Osama, Obama y Hammurabi

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Prof. Susana Squeff

Cualquier lectura maniquea de lo que sigue no haría sino darle la razón al enunciado que pretendemos sucintamente desarrollar.

Osama Bin Laden

Osama Bin Laden era el terrorista más sanguinario y buscado del mundo. Por lo tanto, Osama tenía encarnadura histórica, trayectoria internacional y su persecución por parte de (casi) todos los países del Occidente desarrollado y sus socios de Medio Oriente no hace más que exhibir la naturaleza del peligro que su vida y figura representaban.

Sin caer en teorías conspirativas (como dicen los buenos detectives, siempre la verdad de los hechos se oculta en las tesis más simples), y aceptando ese relato, el padre de Osama fue un muy buen socio de George Bush padre en el negocio petrolero, él mismo le sirvió a los EE.UU., en alianza con los talibanes, para expulsar a los invasores soviéticos del territorio afgano, y acá es donde no se explica bien su evolución político-ideológica; muchos años después, hace volar las gemelas, en el corazón de Manhattan. Primer atentado del terrorismo internacional (no del interno) que sufre el gendarme del mundo en su propio territorio: la agresión a EE.UU. en 2001, mostró cierto poderío estratégico y organizacional de Al Qaeda, la red cuya conducción se arrogaba el misterioso Osama, que populariza su nombre y su imagen a nivel mundial, merced a oportunos y espaciados videos (cuya autenticidad o falsedad son muy difíciles de discernir) y lo convierte en el enemigo público número uno de la civilización judeo-cristiana y sus representantes en el mundo entero desde Inglaterra a Filipinas.

Aparentemente, luego de una operación de la CIA que llevó largos años, Osama fue hallado y ejecutado en una mansión al norte de Islamabad, en Pakistán.

Barak Obama

El presidente de los EE.UU. y Premio Nobel de la Paz, en un momento de extremísima debilidad política, sigue atentamente la operación de la CIA y autoriza la intervención que termina en la ejecución de Osama Bin Laden y sus acompañantes (¿o hay algún sobreviviente?) y, convenientemente, con el justificativo de no agudizar la natural ira que el hecho despertará en los seguidores del terrorista, lanza su cuerpo al mar, siguiendo cierto ritual musulmán.

La noticia es inmediatamente comunicada por el propio presidente de EE.UU. en dos apariciones públicas en menos de 24 horas, en las cuales, entre otras trivialidades conocidas, sostiene que él personalmente autorizó la operación, y que una vez más ‘los EE.UU. han demostrado que pueden hacer lo que se propongan‘ (sic), con algunos implícitos históricos: el apoyo a las dictaduras asociadas del mundo entero; su derrocamiento cuando dejan de ser buen negocio político y se convierten en negocio bélico; hacer desaparecer, torturar y asesinar dentro y fuera de su territorio; invadir países porque tienen armas químicas o desarrollo nuclear; bombardear territorios cuando sus tiranos aliados se les van de las manos, en fin: una lista interminable que demuestra que no porque sí, la USA es, en el comienzo de la segunda década del tercer milenio de la era cristiana, el símbolo tal vez más patético de este lento pero sostenido retroceso de la civilización a la barbarie primitiva.

Hammurabi

Hammurabi fue rey de Babilonia a mediados del siglo XVIII antes de Cristo, -aproximadamente 1700 años antes de nuestra era, o sea alrededor de 4700 años antes de hoy-, y emprendió una tarea civilizatoria interesante: redactar un Código que contuviera las leyes que se aplicaban en todo el territorio de su reino. A ese código se lo conoce como Código de Hammurabi y una de las leyes que contiene es la denominada Ley del Talión, que fija la escala de penas según el daño y la posición social de quien lo comete, conocida universalmente como la ley del ‘ojo por ojo, diente por diente‘. Esta Ley del Talión, o su fondo sino su letra estricta, es tomada en varias oportunidades por el Antiguo Testamento, y el Código de Hammurabi (alrededor de 230 leyes) ha dejado cuestiones que aún muchos sistemas sostienen: el principio de la pena que limita los alcances de la venganza, el principio de la publicidad de las leyes y el impedimento al alegato de desconocimiento de las mismas por parte de los acusados, (Hammurabi hizo réplicas del bloque de piedra original en el que fue grabado el Código en lenguaje cuneiforme, las que eran expuestas en todas las ciudades del reino a los fines de que los súbditos conocieran sus obligaciones), entre otras cuestiones no menos importantes.

