Crónica política

El juego del poder

Rogelio Alaniz

En mi nota anterior decía que el Frente Progresista no es un matrimonio en el que sus integrantes se han jurado amor eterno, sino un pacto político conformado de acuerdo a intereses y objetivos racionales. Esto quiere decir que las decisiones se deben tomar con prescindencia de los sentimientos y privilegiando los comportamientos racionales. Bonfatti, Barletta y Giustiniani no están obligados a amarse, sus compromisos no provienen del corazón sino de la cabeza. O de la política para ser más precisos.

La otra cosa que decía en esa nota, es que fuera del Frente Progresista hace mucho frío, está muy oscuro y a veces llueve torrencialmente. Lo más aconsejable es quedarse adentro; hay algunas incomodidades, no todos los compañeros de vivienda son buenos, pero afuera todo es mucho peor.

En los últimos meses lo socialistas y los radicales han demostrado que a la hora de apostar no les tiembla el pulso. Un político que no tenga agallas para apostar fuerte es un fracaso, pero un político que solamente crea que la política se hace levantando apuestas es un peligro y, en más de un caso, un peligro para sí mismo. No está mal que los socios del Frente Progresista se muestren los dientes, lleven la mano a la cintura para acariciar el mango del facón o, como los maridos cornudos, amenacen con dar un portazo. Es lo que han hecho hasta ahora y lo han hecho bien.

Los que estamos en la tribuna ya sabemos que son guapos y decididos, ahora ha llegado el momento que demuestren que esas virtudes nacidas del coraje valen no para amenazarse entre ellos sino para ganarle la partida al guapo que está parado en la vereda de enfrente y que se llama peronismo.

Faltan dos meses para las elecciones; no es mucho tiempo como para estar gastando pólvora en chimangos. Cada uno de los dirigentes del Frente Progresista deben saber que sus votantes, por lo menos la inmensa mayoría de sus votantes, los votó para que vayan juntos no para que se peleen o se distraigan en camorras menores.

Barletta y Giustiniani deben cerrar filas alrededor de la candidatura de Bonfatti, pero el candidato de Binner debe saber que no es un rey, sino el político cuya legitimidad proviene de una elección que ganó, pero donde los votos sumados de Giustiniani y Barletta lo superan.

Al respecto, no está de más una referencia histórica. En la vieja Edad Media los señores feudales se presentaban ante el rey y le explicaban que lo apoyaban informándole que si bien él valía más que cada uno de ellos, todos ellos juntos valían más que el rey. La advertencia era amable, pacífica pero muy clara. Esa advertencia debería tener en cuenta Bonfatti a la hora de iniciar la campaña electoral y a la hora de gobernar, si es que gana.

Puede que en el 2007 Binner haya sido un monarca absoluto, pero cuatro años después Bonfatti no lo es. Le guste o no deberá abrir juego, repartir mejor el naipe. Lo debe hacer sin complejos y sin vergüenza, después de todo los objetivos fundacionales del Frente Progresista han sido los de acordar en igualdad de condiciones.

Bonfatti es el candidato a gobernador del Frente Progresista. Lo es por derecho propio, porque ganó las elecciones internas, pero es el candidato no el patrón del Frente Progresista. Los radicales de Barletta y los socialistas de Giustiniani no son cartón pintado o murga que se convoca para el carnaval y después se los licencia hasta el próximo corso. Bonfatti a esta verdad la conoce o debería conocerla.

Lo que expreso son las reglas de juego de toda sociedad política. De toda sociedad política que dice tener como modelo al Frente Amplio de Uruguay o la Concertación chilena. No es el único modelo de sociedad, también está el que promueve el Frente para la Victoria, coalición conformada sobre la base de un liderazgo carismático. En ese frente hay lugar para todos, desde Menem a Pérsico, desde Rico a “Carta Abierta”, pero todos saben de antemano que hay un monarca absoluto -o una reina- que decide. Si a alguien le quedaba alguna duda observen el método de selección de candidatos en Capital Federal o háganse un viajecito a Santa Cruz, porque allí el modelo de dominación política kirchnerista se expresa en toda su plenitud.

