canosas sobrevivientes, escasos, de una época que recordamos con nostalgia, que me interpelan en calle San Martín para pedirme que siga escribiendo las pavadas que acostumbro.

A las hermanas Molina las conocí en el viejo Club de Tenis allá por el año 1927, cuando enrojecía con el ladrillo molido de sus courts la zona costera sur del Parque Oroño al lado del Club de Regatas, donde actualmente está el Club Azopardo. Constituían un hermoso ramillete rubio de flores que nos llenaban los ojos, especialmente cuando se bañaban en el río en nuestra inmediata vecindad de mojarritas del Regatas que dábamos los primeros chapuzones y corríamos carreras en su improvisada pileta formada por dos balsas montadas sobre tambores vacíos metálicos de nafta y unidas por varios alambres de 25 metros, en una época de largas y pesadas mallas de baño con púdicas polleritas. “Son las rubias que juegan al tenis y viven cerca de aquí, en la Casa de los Gobernantes”, que era el nombre con que identificábamos al hermoso edificio que hiciera construir don Luciano Leiva, denominado actualmente Casa de la Cultura en Bv. Gálvez y Güemes.

El tiempo pasó. El tenis se mudó a Guadalupe y las niñas crecieron, participaron de una vida social y deportiva activa y grata de recordar y se casaron y tuvieron hijos, cónyuges y descendencia para engrosar la rica historia anecdótica, deportiva, militar, literaria e institucional de nuestra pequeña y querida Santa Fe. Flora, la mayor, se casó con un Reutemann, originando entre otros un hijo que se llamó Carlos. Clelia se casó con Domingo Esquivel, el siempre bien recordado Chacho, tanguero y pianista de excepción, integrante de la barra de Manolo, mi hermano mayor, junto con “Paquín” Alonso, el “Flaco” Corte, los hermanos Ambrosio y otros personajes “de avería”. Uno de sus descendientes es mi gran amigo el diputado Mario Esquivel, al que prácticamente viera nacer y crecer en el Club Gimnasia y Esgrima, destacándose en todas las actividades deportivas, especialmente en basketball, en compañía de Crespi, Sabattini, Villa, Gutiérrez, etc. constituyéndose en un embocador infalible. Excelente jugador de pelota a paleta, prolongó sus habilidades con el instrumento en el tenis criollo y en el paddle. Actualmente nos encontramos periódicamente para luchar en beneficio de los pasivos provinciales y evitar el traslado a la Nación de la Caja de Jubilaciones. Irma se casó con el doctor Rodolfo Weidmann, famoso dirigente radical, padre de Rodolfo Jr., el juez, con quien tantas veces compartiera el frontón de pelota. La menor, la “gringa”, era tímida y callada, buscando los rincones para pasar inadvertida. Formó hogar nada menos que con el exuberante militar Jorge Rodríguez Zía, ameno, versado e inagotable conversador, deportista entusiasta, lleno de toda clase de iniciativas que llevaba exitosamente a la práctica. Su paso por toda clase de regimientos militares, clubes deportivos, ambientes históricos y literarios y servicio exterior, sus documentadas colaboraciones periodísticas serán siempre recordados con afecto y con respeto.