Crónica política

¿Maniobras imperialistas?

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Rogelio Alaniz

Llama la atención que el celo que los funcionarios de la Aduana argentina han tenido para revisar a un avión norteamericano en Ezeiza no lo hayan puesto para revisar a un avión argentino que trasladaba a Barcelona una tonelada de cocaína. Se dirá que una cosa no quita la otra o que el error de Morón justifica el acierto de Ezeiza. Es posible, pero no obstante ello, a mí me sigue llamando la atención tanta diligencia en un caso y tanta permisividad en el otro.

En otros tiempos, los funcionarios peronistas habrían justificado lo sucedido diciendo que en un gobierno popular roban los argentinos y son detenidos los ladrones extranjeros, mientras que en un gobierno gorila los extranjeros roban y los ladrones argentinos están presos. Este singular razonamiento fue uno de los argumentos culturales principales de los ideólogos de la causa nacional y popular en los años sesenta, cuando Perón les decía a los muchachos que, si él fuera joven, sería guerrillero, mientras el Brujo López Rega le hacía masajes en la espalda y su esposa le servía té con masitas dulces.

Hoy, por razones de decoro y vergüenza, esa retórica ha pasado a cuarteles de invierno en el repertorio nacional y popular, pero ya se sabe que las consignas que ni se usan muy bien pueden seguir practicándose, no como certeza sino como farsa, como farsa destinada a seducir la credulidad popular.

¿Exagero? Un poco, pero no tanto. Curiosamente, el ex colaborador de la dictadura militar Héctor Timerman y el ex barra brava de Duhalde, el honorable Aníbal Fernández, que intentan convencer a la opinión pública de que lo sucedido en Ezeiza es el acto antiimperialista más importante de América Latina después de la Segunda Declaración de La Habana podría presentarse exactamente al revés.

En efecto, como se sabe el avión imperialista llegó a Ezeiza en el marco de un acuerdo firmado con el gobierno nacional para capacitar a agentes de seguridad en temas de represión de delitos de alto riesgo. Maravilloso. El gobierno nacional y popular permite que el imperialismo, el enemigo de la humanidad, los saqueadores de los pueblos del tercer mundo, los odiosos gendarmes nos enseñen cómo reprimir internamente el delito y nos faciliten armas, tecnologías y drogas. Impecable.

Y, sobre todo, muy coherente. Usted, amigo lector, ¿se imagina un titulo de tapa de Página 12 denunciando al gobierno argentino por haber entregado el principal atributo del Estado, la seguridad interna, a agentes de la CIA y del Pentágono? ¿Se imagina una conferencia de prensa convocada por los muchachos de Carta Abierta y televisada por “6,7 y 8” haciendo la misma denuncia?

De hecho, Página 12, a través del vocero oficial del gobierno nacional, Horacio Verbitsky, defendió el comportamiento del gobierno en la Aduana ante la presunta invasión imperialista, olvidando que previo a ello existió un acuerdo de EE.UU. con el gobierno nacional para realizar un curso que, dicho sea de paso, financiaba Estados Unidos.

No deja de llamar la atención que el propio Verbitsky le reproche a la oposición no solidarizarse con el gobierno nacional en un tema en el cual el David argentino se enfrenta al Goliat yanqui. Y como cuando se incursiona en estos temas conspirativos los límites no existen, el periodista no se priva de sugerir que quienes no comparten la hazaña antiimperialista de Timerman y Fernández en la Aduana son algo así como traidores a la Patria.

Si yo fuera un dirigente opositor amigo de los golpes bajos, les diría a los operadores oficialistas -aunque más no sea para divertirme un rato- que precisamente porque defendemos la soberanía nacional es que condenamos al gobierno de la señora Cristina por haber firmado un acuerdo con el imperialismo para entregarle la represión interna. ¿Miento? Para nada. Efectivamente fue lo que sucedió. O, por lo menos, es una de las interpretaciones posibles de lo sucedido.

Dejemos las fantasías y los delirios por un rato de lado y regresemos a la política. Los ejemplos que puse anteriormente tal vez habrían tenido validez en los tiempos de la Guerra Fría. Veinte años después del derrumbe del comunismo estas lecturas son, en el mejor de los casos, anacrónicas, es decir, no tienen nada que ver con el tiempo presente.

