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En contexto

E. A.

La visita al Vaticano de la cúpula del Episcopado argentino mereció una serie de consideraciones políticas -reflejadas por los principales analistas-, que no contradicen el carácter eminentemente pastoral atribuido a la agenda.

Tal como consignó Arancedo a El Litoral, el objetivo del viaje fue entablar contactos personales para tratar los temas que atañen a la Iglesia. Sin decirlo, se habría buscado sortear los “teléfonos descompuestos” en la comunicación sobre el accionar del Episcopado argentino en cuestiones cruciales como la -perdida- discusión sobre el matrimonio homosexual y el debate sobre el aborto.

En el primero, la estrategia dialoguista que prefería Bergoglio -cuestionada por muchos- fue desplazada en el escenario público por un discurso más cerrado y beligerante, que perjudicó la postura eclesiástica y encendió luces de advertencia para lo que se viene. Por esa razón se organizó un área que coordina el accionar de diversas comisiones, a cargo del coadjutor de la diócesis de San Isidro, monseñor Oscar Ojea.

La dinámica entre conservadores y moderados se desarrollará seguramente durante todo el año, pero tendrá una instancia definitoria formal en noviembre próximo, cuando se renueve la conducción de la Comisión Episcopal y Bergoglio deba dejar el puesto, al no tener posibilidad de reelección.

La inminente jubilación del vicepresidente primero, Luis Villalba (Tucumán), deja al arzobispo santafesino, ubicado también entre los moderados, como uno de los candidatos con mayores posibilidades de encabezar la Iglesia argentina. Una función que, quizás como pocas veces, requiere extremar el equilibrio entre la firmeza con que se sostienen las convicciones y la sutileza para expresarlo, sin que una vaya en desmedro de la otra.