El peronismo en estos temas ha sido históricamente claro. Hay un concepto de Frente que es en realidad un concepto de movimiento nacional que ha defendido a lo largo de su historia. En el peronismo el jefe manda y la tropa obedece. Se puede llamar Perón, Isabel, Menem, Kirchner o quien sea, pero el concepto de poder es el mismo. Es verdad que algunos mandan mejor que otros, pero ello no varía la pretensión de obediencia y disciplina. A veces las exigencias modernas de la política los obligan a abrir un poco más el juego. A veces. Pero todo peronista que se precie de tal sabe muy bien el rol que le corresponde al líder o conductor.

Demás está decir que ha llegado la hora que por su lado el Frente Progresista sea leal a sus propias reglas de juego. Binner, Barletta, Giustiniani, han expresado en diferentes ocasiones que quisieran que la experiencia de Santa Fe se proyectara a nivel nacional. ¿Experiencia frentista o experiencia movimientista? ¿Frente democrático o movimiento nacional? No me cabe ninguna duda que a estos interrogantes todos les darán la misma respuesta: Frente democrático. Pues bien, si esta es la opción, se trata de que las palabras coincidan con los hechos. En política siempre hay margen para maniobrar, pero el límite son las propias reglas de juego. Si esas reglas se alteran la sociedad se rompe o pierde su identidad, lo que viene a ser más o menos lo mismo.

En la vereda del peronismo, Agustín Rossi sabe que tiene una partida difícil para el 24 de julio. Una carta a su favor se llama Cristina, una carta importante pero que está muy lejos de ser el imponente macho de espada del truco. La otra carta también es brava porque remite a la unidad del peronismo santafesino. Jorge Obeid lo dijo con toda claridad: “no podemos darnos el lujo de perder un voto”, sabia advertencia de parte de quien lo primero que hicieron algunos de sus compañeros fue exigirle que se quede afuera.

El gran desafío de Rossi es asegurar la unidad del peronismo santafesino. Para ello tendrá que abrir juego, pero ocurre que el margen de maniobra que dispone para esa apertura no es demasiado amplio. Admitiendo, incluso, que pueda hacerlo, que logre convencer a los gurkas que tiene adentro acerca de los beneficios de una unidad, habrá que ver si el electorado que votó por Perotti está dispuesto a creerle o acompañarlo.

Omar Perotti es un buen muchacho que en nombre de su lealtad al peronismo puede decirles a sus votantes que ahora lo voten a Rossi. No sé si lo hará, pero si lo hace no estoy seguro de que todos le vayan a hacer caso, entre otras cosas porque una porción de esos votantes es probable que no sean tan buenos muchachos como Perotti y consideren que el peronista que mejor los representa no se llama Agustín Rossi sino Miguel Torres del Sel.

El 24 de julio a la noche vamos a ver lo que ocurre, pero en principio sospecho que aquellos votos que sabía conquistar Reutemann para el peronismo, hoy se van a deslizar hacia el candidato del PRO. Después de todo, si se votó en su momento a un corredor de autos, ¿por qué no hacerlo a un heredero de Buster Keaton y Charles Chaplin, alguien que dice lo mismo, representa lo mismo y posiblemente piensa lo mismo que Reutemann?

A modo de conclusión, podría decirse que las elecciones previstas para el 24 de julio las ganará el que logre unir a sus seguidores y las perderá quien los divida. La unidad es decisiva para ganar, pero bueno es saber que la unidad no es un trámite administrativo. La unidad implica concesiones, acuerdos, exigencias, en definitiva exige para lograrla instalar en un primer plano a la política. De la política se sabe que posee un componente científico y otro artístico. Que se hace política con especulaciones pero también con inspiraciones, atendiendo lo particular pero nunca perdiendo de vista lo general. La política como arte rehuye las manifestaciones sectarias, las maniobras aldeanas, las miradas mezquinas. La política como ciencia reclama conocimientos, conciencia de la realidad económica y social que nos toca vivir. El candidato o la coalición política que mejor resuelva estos dilemas será el que ganará la provincia.

Conviene recordar, por último, que Santa Fe hace rato que dejó de ser un western spaghetti en el que los buenos mueren y los malos ganan. Esta provincia ha demostrado que los finales felices son posibles, que la honradez, el talento y la decisión son premiados por un electorado que ha conocido las pesadillas de la corrupción y la vergüenza de un tiempo en que los candidatos en lugar de currículum exhibían prontuario.

La política como arte rehuye las manifestaciones sectarias, las maniobras aldeanas, las miradas mezquinas. La política como ciencia reclama conocimientos, conciencia de la realidad económica y social.

a.jpg