Un acuerdo técnico con Estados Unidos para capacitar recursos humanos en temas nuevos en la agenda social como son la inseguridad y el narcotráfico no se compara con la política del garrote o la invasión de los marines a los pueblos que luchan por liberarse. El avión que aterrizó en Ezeiza no era la avanzada de una invasión, sino el emisario de un acuerdo firmado con el gobierno nacional. Es probable que haya habido alguna irregularidad y está bien que se la hayan marcado. Pero estas diferencias con Estados amigos se resuelven en otros términos porque para eso está la diplomacia.

Pero Estados Unidos, ¿es nuestro amigo? Más allá de las apreciaciones que usted o yo podamos tener de los yanquis, hasta tanto alguien del gobierno me demuestre lo contrario, es nuestro amigo. O, para decirlo en términos diplomáticos: nuestros intereses en lo fundamental son coincidentes. ¿Es así? Por lo menos para el gobierno es así. Es más, la señora Cristina se ha desvivido para rendirle homenajes a la actual administración yanqui. Según los corresponsales extranjeros, nuestra presidente cada vez que habla de Hillary Clinton dice “mi amiga”, una licencia verbal que no sé si la señora Clinton la conoce o la corresponde. Con Obama ha hecho lo imposible para que la mire aunque sea un rato. La señora ha recurrido a sus mejores carteras y diseñadores, a su mejor vestuario -considerado el más caro de la Argentina- para llamarle la atención y sacarse una foto con él.

Insisto: cada uno de nosotros puede tener la opinión que mejor le parezca de Estados Unidos, pero lo que está claro es que la opinión de este gobierno es muy favorable al imperio y, si algún problema tienen, es más por los amores no correspondidos que por cuestiones de principios acerca del destino que le toca a la humanidad en el siglo XXI.

Y si son tan amigos, ¿por qué este escándalo? Aquí es donde interviene la picardía peronista, la clásica picardía peronista en estos temas. Desde hace años se sabe que enfrentarse a Estados Unidos de la boca para afuera vende bien. En 1945 Perón inventó la consigna “Braden o Perón”. Spruille Braden, embajador yanqui, estuvo tres meses en la Argentina, pero el favor que le hizo a Perón duró mas de cincuenta años. Claro que sigue siendo un gran negocio hablar mal de los yanquis. Además, ahora sale gratis.

En otros años, por mucho menos, un conflicto con EE.UU. ponía en jaque a cualquier gobierno. Y, si no me creen, pregúntenle cómo le fue a Frondizi por atreverse a tomar un té con el Che Guevara. Hoy, la foto del Che se vende en la puerta de la Casa Blanca y el director de la CIA admite que su hija tiene un retrato del Che en su cuarto. Sin ir más lejos, Fidel Castro viene a la Argentina y se pasea como un ícono turístico y brinda un recital para nostálgicos en las escalinatas de la facultad de Derecho mientras la Policía Federal controla el tránsito, la misma policía que treinta años antes encarcelaba o algo peor a un estudiante por tener una foto de Fidel en su cuarto.

Kirchner lo invita a Bush a Mar del Plata y le organiza al lado un acto de repudio. Y a Bush la única alternativa que le queda es sonreír y hacerse el distraído, mientras Chávez y ese otro líder antiimperialista que se llama Diego Maradona despotrican contra la explotación del imperio.

Maradona, he aquí un clásico antiimperialista latinoamericano del siglo XXI. Mimado por todos los gobiernos temerosos de enfrentarse al ícono popular. Y mimado por Fidel Castro, que lo invita a la isla y le otorga beneficios reales a los que ningún cubano puede “aspirar”. Los únicos que no se muestran sensibles a sus encantos son los yanquis. Mucho menos a sus aficiones por consumir drogas. Ese atropello imperialista Maradona no lo perdona.

El episodio ocurrido en la Aduana la semana pasada se inscribe en esa cultura, la cultura del tatuaje, del afiche, del consumo liviano de consignas viejas y gastadas. Y, sobre todo, la cultura del oportunismo. Maradona y Timerman no tienen nada que ver con el antiimperialismo de los años sesenta. Agitar hoy el espantajo del imperialismo es una maniobra fullera destinada a distraer a la opinión pública con espejitos de colores. Reitero una vez más a mis lectores: no se alarmen. Ni los yanquis piensan invadirnos -por el contrario, lo que han decidido es no llevarnos el apunte- ni Cristina Fernández es Rosa Luxemburgo, como Aníbal Fernández no es Ho Chi Minh, ni Timerman es Camilo Cienfuegos.