En familia

La gratitud que enriquece

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Desde pequeños, los niños deben aprender a agradecer. Si, en cambio, crecen teniéndolo todo, se instala en ellos la idea de que todo el mundo les es deudor, para servirles incondicionalmente. Foto: AFP

Rubén Panotto (*)

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Cuando éramos niños y alguien -independientemente de su vínculo con nosotros o su edad- nos regalaba algo, aun sin importar su valor material, invariablemente a nuestra espalda escuchábamos la exhortadora pregunta de nuestros padres: “¿Qué se dice...?”, a lo que inexorablemente uno contestaba: “¡Gracias!”. Esa breve ceremonia se repetía toda vez que se recibía algo por pura simpatía o afecto del que lo hacía. De la misma forma, cuando nosotros realizábamos un acto de atención y afecto semejante, recibíamos la gratitud del agraciado, a lo que luego respondíamos: “Por nada”, o “Usted lo merece”.

Esa cortesía, como tantas otras buenas costumbres -como las llamábamos-, han desaparecido del vocabulario popular, siendo penosamente reemplazadas por el arrebato y la indiferencia.

Cuando los niños no son educados en un ámbito de gratitud, se forman pequeños dictadores que creen que todos son derechos, que todo se merece sin mediar ninguna obligación o compromiso. Desafortunadamente, tal concepto ha hecho estragos en las últimas generaciones, con la pretensión de que los demás nos den todo y nos sirvan, sin respeto ni consideración por los adultos y mayores, hasta llegar a la violencia física o psicológica, con el fin de obtener lo que se quiere. Esto sucede cuando los padres no enseñan a sus niños a ser agradecidos, instalándose la idea de que todo el mundo les es deudor, para servirles incondicionalmente.

Aprendizaje por imitación

Aun con la situación planteada, se puede comenzar a desandar el camino y poner manos a la obra. Para eso, debemos tener en cuenta determinados valores éticos y morales que nos reeduquen, que a su vez podamos transmitirles a quienes nos miran como ejemplos.

Así, debemos conocer que la gratitud es la virtud o sentimiento por el cual la persona reconoce el valor de lo que ha recibido como un regalo, un favor, una atención, sin esgrimir ningún merecimiento para ello. Es la predisposición del interior de un corazón complacido, que trata de expresarlo en palabras o en hechos hacia el dador. La gratitud incluye el reconocimiento placentero de que un regalo se ha recibido, y la noble intención de retribuir espontáneamente, en cuanto sea posible, ese regalo o favor, sin ninguna obligación en cuanto a intencionalidad del dador refiere. Por exceso o por defecto, el niño debe aprender a expresar gratitud, primeramente, a sus padres, fuente de satisfacción de la mayor parte de sus necesidades; luego, a su familia, extendiéndose a sus amigos, autoridades y líderes encargados de su formación como individuos y ciudadanos.

Como elemento ilustrativo, he aquí el texto irónico publicado por el Departamento de Policía de Houston, Texas, denominado: “Reglas para criar niños resentidos y delincuentes”, y dice lo siguiente: “En la infancia dele al niño todo lo que desee. De esa manera crecerá con la idea de que el mundo está en deuda con él. No reprenda al niño cuando insulte o descalifique a los demás, celébrelo con risas, pues así le hará pensar que es ingenioso. Evite el uso de la palabra “incorrecto’, puede desarrollarle un complejo de culpabilidad. Esto lo preparará para que, más tarde, cuando la policía lo detenga por manejar su coche a alta velocidad, crea que la sociedad lo persigue. Recoja todo lo que él deje tirado por allí, de manera que se acostumbre a la ingratitud, echando toda la responsabilidad sobre los demás. Dele al niño todo el dinero que desee gastar, y satisfaga todos sus clamores en cuanto a comida, bebida y comodidad. La negación podría conducirle a una frustración dañina. Póngase siempre de parte de él contra vecinos, maestros y policías. Todos están prejuiciados en contra de su hijo. Cuando su hijo esté en verdaderas dificultades, discúlpese diciendo “Nunca pude hacer nada con él’. Prepárese para una vida de pesadumbre. La va a tener con seguridad”.

Como padres no podemos evitar el vernos reflejados en las faltas de nuestros hijos. Por más que busquemos argumentos que nos justifiquen, la función paterna y materna es única e insustituible. Nuestro ejemplo habla más fuerte que nuestras palabras. El ejemplo de gratitud comienza en los padres. El niño percibe un entorno donde el servicio más sencillo es valorado e importante, y aprenderá que las personas cumplen funciones valiosas que también lo benefician. Este aprendizaje por imitación enriquece a la persona de nuestros hijos, reflejando en todas sus acciones una actitud humilde y respetuosa hacia los demás, que le dará un rango distintivo de persona buena y confiable.

Por último, la gratitud que enriquece no es aquella que trata a los regalos y favores como un trueque comercial, sino como la preciosa virtud que genera otras virtudes y valores de este lado del cielo. Así también la Biblia nos enseña: “... debemos dar siempre gracias por todo al Dios y Padre en nombre del Señor Jesucristo”.

(*) Orientador familiar.