El desempeño de la boleta única superó obstáculos y voces agoreras, y puso a la provincia al frente de los avances en materia de calidad electoral.

La lección de Santa Fe

Más allá del fragor de los números cruzados y el análisis de las estrategias políticas y la respuesta del electorado, el dato más importante de las elecciones del domingo pasado en el plano institucional es la absoluta normalidad de la votación en sí y del escrutinio inmediatamente posterior, y la destacable performance del sistema de boleta única; a despecho de las voces agoreras que apostaron a su fracaso con oscuros vaticinios.

El buen funcionamiento del flamante mecanismo quedó demostrado en las primarias, en cuyo desarrollo -más allá de algunos problemas instrumentales prestamente resueltos, como la falta de capacidad suficiente de las urnas- no se evidenció el nivel de confusión masiva que algunos pronosticaban, ni se cumplieron las amenazas de un escrutinio interminable. Lejos de ello, la novedad fue acogida con entusiasmo por los nuevos votantes, y aceptada con naturalidad por los más veteranos; en tanto que los resultados se conocieron en horarios similares a los habituales, y mejores que en muchas otras oportunidades.

Con algunos correctivos en la faz práctica y la mayor agilidad derivada de la reducción de candidaturas, la elección general tuvo un desenvolvimiento todavía mejor, sin molestas colas para la ciudadanía, ni los tradicionales inconvenientes para la provisión de boletas y quejas por faltantes de determinados partidos, propios del mecanismo anterior.

Corresponde destacar todo esto a la luz del carácter pionero asumido por nuestra provincia, ya que la boleta única todavía no tuvo aplicación en otro distrito del país, y recién tendrá correlato este fin de semana en Córdoba. De hecho, cuando los santafesinos deban volver a las urnas para las primarias nacionales de agosto y las generales de octubre, volverán a encontrarse con las viejas boletas sábana, separadas por partido y con todas las categorías “pegadas”.

Por lo demás, este verdadero ejemplo de progreso institucional sentado por Santa Fe, genuino aporte para contribuir a una mejora de la calidad electoral en el país, tampoco constituye un hecho aislado, sino que aparece como el fruto de una sostenida y coherente evolución democrática del Estado. En la mayoría de los casos, a despecho de las conveniencias políticas de ocasión, como le ocurrió al justicialismo tras la derogación de la vergonzosa ley de Lemas y, en buena medida, al Frente Progresista con la boleta única y la forzosa separación de categorías electorales.

En el interín, las principales fuerzas políticas santafesinas desarrollaron internas abiertas ejemplares -como todavía no hubo en la Nación ni en las demás provincias-, ofreciendo a los votantes buenos candidatos y propuestas diferenciables, en un proceso de preselección tan útil para conocer el pensamiento y la trayectoria de los postulantes como para avanzar hacia la instancia definitiva de la decisión.

Todo esto se logró, por lo demás, en un contexto de convivencia y diálogo político, reconocido como inusual por los analistas nacionales, y que en los próximos cuatro años será puesto a prueba por efecto de la particular relación de fuerzas resultante de las últimas elecciones.