“Qué hiciste del amor” en La Treinta Sesenta y Ocho

Cuando el desamor es muy fuerte

Cuando el desamor es muy fuerte

Sobre una cama, cuatro mujeres cuentan sus historias, cargadas de soledad y desamparo. Foto: Mauricio Garín.

Roberto Schneider

Las historias de amor -y del consiguiente desamor- suelen emocionar, pero no es fácil moverlas de los límites del melodrama. La peripecia más o menos tormentosa de los protagonistas resulta por lo general excluyente, debilitando o anulando los significados más trascendentes que proyectan los conflictos humanos. No es el caso de “Qué hiciste del amor”, espectáculo del Grupo 4 Mujeres Rouge que se puede disfrutar en La Treinta Sesenta y Ocho, con exquisita puesta en escena de Pablo Tibalt. La obra de Yanina Bileisis, Claudia Correa, Gabriela Feroglio y Mariana Mathier produce durante el desarrollo del espectáculo -y aun después-, el efecto de una piedra que se arroja al lago. A medida que uno se hunde en la trama, los sentidos se multiplican y amplían en círculos concéntricos.

En un espacio donde una bellísima cama es el espléndido soporte escenográfico, cuatro mujeres se ríen (aunque no demasiado), seducen, recelan, formulan confesiones y recuerdos o disimulan la tensión emocional que por momentos las paraliza. Antes del estreno, los hacedores de este espectáculo sostuvieron que la interrogación esencial del montaje se la formula cada protagonista en la soledad más profunda, en una intimidad punzante, y hablando de ellas mismas antes de cumplir edades simbólicas: los 30, 40 ó 50. Son cuatro mónologos en los que se clava el escalpelo de manera profunda, a partir de la construcción dramática inspirada en textos de Graciela Ferraris, Mario Benedetti, Gabriel García Márquez, Marisa Silva Schultze y Clarice Lispector.

Lo que ilumina este trabajo es la variedad de recursos con que las actrices traducen esa suerte de monólogos desafinados en los que sus criaturas no consiguen sino escucharse a sí mismas a pesar de la mutua, honesta voluntad de acercarse. Claudia Correa -subyugante cuando canta un bolero entregándose a la sensualidad del ritmo y la melodía- y Mariana Mathier manejan con precisión gestos y tonos de quien se sabe perdedora pero hace su última apuesta. La presencia escénica de ambas actrices se concreta a partir de una entrega indisimulable. En un tono menor juega su atribulado personaje Yanina Bileisis, pero en otro registro diametralmente opuesto al del resto del elenco. Su trabajo debió ser más cuidado por la dirección actoral de Raúl Kreig, porque la diferencia se hace demasiado evidente.

Párrafo aparte para la excelente Gabriela Feroglio, que compone a una mujer dolida, a punto de separarse. Su personaje está encorsetado en las normas culturales resultantes de la superposición de viejos códigos machistas y modernas consignas liberadoras. Varias escenas en las que recuerda las apelaciones a su esposo ponen a prueba la riqueza y complejidad de su composición a partir de una entrega en la que cuerpo, voz y sentimientos conmueven largamente a los espectadores por su precisión.

En los cuatro monólogos el amor es sólo recuerdo. Y con las desprolijidades, los hiatos, las contradicciones y las trampas de la memoria, el desasosiego al que asiste el espectador es una suma residual, dolorosa e irrecuperable de fragmentos. Las cuatro, tal vez, puedan ser amadas, como cualquiera de nosotros. El dolor, como siempre pasa en la vida, se supera y se puede salir de uno mismo. Porque el desamor siempre es más fuerte que las buenas intenciones. Y la luz se enciende entonces en otro resquicio del alma.

El espectáculo tiene valores estéticos de buen resultado. El público femenino disfruta mucho, tal vez por identificación. Y los hombres ven cuatro interesantes mujeres, comprometidas con una totalidad que entretiene con sólidos recursos.