El discurso populista y el cuento de la cigüeña

Aleardo F. Laría

DyN

 

El término “populismo” se ha utilizado para referirse a realidades tan heterogéneas que los politólogos nunca se han puesto de acuerdo sobre la esencia del fenómeno. El profesor Isaiah Berlin ha señalado que, como en el cuento de la Cenicienta, existe un zapato -el “populismo”- que se ha querido calzar en multitud de pies, pero no se ha encontrado todavía cuál es el que verdaderamente se ajusta al modelo.

Tal vez, más que buscar una forma pura de populismo, sería más práctico señalar, con rigor, los comportamientos políticos populistas que cada tanto afloran en nuestro territorio político. Bajo la etiqueta de “populistas” se han englobado una multitud de fenómenos variados: movilizaciones de masas excluidas que emergieron al escenario político (caso del primer peronismo) o el apoyo popular a reformas neoliberales (tercer peronismo o menemismo); formulaciones populistas de derecha, como el caso del falangismo español de José Antonio Primo de Rivera o expresiones autoritarias de izquierda, como es el caso actual de Hugo Chávez en Venezuela. Se cuentan por decenas los movimientos o partidos que en el curso del siglo pasado y lo que va del presente han sido caracterizados como populistas.

Al ser tan variados y contrapuestos ideológicamente los casos analizados, los politólogos no aciertan a encontrar una única identidad populista y no se ponen de acuerdo acerca de cuáles son los rasgos esenciales que caracterizan al fenómeno. Sin embargo, existe una cierta coincidencia en señalar algunas características que, en general -y con independencia del sesgo ideológico- se acepta que suelen estar presentes en la mayoría de los casos históricos considerados. De esos rasgos, sobresalen dos, por su mayor significación.

El primero es la presencia de un fuerte liderazgo personalista, de modo tal que los partidos o movimientos populistas -caracterizados por su ambigüedad programática- se amalgaman alrededor de una figura que ejerce un fuerte liderazgo. En los sistemas presidencialistas, la figura presidencial es la naturalmente llamada a ejercer ese rol por el control que tienen sobre enormes recursos económicos y políticos que pertenecen al Estado pero que se usan de un modo patrimonialista. Un caso de patrimonialismo es, por ejemplo, el intento de convertir Télam, la agencia estatal de noticias, en un canal de noticias “nac&pop”.

El segundo rasgo sobresaliente está vinculado a las características del discurso populista, que busca motivar a sus adherentes, para lo cual acude a figuras retóricas muy marcadas o a sobreactuaciones dramáticas en el escenario móvil en el que está situado el espectáculo político. Uno de los recursos más usuales es agitar el inconsciente colectivo de las sociedades, denunciando un peligro exterior, para remover los sentimientos nacionalistas de autodefensa más viscerales. Por este motivo algunos han considerado que el populismo produce la sustitución de la lucha de clases por la lucha de frases.

Una muestra elocuente del método de “agitación y propaganda” que caracteriza al populismo, se ha vivido en estos días con la contundente intervención del canciller Héctor Timerman quien, según algunas opiniones oficialistas, habría desbaratado una sibilina maniobra urdida por el neoimperialismo norteamericano de Barack Obama.

Según el “relato” de Horacio Verbistsky en el diario Página/12 (edición del domingo) se habría conseguido así frustrar “la fallida tentativa de una misión militar estadounidense de introducir de modo subrepticio en la Argentina armas, equipos de comunicaciones encriptadas y drogas”. De este modo, la diferencia de numeración en un fusil, la existencia de unas piezas de recambio no consignadas en los extensos listados de la carga de un avión, o los medicamentos situados en el interior de un maletín de emergencia, se han constituido en las “pruebas humeantes” reveladoras de los objetivos ocultos de una misión oficial de buena voluntad pactada entre dos Estados.

La desproporción de la reacción del gobierno argentino en la situación contextual aludida es tan evidente, que han sido muchas las teorías que se han tejido para explicar tan extraño comportamiento. No vale la pena detenerse en ellas, pero todos aquellos que se sientan íntimamente despechados por el itinerario de Obama en su visita al Cono Sur, eludiendo la Argentina, harían bien en recordar aquella frase famosa de Bush cuando se preguntaba “¿por qué nos odian?”. Es probable que para una mayoría de la población, agobiada por el hecho de tener que atender tantas necesidades insatisfechas, estas anécdotas carezcan de relevancia alguna.

En los países de democracias consolidadas, en cambio, donde hay una opinión pública independiente más extensa, estos desaciertos políticos conllevan un costo electoral importante. Tal vez esto explique que el discurso populista sea residual en Europa aunque, como lo prueba el caso Berlusconi, todavía goza de -precaria- buena salud.

En las culturas tradicionales, algunas leyendas -como aquella que a los bebés los trae la cigüeña- eran recursos metafóricos para salir del paso frente a la curiosidad de los niños. En la moderna cultura, utilizar la misma retórica argumental para envolver mensajes políticos, suena un tanto anacrónico y muchos pensarán, con fundamento, que algunos todavía confunden a los ciudadanos con los niños.

Los que se sientan despechados por la elusión de Obama en su visita al Cono Sur, de la Argentina, deberían recordar aquella frase famosa de Bush cuando se preguntaba “¿por qué nos odian?”.

Algunos han considerado que, al remover los sentimientos nacionalistas de autodefensa más viscerales, el populismo produce la sustitución de la lucha de clases por la lucha de frases.