La semana que pasó

Cristina y Scioli, un minué en medio de la Guerra Fría

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La presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el gobernador bonaerense Daniel Scioli llegan al Estadio de la Plata. Foto: Telam.

Hugo E. Grimaldi

DyN

“El riesgo no es que Cristina no sea presidenta, sino que Scioli no sea gobernador y es esto lo que no quieren entender en la Casa Rosada”. Esta frase corresponde a un notorio justicialista bonaerense, quien estuvo sentado en la mesa principal del camping de los camioneros en Sierra de los Padres. El dirigente hablaba por teléfono desde un automóvil que lo trasladaba de vuelta a su feudo, tras haber convenido con sus pares que era mejor mantener todo como está y seguir negociando con el gobierno nacional la cuestión de las listas colectoras, mientras se mantiene la guerra sorda con el kirchnerismo.

Otra frase sobre otro tema: “Viajar apretados o colgados en los trenes es para el Gobierno como la inflación o la inseguridad, una sensación”. La referencia pertenece a Pino Solanas, militante del ferrocarril y candidato presidencial. “Es un negocio millonario y corrupto y este accidente es el resultado del fracaso de un sistema de mal uso de los dineros públicos que ha terminado maltratando a los pasajeros”, agregó el líder de Proyecto Sur, casi simultáneamente a que el ministro Julio de Vido señalara que el kirchnerismo llevaba invertido en ocho años $ 7.500 millones en ferrocarriles.

Una tercera cuestión y otros conceptos: “Los americanos nos están matando en todos los foros internacionales. El envoltorio que armó (Héctor) Timerman nos está costando caro en el G-20, el GAFI y el Club de París. No se puede ser tan irresponsable”, le dijo a DyN un analista internacional, quien estimaba que la Presidenta puso la cara por él cuando habló de la “defensa de la soberanía”, en relación al episodio del avión de los Estados Unidos, sólo para no retroceder, pero que inmediatamente dio la orden de volver a la negociación por los canales diplomáticos, desautorizándolo. Según este hombre, ligado sólo ideológicamente al Gobierno, la idea pudo haber sido “irritar a los Estados Unidos para que llamen a su embajadora a Washington y hacer un show durante tres semanas”, algo que finalmente no sucedió. “Al fin y al cabo, “Martínez o Fernández’ no suena igual que “Braden o Perón”, decía jocoso.

La madeja interna del peronismo, el fatídico choque de trenes del miércoles y la escalada del conflicto con los Estados Unidos fueron los tres temas más relevantes de la semana, que tienen condimentos cruzados entre sí, donde lo electoral surge como elemento aglutinante. Todo lo que pasó, lo que se dice y lo que se hace para sentar posición o diluir responsabilidades, tiene un elemento en común: las elecciones de octubre, como obsesión primordial del kirchnerismo.

Resulta muy legítimo que cualquier fuerza política quiera seguir gobernando y trascender, aunque en este caso hay que separar las aguas entre quienes desean mantener el gobierno para cristalizar una ideología, aún sin admitir que las malas políticas son un lastre no deseado para la economía (Mercedes Marcó del Pont dijo que “este modelo llegó para quedarse”, aunque omitió referirse a los problemas sociales que conlleva, comenzando por la inflación) y entre quienes solamente buscan no perder espacios de poder, cargos o privilegios.

El personaje casi excluyente de los dos primeros temas ha sido, sin dudas, el gobernador bonaerense, Daniel Scioli y su pretensión, también legítima, de ser presidente de la Nación. En ese aspecto, hay que remitirse a la decisión ya tomada por el gobierno nacional de que, si Cristina Fernández se decide finalmente ir por la reelección, sea la cabeza de lista del partido Nuevo Encuentro que llevará como candidato a gobernador de Buenos Aires al ex intendente de Morón, Martín Sabbatella. La idea es sumar por izquierda a votantes que no confían en Scioli, sobre todo en cuestiones que irritan al progresismo, como los métodos para luchar contra la inseguridad. Todos los tironeos previos a la inauguración del Estadio Ciudad de La Plata, que incluían la presencia de Cristina, tuvieron casi el condimento de un encuentro ultraformal entre presidentes, más preocupados por el protocolo que por el fondo de la cuestión. Se convino la ceremonia, la caminata juntos, los lugares y que no haya discursos, como así también que a nadie en las tribunas, fogoneado por aquellos intendentes que más resisten la movida de Sabbatella porque puede complicarles la cosa en sus distritos, se le ocurriera sacar los pies del plato y armar alguna silbatina.

