El daño de la murmuración

Rubén Panotto (*)

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La murmuración es un ronroneo de voces en bajo volumen que corre entre la gente, por lo general como una noticia o crítica doméstica, que descalifica y defenestra a personas y familias, llevando implícito un juzgamiento o acusación sin pruebas verificables o creíbles.

En los llamados programas de chimentos televisivos se ha llegado a límites impensados de chabacanería, que despiertan en el público esa pulsión morbosa y lasciva que todo ser humano lleva por dentro.

Nos hemos acostumbrado a exaltar, en el centro de nuestra propia intimidad hogareña, a aquellos que vociferan en pantallas de muchas pulgadas, los rumores y críticas más procaces y detestables sobre personas de todos los ámbitos, ya no sólo del espectáculo como se promocionaban en tiempos pasados. La liberalidad con que exponen las vidas de otros ha naturalizado a la crítica y a la murmuración, convirtiéndolas en una práctica social y cultural aceptada por la mayoría. La expresión “es una crítica constructiva” ha vaciado su contenido de tal manera que, lejos de aportar criterios para mejorar una situación, se transforma en un chisme que utiliza la murmuración para expandirse.

Lo penoso de estas prácticas está en la indiferencia de los adultos educadores y progenitores frente a este tipo de faltas, asignándoles una mínima importancia. Muy atrás han quedado las proclamas familiares de nuestros ascendientes cuando dictaminaban: “... en esta casa no se habla mal de ninguna persona”.

El chisme, la habladuría, el rumor dañino, el placer del comentario fácil por los defectos de los demás, tanto sea de compañeros de trabajo, amigos, vecinos, parientes cercanos o lejanos y cualquiera que se nos ocurra, es una falta grave, ya que se transforma en una disimulada falsa acusación contra alguien con el fin de perjudicarlo, sin darle la oportunidad de defenderse como corresponde. No hay mejor comparación de este pecado social que con una bola de nieve que se va agrandando a medida que desciende por una pendiente, hasta destruirse en mil pedazos al encontrar un objeto en su carrera. De tal forma, el chisme y la murmuración van aumentando su poder destructivo cuando, como la metáfora del teléfono descompuesto, van incorporando en cada sujeto que lo repite, su propia imaginación malintencionada.

Amarrados tecnológicamente

Quien tiene BlackBerry tiene Twitter. El primero es una computadora de bolsillo y el twitter una herramienta que permite emitir mensajes de acceso público. Cualquiera puede acceder y hacer seguimientos en forma anónima. Lamentablemente la aplicación más generalizada y siniestra la están llevando a cabo los funcionarios públicos y personajes muy conocidos, para defenestrar -a veces con lenguaje vulgar y grosero- a propios y extraños tan sólo con fines políticos y mezquinos, exponiéndose sin reservas a que las nuevas generaciones imiten sus bastardos procedimientos. Es apropiado mencionar también el uso atávico de celulares, como ese nuevo adminículo que llamamos blackberry. He recibido información sobre el significado de ese término, lo que transmito por considerarlo pedagógico: en Estados Unidos a los esclavos nuevos se les sujetaba una bola negra de hierro muy irregular con una cadena amarrada al pie para que no escaparan de los campos de algodón. Sus amos llamaban blackberry a esa bola que se asemejaba al fruto denominado mora. Ése era el símbolo antiguo de la esclavitud, que suponía que el sujeto estaba forzado a permanecer en esos campos sin poder escapar de su trabajo. En estos tiempos, a los empleados no les amarran una bola de hierro, en cambio -dice tal informe- se les otorga un blackberry para quedar inalámbricamente amarrados a su trabajo todo el tiempo. Así, cada uno de ellos no tiene manera de decir que no le llegó o no escuchó una llamada, porque ese chismoso aparatito avisa si abrió sus correos, marca citas y horarios, se apaga y enciende solo, mientras su familia e hijos le reclaman por falta de atención. En la actualidad, millones de personas están atadas a ese sistema virtual de esclavitud. Claro está -y cabe la salvedad- que bien utilizado es una herramienta idónea, casi maravillosa, para sobrellevar los altos decibeles de actividad del siglo XXI.

Los tres filtros

El chisme y los rumores crean un ambiente perjudicial en todo equipo de trabajo, dificultando el logro de sus objetivos. Mucho más dañino es cuando ese equipo es la familia, donde los vínculos son más sensibles al efecto de un rumor malintencionado. La siguiente historia ofrece una manera de terminar con la murmuración:

“Un joven discípulo le dice a un sabio filósofo: —Oye maestro, un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia... —¡Espera! -le interrumpe el filósofo-, ¿ya has pasado por los tres filtros lo que deseas decirme? El discípulo quiso saber cuáles eran y el maestro le contestó: —El primero es la verdad, ¿estás seguro de que lo que intentas decirme es absolutamente cierto?... —No, lo oí comentar a unos vecinos. —Entonces habrás usado el segundo filtro, el de la bondad... Lo que deseas decirme ¿es bueno para mí o para alguien más? —No, en realidad no, al contrario... —Bien, el último filtro es la necesidad, ¿es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta? —En verdad, no... —Entonces -dijo el sabio- si no es verdadero, ni bueno ni necesario, enterrémoslo en el olvido”. Esta actitud sin dudas interrumpe la cadena maliciosa del chisme y la murmuración.

Cuando el Maestro Jesús dio su Sermón de la Montaña les dijo a sus seguidores: “Considérense dichosos cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias, mintiendo”. En otra oportunidad, Jesucristo entró en la casa de un tal Zaqueo, cobrador de impuestos, para hospedarse allí; y la gente al ver esto comenzó a murmurar contra Jesús tan sólo porque Zaqueo “tenía mala fama”. Al respecto, otra recomendación bíblica indica: “Mantengan la conciencia limpia, para que los que murmuran de ustedes por su buena conducta en Cristo se avergüencen de sus calumnias”.

(*) Orientador Familiar

En Familia

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