“Verona”, en la Casa del Maestro

Cuando la vejez molesta

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Los actores de la propuesta dirigida por Luis Mansilla logran destacadas composiciones. Mercedes Abraham, Noris Humeler, Alejandro Degiorgis y Silvia Paredes disfrutan de sus personajes. Foto: Gentileza producción

Roberto Schneider

No todo tiene por qué ser teatro nuevo, con nuevas tendencias y todo eso. También la gente grande quiere ir al teatro y “Verona”, de Claudia Piñeiro -estrenada por el Grupo Esopo en la Casa del Maestro-, es para ella -aunque seguro que también la disfrutará un público más joven todavía-, una comedia más o menos como las de antes, para reírse, disfrutar unos diálogos precisos a cargo de unos muy buenos actores, y pensar después, si uno quiere.

La dramaturga teje una trama sencilla, construida por conflictos naturales que se establecen entre cuatro hermanos y la vejez de su mamá en el día de su cumpleaños. Las tres mujeres se reúnen en el baño para discutir precisamente qué hacer con mamá ya que requiere cuidados especiales dada su avanzada edad y porque padece el Mal de Parkinson. En realidad, a cada una de ellas poco les importa el futuro de quien les dio la vida, preocupadas como están por seguir construyendo su propio devenir. Desde el afuera, el hermano aporta lo suyo y, sobre el final, traerá la inesperada solución. La madre -a la que se alude pero no aparece en la escena- ya no puede sola con su vida. Desde lo físico y desde lo afectivo. Ahí sobreviene el asunto de la casa familiar, tan impregnada de historias y vidas. Y en ese hálito por momentos saludable y tibio se ven envueltos los cuatro hijos. Con mucho humor, pero también con cierta dosis de lacerante crueldad.

Más que una historia, “Verona” es una larga situación, escrita para presentar conflictos mundialmente comunes. A través de poco menos de una hora circulan los rituales familiares, la muerte, las mañas y los egoísmos. Sobre todo los egoísmos. Hay algunas reiteraciones y algunos lugares comunes, previsibles, sí, pero la obra es efectiva. Y ésa es una virtud de la hábil dirección de Luis Mansilla, que saca lo mejor de sus intérpretes para un buen resultado.

Tanto Mercedes Abraham, como Noris Humeler y Silvia Paredes se lucen en la composición de sus personajes. Las tres son esas hijas por momentos un tanto perversas que siguen preocupadas por sus propias circunstancias. Cada una de ellas tiene un momento para demostrar cómo saben pararse sobre el escenario, y transmiten al público el disfrute de la historia, poniéndole el alma, el cuerpo y la voz.

Alejandro Degiorgis resuelve con buenos recursos las aristas de su personaje, ese hermano más comprensible que cada una de las hermanas.

En última instancia, los cuatro tienen que afrontar algo para lo que nadie está preparado: la vejez de los padres, y saben reflejar bien ese debate, entre el hartazgo, el amor y la obligación. Mansilla logra que se emocionen, se exalten y sean hábiles para pasar de un estado a otro, hasta la ternura final.

Son adecuados la escenografía y las luces de José Ponce de León, en una totalidad que marca bien cómo cada uno tiene cosas que reprocharle al otro, y cosas que reprocharse a sí mismo, o no. Y todos con diálogos reveladores, a veces de un solo pantallazo. Buenos resultados en una comedia recomendable para pasar un buen momento.