Opinión

Había una vez una República

Había una vez una República

Fidel Castro y su hermano Raúl en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, en La Habana Foto: EFE

Otra vez, los Castro intentan rescatar a Cuba de la quiebra económica y social de la que ellos son los principales responsables. ¿Alguna lección para la Argentina?

 

Por Sergio Serrichio

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“Había una vez una República. Tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades, Presidente, Congreso, Tribunales; todo el mundo podría reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de TV, actos públicos. En el pueblo palpitaba el entusiasmo. Había sufrido mucho y si no era feliz, deseaba serlo y tenía derecho a ello. Lo habían engañado muchas veces y miraba el pasado con verdadero terror. Creía ciegamente que éste no podría volver; estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de que ella sería respetada como cosa sagrada; sentía una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer el crimen de atentar contra sus instituciones democráticas. Deseaba un cambio, una mejora, un avance, y lo veía cerca. Toda su esperanza estaba en el futuro”.

El pasaje es uno de los más sorprendentes de “La historia me absolverá”, el alegato de Fidel Castro, publicado tras los juicios en su contra por el fallido ataque, en 1953, al cuartel Moncada, por el que fue condenado a 15 años de prisión, pero indultado en abril de 1955. Exiliado en México, Fidel organizó desde allí su retorno a Cuba, concretado en diciembre de 1956 en el desvencijado yate “Granma”.

La “República” de la que habla el alegato no es, por supuesto, la dictadura de Fulgencio Batista, que finalmente cayó el 1º de enero de 1959, fecha del “triunfo de la Revolución” cubana, sino la que Batista había asaltado con su golpe de Estado en marzo de 1952, poco antes de unas elecciones en las que se sabía perdidoso.

Lo sorprendente del pasaje es la reivindicación de la república y la democracia por parte de quien, luego, ejerció un poder omnímodo por más de medio siglo y, aunque debilitado por razones de edad y salud (en 2011 cumplirá 85 años), en parte lo sigue ejerciendo, pese a delegar tareas en su hermano Raúl (pronto a cumplir 80). Después de mandar durante más de cincuenta años, los Castro sugieren que ningún gobernante futuro debería estar más de diez.

Concentración de poder

Otra de las decisiones del VI Congreso del Partido Comunista Cubano, finalizado recientemente en La Habana, es que el cargo de “Primer Secretario General” pase de Fidel a Raúl (adivinó, era el “Segundo Secretario General”).

Por décadas, Fidel fue presidente (jefe de Estado y de Gobierno), secretario general del PCC (único partido legal en la isla) y jefe del Ejército, cargo que luego delegó en Raúl, quien en 2008 también asumió la presidencia, ante la imposibilidad de su hermano mayor de superar los problemas de salud que en julio de 2006 derivaron en una operación de urgencia a poco de regresar de la Argentina, donde había asistido a una “Cumbre Iberoamericana”.

La enumeración resume el grado de concentración de poder, familiar y personal, en una revolución que se había predicado para “el pueblo” y a la que Raúl busca ahora extenderle la vida dándole aire a la “iniciativa privada” con medidas como el recorte de 1,3 millones de empleos estatales, la apertura de negocios privados en 178 oficios, la descentralización agrícola, la “autogestión” empresarial, la eliminación de subsidios y un renovado llamado al capital extranjero en áreas como el turismo.

El resultado del experimento castrista se hizo penosamente visible a partir de 1990, tras la caída del Muro de Berlín y la implosión soviética, cuando Cuba dejó de recibir la “ayuda” de Moscú, que entre 1960 y 1990 había sumado el equivalente a unos 65.000 millones de dólares. Según Carmelo Mesa-Lago, uno de los cubanólogos más respetados, un 39 % fue en forma de “préstamos”, de los cuales Cuba repagó apenas 0,6 por ciento. La única exportación notable en ese período fue la de los propios cubanos: más de un millón se exiliaron, principalmente en Estados Unidos.

Caída y nuevos intentos

Entre 1989 y 1993 el PIB cubano cayó un brutal 35 % (medida que empalidece incluso la crisis argentina de 2001/02) y todavía en 2008 estaba muy por debajo del de fines de los ‘80s, pese a que desde mediados de los ‘90s el gobierno de Hugo Chávez reemplazó, en parte, la extinta ayuda soviética. La crisis de Venezuela y el consecuente recorte de recursos a Cuba están detrás del nuevo intento de los Castro por revivir una economía y una sociedad que, contra la propaganda oficial, están entre las más desiguales del mundo (o, en todo caso, igualan en la miseria).

Según Mesa-Lago, si en 1989 la razón entre los salarios más altos y más bajos era de 4,5 a 1, en 1995 las diferencias pasaron a ser de 829 a 1 y en la década actual llegaron a extremos de 12.500 a 1. En Cuba, a principios del siglo XXI, el 10% más “rico” de la población (jerarcas del gobierno o el partido, personas vinculadas al turismo y quienes reciben más remesas de familiares exiliados) gozaba de ingresos 199 veces superiores al del 10% más pobre.

El propio Fidel Castro da cuenta de la quiebra moral de su régimen cuando, en el servil documental “Comandante”, de Oliver Stone, se jacta de que en Cuba “hasta los prostitutas se han graduado en la Universidad”. Es cierto: con título universitario, pero sin mayores opciones, las “jineteras” acceden así a los dólares del turismo, pasaje a alguna forma de poder adquisitivo y consumo en una economía desolada.

No es cierto, en cambio, de que Cuba logró altos estándares de educación y salud partiendo de muy abajo. En 1958, la isla estaba entre los cuatro países con mejores indicadores económico-sociales de América Latina: PIB per cápita, alfabetismo, mortalidad infantil, expectativa de vida y cobertura jubilatoria, pese a la dictadura de Batista. Es cierto que en esa década todavía dependía mucho del monocultivo del azúcar. Pero en iguales condiciones estaba entonces Taiwán.

El fracaso de la extrema concentración de poder político y económico, del estatismo a ultranza, del desaliento a la iniciativa personal, del control social y la delación como incentivo y disciplina, de las purgas en todos los órdenes y de los sucesivos barquinazos ordenados desde la cima tampoco es culpa del mítico “bloqueo” de EE.UU., que como tal no existió sino unos pocos días en 1962, durante la crisis de los misiles. Es paradójico, además, que el régimen atribuya sus pesares al embargo comercial de una economía “explotadora” (es vergonzoso, a su vez, que la Justicia de EE.UU. haya absuelto hace diez días al terrorista Luis Posada Carriles, responsable de la voladura de un avión comercial cubano que en 1976 mató a 73 personas, y, a fines de los noventa, de una serie de atentados en hoteles de La Habana). Pero volviendo al ‘bloqueo‘, lo cierto es que Cuba puede comerciar con casi cualquier nación del globo. El problema es que, bajo el actual régimen, tiene muy poco que ofrecer.

La Argentina está -geográfica, política y económicamente- muy lejos de Cuba. Pero conviene recordar los principios de la república y la democracia. Lo que no se valora, se suele perder.

En Cuba, a principios del siglo XXI, el 10 % más “rico” de la población (jerarcas del gobierno) gozaba de ingresos 199 veces superiores al del 10% más pobre.

Cuba puede comerciar con casi cualquier nación del globo. El problema es que, bajo el actual régimen, tiene muy poco que ofrecer.