Ahora bien: mucha agua ha pasado por debajo de infinidad de puentes. Dificultosa y muy tardíamente -hacia el 1200 d.C)- Occidente comienza a desarrollar sistemas de justicia con intervención del soberano (sea cual fuere: rey, príncipe, estado), retomando algunas características e institutos del Derecho Romano (la figura del Procurador, por ejemplo) y otras del merovingio (como las ordalías altomedievales, que lentamente se convierten en puro castigo físico). Es la Modernidad política la que desarrolla sistemas de justicia en los cuales (más allá de su cumplimiento), se consolidan institutos que hacen primar la razón sobre la sed de venganza, la cantidad de los resarcimientos, el derecho a juicio y a debido proceso. Tal ha sido el nivel de desarrollo que la justicia ha llevado adelante en apenas tres siglos, que hasta se ha generado un Derecho Internacional, tanto público como privado, con institutos semejantes a los de los sistemas nacionales, con tribunales internacionales para la solución de controversias o para el juzgamiento de criminales de guerra o de lesa humanidad, entre otros aspectos igualmente significativos.

Colofón

Hay un mundo que ha desaparecido irremediablemente: el mundo de la razón emancipatoria en el que nos formamos.

La ejecución de Bin Laden no es sino una muestra de que estamos viviendo en tiempos protohistóricos. En tiempos modernos, lo hubieran detenido hace muchísimos años, lo hubieran procesado, juzgado y sentenciado como hicieron los italianos con los brigadistas rojos que asesinaron a Aldo Moro y con los ideólogos de ese crimen, o como estamos haciendo los argentinos con quienes han cometido delitos de lesa humanidad durante la última dictadura militar, o lo hubiera juzgado el Tribunal Internacional de La Haya, como a tantos criminales de diversas guerras. A Bin Laden, el Gran Hermano lo mandó a ejecutar, como Hammurabi hubiera hecho con cualquiera que hubiese provocado una muerte. ‘Ojo por ojo, diente por diente‘.

Dos cosas provocan indignación: por una parte, el aire triunfalista del presidente norteamericano ante el hecho, a la vez que la velada amenaza del ‘EE.UU. puede hacer lo que se proponga‘ y el aplauso unánime de la dirigencia política europea y de buena parte del mundo, a una acción asesina perpetrada con todos los condimentos que Hollywood nos viene mostrando hace años. La primitivización de nuestras sociedades judeo-cristianas, que no andan a caballo ni usan arco y flecha o hachas de piedra, no podría estar mejor expresada que en términos visuales hollywoodenses: helicópteros nocturnos y silenciosos, asesinos justicieros armados hasta los dientes, filmación de las secuencias y reproducción hasta el hartazgo de las mismas parciales imágenes...en fin: operación impecable, asesinato limpio y eficiente de un grupo de personas como si fuera legítimo y legal.

¿Se merecía Osama Bin Laden y quienes estaban con él, la muerte? Debió decidirlo un tribunal.

¿Tenía derecho ese grupo humano a ser juzgado mediante el debido proceso? En el mundo que conocimos, definitivamente sí.

Evidentemente, a las mayorías primitivizadas por la estupidización y la ignorancia, la acción les ha parecido un acto de estricta justicia, a la Hammurabi, a la ‘ojo por ojo, diente por diente‘: la imagen positiva de Barak Obama creció 13 puntos en menos de 48 horas de anunciado el hecho.