Todo es posible en el juego de las hipocresías. En este minué de conveniencia que bailaron la Presidenta y el gobernador, lo cierto es que Scioli con los intendentes hicieron un acto que no solamente representó una extraordinaria demostración de fuerza ante Cristina, sino que jugaron con el mensaje subliminal de “Scioli presidente”. El hombre que venía en auto, le confió a DyN que “nadie quiere forzar la máquina, pero hoy el gobernador tiene más intención de voto que Cristina. Si se hace lo de Sabbatella y se lleva más de 10% de los votos, como no hay balotaje en la provincia, el riesgo está en que un tercer candidato nos arrebate la gobernación”.

Ese fue el motivo porque todos aceptaron pasar el tema para más adelante, cuando se acerque la hora de las definiciones para la Presidenta. La paciencia estratégica de Scioli tuvo en la semana dos cimbronazos que el gobernador aguantó a pie firme, aún cuando el gusto amargo le haya corroído la boca. Ambos misiles partieron desde la Casa Rosada, desde las dos alas en las que está dividida la interna kirchnerista, con lo cual en La Plata se piensa que los golpes llegaron con el aval presidencial, pese a las sonrisas que imponía el protocolo.

Desde los K más setentistas, lo apretaron al gobernador para que entregue a la cúpula de la Bonaerense, tras la separación de dos comisarios, uno a cargo de José León Suárez y el otro de Baradero, donde hubo episodios de muertes por acción policial. Entonces, Scioli le pidió la renuncia a los 15 comisarios generales que integraban la plana mayor de su policía, en lo que algunos interpretan como una acción para salvar a su ministro de seguridad, Ricardo Casal y el Jefe de la fuerza, Juan Carlos Paggi. No obstante, el acatamiento se lo acredita el kirchnerismo como un triunfo de Nilda Garré y aún hasta de Sabbatella.

La otra gran hocicada la padeció Scioli casi sin chistar, a partir del luctuoso accidente de San Miguel, donde una formación de Ferrovías, la empresa provincial de trenes, se incrustó contra la cola de un convoy local del Ferrocarril San Martín, matando a cinco personas. El gobierno nacional se sacó inmediatamente el sayo de la eventual culpa, pero bastó una pregunta sobre quién era el responsable para que el ministro de Vido lo acribillara a Scioli, a horas del encuentro con Cristina en el Estadio: “Los que despacharon el tren, Ferrovías, la provincia de Buenos Aires”, sintetizó. Al día siguiente, el gobernador se tragó el sapo y decidió intervenir Ferrovías, poniendo al frente a un experto que era de la plantilla de Ferrocarriles Argentinos, pero que también trabajó para el concesionario anterior del San Martín y el Roca, hasta que el gobierno nacional lo echó y le dio esos negocios a una Unidad (UGOFE) formada por las otras tres concesionarias. El punto al que aludía Solanas y que es el más vulnerable de toda la historia es el modo en que se administran los ferrocarriles en la Argentina, una de las obsesiones de Néstor Kirchner desde el minuto cero de su gestión. Sin embargo, tanta enjundia por reparar los errores de los ‘90 sólo tuvieron reflejo en el armado burocrático de un sistema que resulta ser una nacionalización encubierta de los ferrocarriles dedicada a mantener las tarifas bajas debido al subsidio estatal, donde los concesionarios son simples mandatarios y administradores de los dineros públicos, sin ningún tipo de incentivos para invertir.

Por último, está la situación del episodio del avión estadounidense, que no es más que una boutade de consumo interno que ha generado un terrible lío internacional para la Argentina, debido a la irresponsabilidad de hacer política exterior mirándose el ombligo y creer además que hacer eso resulta gratuito. Cuando Marcó del Pont defiende el modelo y gasta su garganta para señalar que los inversores “tienen un horizonte de muy largo plazo para invertir’, probablemente no considera el peso de la política internacional en este mundo globalizado, donde la Argentina casi se ha quedado sin amigos. La propia presidenta del BCRA sabe mejor que nadie que todo este proceso de degradación externa que lleva años y la incertidumbre eleccionaria están provocando una fuga de capitales que se come el superávit comercial, que el dólar paralelo se encabritó para saltear los controles y que ése es el motivo por el cual se han cerrado importaciones y aumentado la aplicación de licencias no automáticas.

Que la ministra Garré haya asegurado temerariamente que “se redujo la criminalidad’ bajo su gestión o que la verborragia de Timerman haya “dado por cerrada la crisis con Francia’, como si ese país hubiese sido el culpable de los desaciertos de 2001, suena tan egocéntrico como el razonamiento de Marcó del Pont cuando dijo que “los países desarrollados no nos entienden’, una frase tan primaria y voluntarista que no sólo ofende la inteligencia de los demás, sino que, en simultáneo, tira por la borda su propio prestigio.

Todos los tironeos previos a la inauguración del Estadio Ciudad de La Plata, que incluían la presencia de Cristina, tuvieron casi el condimento de un encuentro ultraformal entre presidentes.